Memoria Perdida




                                    1977







Aquella mañana de diciembre seria diferente, Levantados desde muy temprano, comenzamos los preparativos para un largo viaje. La noche anterior habiamos entregado nuestros uniformes y pertenencias militares, terminando nuestra permanencia en dicha Unidad.

Tras el desayuno, centenares de soldados, vestidos nuevamente de civil, esperan junto a su bolso la llegada de los buses que los conducirán a su nuevo cuartel.



Salimos en buses rumbo al Norte, el destino final aún no lo conocíamos pero probablemente será la ciudad de Arica o Iquique de acuerdo a las informaciones obtenidas de propias fuentes, ya que nada se a dado a conocer formalmente.

Una vez llegados los transportes, rápidamente se nos ubicó en ellos. Cabos, sargentos y oficiales daban el último saludo a quienes habían sido sus discípulos por varios meses de entrenamiento.

Ya en la calle, se nos sumaron muchos vehículos más, formando una larga fila. La caravana de buses se desplazaba a gran velocidad por la carretera sin ser advertido por la mayoría de la población que a esa hora recién despertaba.




Atrás iban quedando innumerables recuerdos de nuestros primeros pasos como soldados y pese al corto tiempo transcurrido, había ya un sentimiento de amargura al partir.

Un paso mas cerca del pasado ya estaban los recuerdos de nuestro pasar por aquella Escuela de Blindados y la campaña en los campos de Peldehue, los duros entrenamientos alli recibidos, los amigos que quizás nunca más vería.

Ya ubicado en mi asiento y con Agustin Ocampo, amigo de innumerables correrías, sentado al lado, mientras miraba las calles vacías de la ciudad, hice un recorrido por mi mente buscando algunos gratos recuerdos.

Uno a uno se fueron paseando por mi mente distintos momentos de aquellos días, como mi primera guardia en campaña. Con un fusil que solo tenía balas de salva y las muchas recomendaciones recibidas del teniente Caro, en cuanto a no olvidar todo lo que hasta entonces se nos había enseñado, como saludar, como pararse, hablar, detener a alguien, sin dejar de olvidar el "santo y seña", una contraseña, clave para reconocense entre guardias, por medio de dos palabras clave, durante todo el dia. Yo siempre tratando de hacerlo de la mejor manera me habla propuesto cumplir mi rol de vigilante a la perfección siguiendo cada una de las instrucciones.

Pero para mi desgracia lo que aconteció fue así

Aquel día comparti la guardia del puesto numero uno el acceso principal al campamento, con el soldado Marchant. Debia detener e identificar a cualquiera que llegara a solicitar el acceso al recinto. Por muchos minutos estuvimos sin ninguna actividad. Pero de pronto un vehículo se acercaba. Me puse al medio del camino, bien parado, esperando que se acercase. Llegó a gran velocidad y se detuvo a centimetros de mí, frenando bruscamente. Me acerqué al conductor y de acuerdo a mi preparación, le solicité que me mostrara la identificación.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando bajando el vidrio trasero me dicen:

Soy tu Coronel, pelao hue-ón!

Y poniéndose en marcha ingresaron al recinto dejándonos con las ganas de hacerlo bien. Fue tal mi desagrado y rabia, que cuando vi al teniente, le conté y le dije:

¡No se para que me enseña leseras, que ni ustedes mismos son capaces de cumplir!

El teniente se rió, diciéndome que con el tiempo iba a aprender a distinguir cada situación.

Jaime Caro, el teniente de mi sección, nos animaba a ser los mejores, no tanto para su éxito como instructor, sino mas bien como buen guía en el camino, mostrándonos lo bueno y lo malo de cada situación y su razón de ser.

La amistad que logramos con el teniente, se habia iniciado a partir de aquel instante mismo que ingresamos a la Escuela, la primera vez que llegamos a los comedores. El oficial observando a la tropa sus malos hábitos, nos hacía, una y otra vez, entrar y salir del comedor, hasta que la simple acción de tomar la silla y sentarse, se realizase con un relativo orden y silencio y no apareciéramos como animales desesperados por recibir un alimento. Pero unificar el criterio en un centenar de personas, venidas de los más diversos lugares y variadas costumbres, era difícil tarea para ser lograda solo con la razón y requería el uso de la fuerza. Así mismo, el intento por lograr que tomasen la cuchara como corresponde y no hacer sonar la boca al comer, por poner un caso, lo llevó a "ponerme de ejemplo ante mis camaradas, reconociendo en mí, quizás un poco mas de conocimiento que la mayoria.

Amistad forjada en charlas informales en tantas ocasiones en el cuartel. A veces llegaba a la cuadra y nos hacía levantar, junto al "abuelo" (Agustin) y nos llevaba al casino de oficiales a comer unos apetecidos emparedados, marcando un trato un tanto preferencial con el resto, aunque por ellos, imperceptible.

Similar actitud tenía en las interminables y frías noches de campaña, cuando le correspondía ser oficial de guardia, quizás porque él mismo sentía el peso de sus jinetas a la corta edad de dieciocho años.

Este hijo de General, fue el que me salvó en una complicada situación en la cual me vi envuelto con uno de los Cabos instructores de nuestra Compañía.

Recuerdo el día que, después de una larga y tediosa instrucción, el Cabo Pereira, un recién salido de la Escuela de Suboficiales y con muy pocas aptitudes militares, a mi parecer, nos llevó a la famosa cancha de los "berlines", un lugar de un suelo cubierto con un finisimo polvillo muy similar al cemento y que al arrastrarnos por éste, nos cubría hasta los ojos, llenando nuestras bocas de polvo y barro.

En una abierta actitud de revancha por los malos resultados obtenidos por la escuadra a su mando, nos tuvo por largas horas metidos en ese polvo reptando de un lado a otro, lo que hacíamos con una mezcla de rabia e ironía despertando toda clase de reacciones en el joven instructor.

