
Los nombres y apellidos son formas de identificar a las personas y de distinguir sus orígenes familiares. El nombre propio, también llamado nombre de pila, suele elegirse al nacer o al bautizarse, y puede tener un significado religioso, histórico, literario o personal. El apellido, también llamado nombre de familia, suele heredarse de los padres o antepasados, y puede indicar el lugar de procedencia, la ocupación, el aspecto físico o alguna característica distintiva de la persona o del linaje.
El uso de los nombres y apellidos se remonta a la antigüedad, pero no fue hasta la Edad Media cuando se generalizó en Europa. Antes de eso, muchas personas solo tenían un nombre propio, que a veces se acompañaba de un patronímico (el nombre del padre), un matronímico (el nombre de la madre), un gentilicio (el nombre del pueblo o región), un cognomen (un sobrenombre) o una combinación de estos elementos. Por ejemplo, Alejandro Magno se llamaba en realidad Alejandro III de Macedonia, hijo de Filipo II de Macedonia.
Con el aumento de la población y la movilidad social, se hizo necesario diferenciar a las personas que tenían el mismo nombre propio. Así surgieron los apellidos, que se fueron fijando y transmitiendo por vía paterna o materna según las costumbres de cada lugar. Algunos apellidos se originaron por el lugar de nacimiento o residencia de la persona, como García (de un pueblo vasco), Pérez (de Pedro), Rodríguez (de Rodrigo), Fernández (de Fernando), etc. Otros apellidos se originaron por la profesión u oficio de la persona, como Herrero (que trabajaba el hierro), Molina (que tenía un molino), Pastor (que cuidaba el ganado), etc. Otros apellidos se originaron por el aspecto físico o el carácter de la persona, como Rubio (de cabello claro), Moreno (de piel oscura), Bravo (valiente), etc.
El orden y el número de los apellidos varía según las regiones y las épocas. En algunos países, como España, se usan dos apellidos: el primero es el del padre y el segundo es el de la madre. En otros países, como Francia o Inglaterra, se usa solo un apellido: el del padre o el del marido en el caso de las mujeres casadas.
En algunos países, como China o Japón, se invierte el orden: primero va el apellido y luego el nombre. En algunos países, como Islandia o Rusia, se usa un patronímico en lugar de un apellido: el nombre del padre seguido de una terminación que indica el género del hijo o la hija.
En algunas épocas se usaban muchos nombres propios para honrar a los santos, a los reyes o a los antepasados. Por ejemplo, Carlos I de España se llamaba en realidad Carlos I de Habsburgo y V de Alemania, Felipe II de España se llamaba en realidad Felipe II de Habsburgo y I de Portugal, etc.
La importancia del primogénito radicaba en que heredaba los títulos y las posesiones de la familia, mientras que los demás hijos tenían que buscar otras opciones como la iglesia, el ejército o el matrimonio.
José Altimiras Lampré
2014