Al retomar al campamento, realizó una inspección a nuestra carpa y sin mediar razones se lanzó, con una desenfrenado serie de golpes, contra uno de los soldados, una actitud sin mayor sentido ni explicación, ante la mirada atónita de nosotros.
Fue en aquel instante que sin pensar tuve una instintiva reacción y sin darme el tiempo de pensar, empuñé mi mano y fue a dar en pleno rostro del superior.



Aquel tuvo todo tipo de reacción, sorprendido tanto como yo. Se me lanzó encima descontrolado y tuvo que ser afirmado por mis propios compañeros para evitar que la riña pasara a mayores. Salió de la carpa, rápidamente, y minutos después retornó acompañado con dos guardias.


Fui detenido y llevado al calabozo de campaña Una casucha de madera cerrada con candado Ambos guardias pertenecientes a otra Compañia me empujaron dentro del cuarto cerraron y se marcharon. Un poco confundido, un tanto asustado. miraba por entre las rendijas de las tablas los movimientos de soldados a la distancia. Permaneci allí por largas horas, dando vueltas a uno y otro pensamiento, buscando como solucionar el
 problema en el que me había metido. Era de madrugada cuando el sonido de la puerta me despertó, al abrirse ésta, el Teniente Cano estaba alli.


Levántese soldadol, me grito.

Me puse de pié, y salude al oficial. Me tomo de un brazo y me llevó fuera del insoportable calabozo, y en una charla muy abierta, le relaté lo sucedido y le insistí que podia corroborar mis palabras con los compañeros de la escuadra.

Me comentó que mi situación era complicada y que ya estaba en manos del Coronel, el era el único que podía determinar que sucedería conmigo, pero me confidenció que habían antecedentes de aquel instructor, que lo habían puesto en la peor calificación de la Compañía por su pésima labor como Instructor y no estaba en gracia con los oficiales. Aún así, mi actitud de rebeldía y agresión a un superior era una falta grave y por la mañana seria llevado ante el oficial máximo de la Unidad, el Coronel Director de la Escuela.

Me llevó a mi lugar de encierro y se retiró, dejándose ver una intención de cooperar en la solución de mi problema.

Muy temprano, aún no sonaba la diana, me sacaron y me llevaron hasta la carpa de oficiales donde el Coronel me interrogó sobre lo sucedido, me habló de mis buenas calificaciones hasta entonces, de las penas del infierno que podían recaer sobre mi y un extendido sermón que yo escuchaba atentamente, sin despegarle los ojos.

¿Que pasa con esa Escuadra soldado?.... Preguntó.

¿Porque tan malos resultados?

Mi Coronel... lo que pasa es que tenemos un pésimo instructor.. y el resultado es éste...


¡Expliquese soldado, interrumpió ..." supongo mi Coronel que un cabo al menos debería tener voz de mando y yo sé, que cualquier soldado de la Compañía lo haría mejor que él...y el resultado de eso son siempre malas formaciones y...."

¡Teniente Caro, en la formación quiero al cabo y el soldado haciendo una serie de giros con la tropa..!

¡Estoy harto de oír estupideces!..¡Retirese soldado!. Me ordenó.

El teniente me llevó a la formación y retomé mi lugar en la Compañía. Las miradas de mis camaradas se dirigían una y otra vez a mí, había múltiples preguntas en ellas.

Después de la cuenta diaria al Comandante, el cabo fue llamado al frente de toda la Escuela en formación, y el Teniente ordenó que hiciera unos giros con la tropa. El cabo siguiendo el protocolo, se dirigió al frente, tomó el mando de la Escuela y comenzó a ordenar los correspondientes giros a lo cual la tropa respondía tan informalmente como lo era su manera de impartir las ordenes. Con la complicidad de la mayoría de los soldados de su propia Compañía, muchos compartiendo mi criterio, el resultado no fue satisfactorio.

Luego de finalizado el ejercicio, fui llamado al frente por el Teniente de mi Unidad, era mi turno. Sali adelante alentado en murmullos entre filas, por todos mis compañeros, respiré muy profundamente y me dirigi al centro del patio de formación. El silencio y la fría brisa de la mañana corrían por el patio.

Debía hacer exactamente lo mismo que un instante había realizado el cabo Pereira, lo que me facilitaba más aún las cosas.

A unos diez metros del Oficial Superior me detuve. Me cuadré haciendo sonar lo mas que pude al juntar las botas, y llevando mi mano a la visera, saludé al Coronel:



¡Permiso mi Coronel para tomar el mando de la Escuela!

A lo cual consintió, respondiéndome el saludo.

Parado al medio, gire en 180 grados para quedar frente a las cuatro unidades de formación, estaba al mando de la totalidad de la escuela.

Con mi mejor voz grité:


¡Soldado .xxxxxxxxx., toma el mando de la Escuela! ¡Toda la Escuela obedece mi voz! ¡Atención.... Firm.........

Y se escuchó un solo golpe de botas que hizo retumbar el patio. ¡Fue genial! Sentí un respaldo inmediato de parte de la tropa y continué:

¡A la iz...quier...! ¡Media vuel...! ¡A la de...rreee! ¡Media vuel! ¡Escuela a discreción;. ¡Atención.. firm..!



Con todas Compañías en campaña había realizado los ejercicios correspondientes y en las miradas de los instructores "leía" excelente resultado, muy por encima de los del cabo Pereira quién con voz poco apropiada y con la apatía de los soldados había sido muy mediocre.

Me sentí realizado al mando de tanto soldado. Sin importarme resultados, ya era para mí, motivo de orgullo. Finalizada la formación el Teniente Caro me llevó hasta la carpa de mi escuadra y reunió a los soldados, comunicó que el cabo ya no seria instructor de la Compañía y que era tiempo de demostrar que las malas calificaciones obtenidas por nuestro grupo habían sido por su ineptitud como instructor. Me dio un fuerte golpe en la espalda y dijo:

"... Te salvé. Pero ahora mientras llega el nuevo instructor deberás comandar esta escuadra y si no pasamos la revista preparatoria será tu culpa..." sentenció el teniente.


Senti una satisfacción y reconocí la gestión salvadora de aquel amigo.

No obstante la amistad con Jaime Caro, éste no tenía compasión, ni hacía gran diferencia a la hora de los castigos o para pedir un " voluntario" para tal o cual ingrata tarea. Recibí de éste oficial los mejores palos, que en su momento lamenté con indignación, pero que al pasar el tiempo y superando etapas se ven, retrospectivamente mirando, como una gran lección de sabiduría. Leí siempre entre lineas que su intención era mejorar mi formación y endurecer mi carácter.

También tuve ocasión para cobrar revancha de los palos recibido por encargo del teniente Caro.

Una noche en Peldehue, estando mi Compañía de guardia, ordenaron los cabos de relevo ser colocado junto a mi camarada Ocampo y al pelado Martínez, de guardia en el puesto mas temido por la tropa, "el puente de la novia", que al igual que muchos lugares, tenía su tradición de historias de misterio y apariciones que a no pocos hacia creer de la existencia del espíritu o fantasma de una cierta novia que allí se aparecía. Martinez era uno de esos.

Llegamos hasta el famoso puente. Nosotros con Ocampo reiamos y alentábamos sus temores. El lugar era muy oscuro, como todo campo, iluminado solo por algún rayo de luna que se dejaba ver entre las nubes de noche.


El puente de madera, un riachuelo que corría con matorrales a ambos lados, un sendero angosto que lo cruzaba, y el canto de grillos y pájaros nocturnos matizaban el lugar. Este era el lugar que debíamos "vigilar" las próximas cuatro horas. El cabo de relevo nos dejó en el lugar y se fue no sin antes advertirnos que no podíamos dejar pasar a nadie por el puente.

¡Nadie se mueve de aquí hasta que venga el relevo ...!

Entre bostezos de sueño y agotamiento, con Ocampo nos sentamos a la orilla del puente y fumando, ocultábamos la luz del cigarrillo para no ser vistos a la distancia. Martínez parado al centro del camino no se cansaba de mirar de un lado a otro alertado y sorprendido por cada ruido que allí se producía, algún pájaro en la hierba, el agua, la rama que movió con el viento, todo era vigilado atentamente por él.

Por momentos las nubes dejaban todo sumido en la oscuridad. De pronto, algo sentí que me alertó e hizo parar mis antenas. Con mi codo di un golpe a Ocampo y le señalé llevándome un dedo a los labios:

¡Shhhhhhhhh!.

Nos pusimos de pié y me acerqué a Martínez diciéndole al oído:

¡Espera aquí!... ¡Alguien anda allá abajo! ... ¡Voy con Ocampo a ver...!

Con paso adecuado comenzamos a bajar por la orilla del puente, se sentía en las cercanías el crujir de las hojas al ser pisadas en el suelo. Ya casi seguros de que alguien se acercaba le señalé a Ocampo que esperara alli, mientras yo iba rodeando un gran árbol hasta la fuente del ruido.
Habia caminado unos veinte metros y senti la voz de Ocampo gritar.

alto o disparo !".

Un tanto nervioso, mi camarada insiste solicitando el santo y seña, pero no obtiene respuesta.

*¡alto... alto o disparo! "Repite gritando entre las sombras

Me apresure al lugar y entre las ramas vi las espaldas de quien iba tras Ocampo y sin pensarlo coloqué mi fusil en su nuca y le dije:

¡Al suelo!...... Tirate al suelo mierda...!

Soy tu Teniente..pelao.... Me respondió...


¡Soy tu Teniente! Insistió, mientras se agachaba en una falsa actitud de tirarse al suelo, probablemente esperando no ensuciar su impecable tenida.

Con mi bota lo impulse para hacerlo caer al suelo. entre las hojas y el barro. Ya lo había reconocido.. Sí, era el teniente, pero en una fallida actitud de sorprendernos y con alguna treta preparada para nosotros. Ocampo siguiendo la corriente, se sumó a la acción y le dijo:

¡Muéstreme su identificación!

Sin dejar de apuntar nuestras armas al "sospechoso" Ocampo revisaba sus bolsillos y yo cuidaba que no se levantara. Ocampo extrajo una tarjeta y girando en busca de luz para verla le dijo:

"... Mi teniente  ...no lo había reconocido...".

Ya reincorporados y retornando a nuestro puesto de guardia, nos confidenció que pretendía sorprendernos y hacernos pasar mas de un susto.

El suceso no pasó a mayores y quedó en el recuerdo, un grato recuerdo de aquel joven oficial, su sentido del humor y su gran disposición a compartir con los soldados.
El bus sigue por la carretera a gran velocidad. Sabemos que hay una alerta nacional por los acontecimientos que tienen al pais en conflicto y al borde de una guerra.

Esta madrugada, antes de salir, presenciamos mas de un intento de deserción entre los conscriptos que estábamos preparando el viaje.

Un soldado de la Compañía de Tanques realizó un intento de suicidio que no pudimos conocer en detalle, debido al silencio que inmediatamente se le puso al hecho. Solo sabemos que intentó cortarse las venas y que no está en los buses y fue enviado a la enfermeria.

Mañana será la Noche de Año Nuevo y el período de encierro se ha hecho muy largo. Pese a haber tenido en dos ocasiones visitas de la familia en la Escuela.

No pudimos pasar la Navidad con ellos, debido a una alerta o acuartelamiento que se produjo la semana pasada. Solo tuvimos comunicaciones telefónicas, desde un aparato público instalado en la guardia. Pero nos reunimos en el comedor esa noche, toda la Compañía, y cantamos hasta muy tarde para olvidar un poco la fecha.

Todos debieron salir al frente a cantar o hacer reír, contando chistes o historias. Cuando fue mi turno, no tenía nada que cantar ni contar, pero recurri a los sones de una pequeña armónica, que mi compañero portaba y entristecí el aire con algunas notas tratando de esbozar una melodía. Los ánimos no estuvieron nunca de lo mejor y en los rostros de todos los soldados se traslucía amargura.

Es que quizás después de tanto ejercicio, tantas horas de marchas, carreras, disparos y clases teóricas sentíamos que no era justo pasar un día como aquel, encerrados. Mas de cuatro meses sin saber lo que es caminar por una calle, ver un viejo amigo, la polola o simplemente poder salir a lucir éste uniforme que tanto sudor nos a costado llevar y que muchos deseamos vestir con gran orgullo.

Desde aquel primer día que ingresamos a la Escuela, ¡cuantos han cambiado!, ¡Cuántos han sentido impotencia y tenido que agachar la cabeza una y otra vez, endureciendo cuerpos y corazones!.

Esa noche de Navidad recordamos junto a los instructores cada instante vivido, como aquel agitado día que ingresamos por primera vez a ese cuartel, recorrer sus dependencias, patios y aulas, conocer las llamadas cuadras o dormitorios con un centenar de literas y casilleros en una enorme sala, en un segundo piso de la añosa construcción.

Aquel momento de la entrega de un traposo uniforme muy distinto del que muchos soñamos vestir, botas viejas y duras entre otras pertenencias que debimos guardar junto a las propias, en cada casillero designado.


La primera formación, con un aire de paisano, en un tranquilo ambiente, que podría decirse era muy relajado y casi de colegio.

Ya cayendo la noche luego de la cena, la ultima formación para la rendición de cuentas y a la cama.

Poco a poco fueron acallándose las voces hasta quedar todo en silencio. Los pasos del "imaginaria" o centinela de la cuadra, seleccionado por algún instructor que lo consideró merecedor del castigo, se dejaban sentir de cuando en cuando.

La calma y la paz terminaron abruptamente esa madrugada. Un sonar de palos que golpeaban las latas de los casilleros nos hicieron saltar de nuestros lechos entre gritos, y una docenas de instructores parados sobre los casilleros nos instaban a correr rápidamente a la ducha. Un infaltable dormilón, es lanzado al suelo con colchón y todo. En los baños nos esperaba una fría y breve ducha, pałos van, palos vienen, todos corren, con su toalla en la mano, en una larga fila humana.

Cada cuál preocupado de sí mismo, de atender cada detalle, y de salvar su propio pellejo, no mira un instante al lado.

La fila comienza a salir rápidamente de los baños, mientras aún quedan muchos por entrar. Los muchos instructores, esgrimiendo cualquier elemento, apuran la causa. El piso comienza a mojarse y algunos resbalan y caen pesadamente al suelo. Pero todo continúa.


Nadie se salva de recibir mas de un palo en el desnudo trasero. Para no ser la excepción recibí uno, que me dejó medio cojeando, Debía continuar o recibir otro. La elección era fácil.

Los instructores a gritos ponen la nota de desorden y confusión. De pronto una voz grita:

¡Personal, alto!.

(Y todo se detiene. Como jugando a: "Un, dos, tres, momia es.....")

Y ridículamente, quedamos todos parados, desnudos, mientras un oficial se pasea mirando a cada uno de arriba abajo por largos minutos. Después de tanto ruido, no vuela una mosca.

¡Buenos días, Compañía!..

nos grita.-
¡Buenos días mi Teniente! Le responde un centenar de voces.

¡Se acabó la flojera! ¡Aquí no está la mamita!..



y comenzó el tipico discurso con alusiones al cambio de vida que alli se iniciaba,-

Y luego ordena continuar, vuelve la locura por vestirse rápido, los gritos, las carreras, el compañero de al lado que no encuentra un bototo, el otro tras la camisa, y yo para no ser menos, buscando un calcetín, que no se donde cayó, entre tanta carrera y palos por doquier.

¡Es increíble la rapidez que adquiere el ser humano después de recibir un buen - palo en la raja-¡

De vuelta al baño, esta vez ya vestido, a lavarse y afeitarse, a una velocidad jamás vista.-

Con algo de experiencia ganada los meses de instrucción en el Regimiento Buin, ya me había afeitado en la madrugada en la cama y con ello ganaba algunos segundos de ventaja. La larga fila corre, en dos sentidos, hacia y desde el baño. Luego al casillero a sacar el jarro para la formación del desayuno. Subir escalas, bajar escalas. Ya estoy agotado y no son aún las siete. Por fin entramos a los comedores, y sentados en una silla esperamos a que nos sirvan una taza de leche, y nos entreguen la ración de pan. Salir del comedor, correr a lavar el jarro, subir a la cuadra, abrir el casillero, guardar el jarro, ponerse el gorro, cerrar el casillero, bajar las escaleras, formarse. Todos estos movimientos cronometrados con el palo de los instructores.

Estas acciones y muchas mas de las actividades de un Cuartel, que en un momento parecen imposibles de realizar, en los tiempos que exigen, pronto se transformarán en las rutinarias actividades que organizadamente se realizarán día tras día, y mirando atrás, nos permiten ver los cambios experimentados en las conductas de nosotros, los soldados.

Ya eramos parte de esa Compañia, la Compañia Plana Mayor de la Escuela.

No habían transcurrido mas de tres días de nuestra Ilegada, cuando una noche se alteró el funcionamiento de la Escuela por una serie de disparos que provenian de fuera del recinto, Al instante se cortó la energía y todo quedó en penumbras muchos nos levantamos y deambulamos por la "cuadra sin encontrar sentido al suceso.

De pronto una sirena muy particular resonó en el patio, al asomarme a la puerta del dormitorio, me di cuenta que el ulular venía desde la guardia. A los pocos minutos se presentaron algunos cabos y rápidamente hicieron salir de sus camas a los que aún permanecían alli y en una carrera desplazaron a todos los reclutas hasta los comedores en el primer piso y alli permanecimos, solo con el "BabyDoll" que era nuestro pijama que como un camisón nos cubría solo hasta la rodilla y desnudos bajo éste, permanecimos por casi una hora mientras continuaban los disparos que, para entonces

ya se hacían más cercanos. Lo propio habian realizado las otras Compañias, incluyendo a los Dragoneantes o Alumnos de la Escuela, cosa muy extraña.

Ante la incertidumbre, se nos comunicó que la Escuela estaba siendo atacada por extremistas y que la guardia repelia el ataque, por seguridad, debido a lo antigua de las instalaciones y la altura donde se encontraba nuestro dormitorio se nos habia evacuado para evitar ser expuestos.

Mas de una hora permanecimos encerrados en el comedor y no retornamos a la "cuadra", sino hasta que la energia eléctrica fue repuesta en el cuartel.

El comportamiento inusual y serio de los cabos daba indicios de la seriedad del incidente.

Algunos comentarios del hecho siguieron dias posteriores y nunca se repitió una situación similar.



Mi compañero duerme. Santiago a quedado atrás, la columna no se detiene. En los buses no viajamos en estricto orden, por lo que no comparto el bus con muchos de mis ex camaradas de Compañía, y las caras son mas bien desconocidas. El silencio se apodera de cada uno y algunos rostros no disimulan la inquietud por nuestro destino. Luego de dormir unas pocas horas, me levanto de mi asiento, estiro las piernas un poco y me vuelvo a sentar. Con Agustín nos entretenemos contando historias y recuerdos, en especial, rememorando las experiencias recientemente vividas. Le conté lo que había sucedido con el soldado Fariña.

Un inusitado movimiento de vehículos rompió la monotonía, desplazándose a gran velocidad, un par de jeep's se dirigía desde el interior del campamento directo hasta el puesto de guardia que cubríamos. En los vehículos venían, un teniente de mi Compañía Plana Mayor y el conductor en uno, y un sargento, un cabo y un soldado en otro.

Al acercarse, reconoci al Oficial de Guardia, el teniente. Este dispuso de inmediato que debía subir, y mi compañero de guardia, permanecer en el puesto.

Sobre la marcha, abordé el móvil y en una veloz carrera nos dirigimos hacia la carretera.

Ingresamos a la vía principal y nos dirigimos al Sur unos kilómetros, al llegar al recinto perteneciente a la N.A.S.A. nos desviamos hacia el Poniente ingresando a dicho lugar.

Una senda pavimentada culminaba en unas inmensas antenas parabólicas emplazadas en el terreno, la marcha continuaba a toda máquina, sentado tras el oficial, aún no comprendía dónde nos dirigíamos ni menos a que.

El pavimento terminó y seguimos por la senda de tierra, levantando una gran polvareda, el jeep que nos secundaba apenas se veía. Ya no hay camino solo una explanada de secano con uno que otro espino.

Le ordena al conductor detenerse y levanta su brazo indicando al vehículo de atrás que haga lo mismo. No había reparado en los binoculares que traía.

Se baja y conversa con el Sargento que viaja en el otro transporte, veo que señalan hacia el Sur y giro la cabeza para mirar en dicha dirección, pero no logro ver nada, sigo sin entender.

Miro al soldado que viaja en el otro vehículo, al cual no conozco, y este se encoge de hombros dando a entender que tampoco sabe nada.

Sin levantarme, me quito el casco y con un pañuelo seco el sudor de mi cabeza, acomodo las correas y el cinturón y me vuelvo a poner el casco y ajusto el barbiquejo.

El otro jeep se pone en marcha y corre raudamente en la misma dirección que traíamos.

El teniente se sube al nuestro y nos dirigimos al Sur en sentido perpendicular, mirando hacia atrás me dice:

Un soldado de tu Compañía a desertado y se llevo su armamento. Lo vieron cruzar por aqui...... .

Al fin comprendia lo ocurrido. Ahora faltaba saber quien era aquel fugado.

El teniente se levanta a menudo y recorre el lugar con sus catalejos, pero no se divisa a nadie. Ni siquiera puedo otro trasporte. ver el

Atrás van quedando las antenas y el terreno cada vez es mas escarpado y me voy de un lado a otro entre salto y salto

Enfilamos ahora en dirección de la carretera seguimos al sur.

y Bajamos por una pequeña quebrada y giramos esta vez hacia el poniente, lo digo por que el sol está al frente y dificulta la visión.

Por un instante mi mente trató de imaginar lo que aquel soldado debió haber sentido para tomar tan drástica determinación. ¿Qué sería lo tan terrible?

Sé que la deserción es castigada hasta con cárcel

De pronto el oficial to encuentra. Efectivamente, unos cien metros en diagonal al frente un soldado corre unos metros y se detiene. Vuelve a corre y se detiene, entre unos pequeños espinos de pronto se pierde.


Esto era de película, una persecución a la cual solo faltaban los perros. (¿o eramos nosotros?)

El teniente detiene al vehiculo y se levanta de su asiento y desenfundando su arma de servicio, apunta al cielo y realiza dos disparos que rompen la calma del lugar.

Un instante después, le replican con dos disparos mas, provenientes de muy lejos y probablemente del otro jeep.

Ordena al conductor seguir al soldado, pero a cierta distancia.
Lo pierdo de vista, el teniente pregunta:

¿Viste quien era?

¡ No. Mi teniente!. ¡no alcance a ubicarlo.! Le

respondo.

En realidad me pareció que era "el rucio Fariña"; pero no dije nada.

Sí. Podía ser Fariña, ya que últimamente se veía muy deprimido y fue castigado varias veces (especulaba en silencio).

A lo lejos veo venir el otro jeep, de frente hacia nosotros y al soldado.
Este último comenzó a zigzaguear sin saber donde ir. el fusil lo llevaba en su mano izquierda, estaba muy agotado y polvoriento, su camisa a medio abotonar y no llevaba su cinturón.

De pronto cayó o se lanzó al suelo, nos detuvimos al instante que el otro jeep hace lo propio treinta metros mas allá de Fariña.

El Teniente baja del vehículo y me ordena hacer lo mismo y seguirlo.

Como buen discípulo le seguí dos pasos mas atrás, fusil al frente, pegado al pecho sostenido con ambas manos.

El oficial, pistola en mano, avanzó lentamente, a la vez que gritaba al soldado:

¡Deja el fusil en el suelo!, ¡Deja el fusil en el suelo!

Noté cierto grado de temor en el teniente.

Fariña no se movía del suelo.

El sargento y el otro soldado se acercaban por el otro lado.

En un instante el Teniente saltó sobre el soldado y le arrebató el fusil, pero Fariña no se movió, su cara permanecía pegada al suelo.

Con el sargento, lo levantaron. Su mirada estaba perdida.

Yo permanecia a dos metros y me ordenaron sacarme el cinturón y amarrarle las manos a su espalda.

De este modo lo llevamos al jeep y le ayudamos a subir. Sentado frente a mi, no levantaba la cabeza. Se veía muy perturbado.

Retornamos rápidamente al campamento y lo entregamos en la guardia.

De aquel incidente poco se supo después, Fariña fue dado de baja y ningún comentario dio una versión razonable de lo acontecido.

000

Sentimientos variados cruzan por mi mente, realmente ahora, en un lugar muy lejano, podré experimentar el desafio de encontrarme solo ante el mundo, por otra parte tengo la gran oportunidad de conocer lugares muy remotos del país, quizás no vuelva a tener la ocasión de viajar al Norte.

Algo me inquieta enormemente y me tiene desanimado, ¿qué fue del esfuerzo realizado por lograr la ansiada beca militar?. Mucho me sacrifique para lograr la segunda antigüedad destacando por sobre tantos soldados y ya estaba creyendo que mi destino sería vestir un uniforme de por vida.

No comprendo entonces porqué no me dejaron en Santiago Cuando nos hablaron de la beca para estudiar la carrera militar, fue tal el empeño que puse en superar los innumerables obstáculos principalmente los físicos, que es muy frustrante el saber que todo. probablemente, quede en nada.

¿Estuviste en la práctica de tiro en Peldehue, donde hubo un accidente? Pregunta Agustín.

¿Qué fue lo que pasó?

¡Te voy a contar! Respondi, iniciando el relato.

Una tarde nos llevaron al poligono, en la falda del cerro, y nos indicaron que realizariamos por primera vez ejercicios de tiro.

Obviamente, soldados recién iniciados no podíamos esperar sino que fuese con los viejos fusiles Mausser que aún se conservan y forman parte de nuestro equipo de combate.

Llevamos sobre nuestro casco, el casco de acero, que pesa "una tonelada" y cuesta mantener la cabeza erguida.

Una pequeña caminata en formación, los instructores al frente y costados hasta llegar a una explanada en la falda del cerro.

Unas banderas demarcan el lugar, y muchos instructores alrededor forman parte del paisaje.
Al fondo, unos pilotes de madera con un cartón con una figura humana forman una fila a la distancia y eran el blanco al cual debíamos disparar.

Era un momento importante en la vida de soldado, disparar un arma por primera vez, había mucho entusiasmo.

Luego de una charla de repaso, nos fue entregado uno a uno, el cargador, esta vez con balas verdaderas.

Ya tendidos en el suelo preparamos nuestras armas y apuntamos a nuestros objetivos. La culata del fusil fuertemente apegada a mi hombro para soportar el impacto de ésta, y las manos firmemente sosteniendo el Mausser.

Y por fin la orden de abrir fuego. Con mucha calma comencé la serie de tiros, muy concentrado en lograr impactar en el blanco. Era muy importante obtener una buena calificación en esta prueba y me empeñaba en hacerlo bien.

Todo transcurría normalmente bajo la tutela de los cabos y sargentos, pero al iniciar una segunda ronda de disparos se produjo un incidente. Algunos lugares a mi izquierda, yo aún tendido en el suelo y con poca visión hacia el lugar. Se sintió una pequeña detonación que no era la que normalmente hacía un disparo y fue acompañada por un grito solicitando ayuda.

Inmediatamente se nos ordenó alto al fuego, y mantenernos tendidos pero con la cabeza pegada al suelo, lo que no nos permitía indagar lo sucedido.

La veintena permaneció así por largos minutos y cundía la incertidumbre. Uno a uno iban pasándose preguntas y suposiciones, y solo sentíamos muchos movimientos a nuestras espaldas, por fin comenzó a llegar información con algo de sentido. Se comentaba que uno de los soldados había resultado herido y

que fue sacado del lugar rápidamente. Transcurridos unos quince minutos, se nos ordenó levantarnos y en formación, nos contaron que a un soldado se le había reventado el fusil en el momento de hacer un disparo.

El soldado había sido llevado a la enfermeria con lesiones menores pero el accidente pudo tener otras consecuencias.

Lo que pasó fue que el soldado disparó sin percatarse de que el proyectil no salió del arma, entonces al volver a disparar la bala imposibilitada de salir por la anterior que obstruía el cañón terminó por reventar el arma y lanzar un sin numero de esquirlas en todas direcciones.

Era motivo para repasar nuevamente cada uno de los detalles y cuidados que debíamos tener al manipular y accionar armas.

Afortunadamente el soldado, por temor, tuvo la tendencia a esconder la cabeza bajo el casco de acero al hacer el disparo y esto evitó que la gran mayoría de las esquirlas fuesen detenidas o desviadas, impactándole algunos trozos de madera en cara, ocasionando solo algunas lesiones menores.

Reanudamos nuestra practica de tiro y de regreso al campamento pudimos ver al compañero afectado, ya recuperado del accidente relatando su experiencia. ¡Tuvo mucha suerte!

Termino diciéndole..

--¡Tu tenías preparación cuando llegastes, lo dijo una vez el Teniente! ¿Donde estuvistes antes? ---- Preguntó mi amigo.

A yo fuí llamado la primera vez al Regimiento de Infantería Buín --- respondi --- allí fuí instruído por primera vez

como estudiante, es decir con instrucciones todos los dias sabado por tres meses.
Aprendi las formaciónes, el manejo de armamento y recorriamos todas las canchas de instrucciones de la infanteria pero pese a mi insistencia no logré que me incorporaran. Fui derivado a la Defensa Civil donde no me sentía satisfecho. Entonces volví a recurrir a un amigo que tenía un Coronel en su familia y por medio de él, consegui ser llamado nuevamente al Servicio Militar Obligatorio, seis meses después apareci en las listas y me presenté en el Batallón Logistico de Santiago y de allí fuí derivado a la Escuela de Blindados.

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¡Espero llegar a una unidad que no demande mucho esfuerzo, algún regimiento motorizado o de servicios.!. Le comento a mi compañero

¡Bueno, en el peor de los casos, terminaré mi servicio militar y quizás me quede a vivir en el Norte.! Me replica él.


La vegetación quedó atrás y el terreno se hace cada vez más árido y desolado.

Por varios minutos hablamos de nuestras respectivas familias y el lugar donde habiamos crecido, la escuela y muchos temas más.

¿Recuerdas la instrucción nocturna en Peldehue? Le pregunté, y respondió afirmativamente sonriendo.

¡Ese huevón del  cabo Calabaceros!

El cabo Calabaceros era uno de los instructores de mi sección en la Compañía. Era un poco bajo y corpulento, siempre atento a cada una de las actividades, se destacaba por ser un buen instructor, rudo, avezado y con gran sentido solidario cuando lo ameritaba. Gozaba de gran fama en la Escuela debido a que nadie podía superarlo a la hora de cuadrarse; nunca nadie ha logrado hacer sonar las botas tan estruendosamente como él al momento de ponerse "firme", y cada vez debía hacerlo al frente de la unidad o de la Escuela en formación, causaba risa su habilidad.

Orgulloso de ser un "blindado", lucía siempre impecable uniforme y una roja boina muy caida sobre un costado de la cabeza. Era un gran deportista y gustaba participar de cada uno de los ejercicios a los cuales eran sometidos los soldados.
Severo con la disciplina, implacable al momento castigar pero un guia y amigo cuando correspondiera.

Pedro Calabaceros gustaba de las instrucciones noctumas Saliamos en grupos de veinte soldados y un instructor. en largas carminatas por los alrededores de Colina, cruzando campos y cerros. Por lo general, los ejercicios consistian en poder alcanzar cada grupo, en el menor tiempo posible, un objetivo determinado, para lo cual se contaba con un mapa de la zona y elementos como binoculares, linternas, brújulas y otros afines.

Cada sección tenía un trazado de avance distinto y normalmente convergían todos en un lugar en el cuál se encontraba la oficialidad de la Unidad, cronometrando y evaluando a cada grupo


Era muy entretenido, salvo el enorme derroche de energia requerido para caminar, correr, subir y bajar lomas y cerros Calabaceros era un buen guia a la hora de salir a terreno, conocia bien su oficio y nos conducía sin problemas hasta el objetivo.

Aquella noche, entregado el plano de la zona, la sección completa comenzó una larga caminata saliendo del campamento de campaña y en dos hileras, una a cada lado del camino (Carretera San Martin), caminamos muchos kilómetros en dirección al norte. Teniamos la orden de tirarnos al suelo cada vez que un vehículo se aproximase. Y así lo haciamos quedando tendidos en la berma, hasta que el auto o camión se alejaba. Era entretenido y se hacia en un grato ambiente pere dentro de la disciplina. El desplazamiento debía ser silencioso y rápido, el cabo se encargaba de que asi fuese. A menudo nos deteniamos para revisar el mapa, tras algún árbol o en la entrada de un predio y proseguiamos nuestra marcha. En algún punto del camino nos introducimos a los campos, saltando y pasando por entre las cercas de alambre y nos dirigianos ahora en dirección Este, de acuerdo a nuestro plan. Estábamos invadiendo recintos privados y metiéndonos por plantaciones de lechugas y otras parcelas. Por momentos la luna iluminaba todo el lugar y nos obligaba a parapetarmos bajo los árboles o avanzar agachado o dentro de alguna acequia de regadio.

En un lugar de la ruta nos encontramos con una gran cantidad de manzanos con su fruta al alcance de la mano, Inevitablemente debió ser el lugar para hacer un "aro" en la marcha y detenemos a descansar y disfrutar de las bondades del campo. Pero minutos más tarde, la marcha se cambió por un trote debido a la dernora que habíamos tenido en la oculta cena.
Comenzamos a subir un enorme cerro llamado "La dama" y en el cual, en determinada cota, debíamos reunirnos con el teniente según el programa de esta sección. Media hora subiendo por senderos interminables y por momentos con escasa visibilidad, lo que hacía que más de alguno cayera metros mas abajo, después de haber perdido el rumbo señalado por quienes iban como observadores adelantados.

Cuando el cabo creyó estar seguro de estar en el sitio preciso, nos sentamos relajadamente a esperar la llegada de las otras agrupaciones al lugar. Estábamos entre medio de los cerros y no se percibía la presencia de nadie en las cercanías. Aprovechamos el momento para cerrar los ojos un rato y dormitar un poco.

La noche fue perturbada por el tronar de un disparo de fusil a la distancia y nos reincorporamos rápidamente. Nuevamente otro disparo y esta vez un rayo de luz rojo cruza de una ladera a otra. El cabo nos indica que son balas trazadoras indicando la posición de las agrupaciones, a lo cuál, usando su propio fusil responde con un tiro, revelando nuestra posición. Varios disparos de diferentes puntos respondieron al primero.

Mas tarde fueron llegando una por una las secciones hasta reunirse gran cantidad de efectivos en el lugar. En la penumbra, aguardamos la llegada de los oficiales, que hicieron su aparición desde la parte alta del cerro, lugar desde donde por mucho rato habían permanecido observando.

Dado por concluido el ejercicio, la Compañía en formación de dos en fondo, retornó al campamento, esta vez por una senda en linea recta, reduciendo el tiempo de caminata.

A las carpas a dormir. Hora de diana para la Unidad, aquel día, once de la mañana.

Las actividades de aquel día comenzaron muy temprano, había gran despliegue de tanques y otros vehículos blindados. Las instrucciones comenzaron inmediatamente después del desayuno, con marcha al monte y posteriormente el cruce de la cancha de adiestramiento. Saltando obstáculos formado por varas de madera, subir y bajar cuerdas, pasar "punta y codo" bajo alambradas con púas, cruzar algunos charcos de agua, subir por una escalera de cuerdas, todo ello en rápida carrera con el fusil en las manos y bajo la atenta mirada de algunos cabos cronometrando el desempeño. Con algún grado de dificultad en unos y facilidad en otros, pero con mucho entusiasmo, fuimos sorteando cada uno de los obstáculos enfrentados.
Por la tarde se realizaron desplazamientos de tropas en vehículos blindados de transporte, abordar y bajar de éstos entre disparos y columnas de humo, en un ambiente bélico recreado con gran aproximación.

Correr largas extensiones junto a un tanque, agazapándose y lanzándose al suelo cada vez que la orden lo indicaba. Formando una fila, tuvimos que lanzarnos al suelo boca arriba mientras por sobre nuestros cuerpos, con una infernal sirena ululando, provocando gran nerviosismo, un tanque pasaba, mientras inmóviles permanecíamos sintiendo a lado y lado del cuerpo las rechinantes orugas del vehículo avanzando. Era una interesante experiencia que requería nervios de acero y mucha concentración.
Continuaba el avance de las tropas, esta vez metidos en una hondonada entre dos cerros, comienzan los disparos de los tanques que se desplazan en la misma dirección y se ven a lo lejos, en la ladera del cerro las columnas de humo salir de los puntos de impacto. El ruido de metralla es infernal y el aire se enrarece.

Una basta zona alambrada nos obliga a arrastrarnos en punta y codo reptando como serpientes sorteando el obstáculo. A menudo nos miramos unos a otros a modo de compartir la experiencia.

¡Ataque aéreo! ¡ La cabeza al suelo! - Grita uno de los instructores.

A la distancia se siente la aproximación de un helicóptero y miro hacia atrás. Sobrevolando la columna de vehículos, se aproxima a gran velocidad y apenas a unos metros del suelo, pronto lo tengo sobre mi cabeza en el instante en que dispara un par de cohetes que salen de cada lado de su fuselaje dejando una larga estela de humo, hasta impactar y estallar en la ladera del cerro a unos trescientos metros al frente. Quedamos perplejos ante la cercanía del paso del helicóptero y los estruendos de disparos de gran calibre. Entre estampidos, humo y alambradas llegamos a un punto de reunión de todas las Compañías en ejercicio y se dio por finalizada la práctica. Retornamos al cuartel con cánticos y marchas como si de una victoriosa batalla viniésemos.
El viaje continúa sin pausa, hay algunos movimientos en el pasillo haciendo cambios en los asientos para buscar mejor compañía. Nosotros continuamos la charla. Le confidencié a mi compañero algunos de mis "trucos" para evadir algunas instancias desagradables..

El día sábado por la tarde generalmente en la Escuela se hacian actividades de lavado y remienda de prendas de vestir, era lo que se denominaba régimen interno". Cada soldado debía lavar sus ropas y sábanas, era una actividad tediosa. La gran mayoría lo hacía rápidamente para luego bajar al patio y dedicar el resto de la tarde a jugar un partido de fútbol, no sin antes haber tendido la ropa para su secado, en las barandas del pasillo del segundo piso.

Más fácil era permanecer en la cuadra a la espera que la mayoría estuviese jugando a la pelota y haciendo el sacrificio y aguantando las ganas de jugar, se podía fácilmente eludir el desagradable lavado de sabanas. Era cosa de aguardar tranquilamente, y sin ser visto por nadie, realizar algunos cambios de sábanas sucias por limpias; que mojadas previamente, pasaban inadvertidas y teniendo la precaución de seleccionar las que no tuviesen marcas o distintivos que las haga reconocibles.

De este modo el lavado se reducía a unas pocas prendas y ya no constituía una molestia. Creo que en todos los meses que permanecí en dicha Unidad, no lavé sabanas en mas de tres ocasiones.

¿Y el día que fuiste castigado por perder tu gorra?

¿Te acuerdas?

¿Sabías que yo fui quien te la sacó? Me confiesa Agustín.

¡Maricón, no te imaginas lo que busqué ese quepis!

Ese día, después de la formación al desayuno, donde se forma sin gorra, subí a la cuadra a guardar mi jarro en el casillero y, ¡sorpresa!. El famoso quepis no estaba. Lo busque dentro del casillero, en la cama, debajo de ella. Recorrí la cuadra entera desesperado porque no tenía gorra y la Compañía ya estaba formada para la cuenta y faltaba yo. Y gracias a un cabo que me paso la propia, prestada solo para la formación, pude llegar a la fila y después me regalaron diez palos en el "culo".

Afortunadamente, antes de la siguiente formación, tiempo que se me había dado para solucionar el problema, logré sustraerle la gorra a uno que la había dejado encima de la cama y de inmediato la marqué con mis iniciales y paso la revisión que hubo a raíz de la seguidilla de robos que hubo por la falta de una gorra.

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Estamos en pleno desierto y hace algunas horas nos detuvimos para comer algunas meriendas repartidas y compartidas. Creo que estamos cruzando la famosa pampa del tamarugal, ya que inserto en el agreste y desolado paisaje hay una franja de arbustos que rompe la monotonía del lugar. Mi camarada duerme, como la mayoría en este bus. Yo estoy repasando algunos momentos gratos vividos y los recreo en mi mente.

Recordé que había sido seleccionado como ayudante de tiro en cañones de 105 mm. montados en jeeps y aunque no llegué a cumplir dicha función, participé de varios ejercicios con esos vehículos. Me hubiese gustado haber permanecido mas tiempo en la Escuela y culminado esa fase.

Ya llegamos a la nortina ciudad y los buses han ingresado a un recinto denominado Batallón Logístico.

Agotados por el viaje, nos paramos y mirando por las ventanas nos mirábamos sonrientes con Agustín, diciéndole:

¡Esto es justo a mi medida! ¡Comida en abundancia, hacer guardia, salir franco y dormir bastante! ¡Aquí me quedo yo!

Bajamos con nuestros equipajes y miramos las diferentes filas. que conducen a distintas oficinas de empadronamiento. Se vive un ambiente de relajamiento y un tanto desordenado. Las distintas filas reciben a los soldados y destinan a diferentes regimientos del lugar.

Ya comienzan a desarmarse las agrupaciones existentes y los amigos se dispersan en las distintas reparticiones optadas por cada cual.

Agustin y yo, sin apuro recorrimos el lugar, con un millar de soldados desparramados por los patios del cuartel.

Todo entre un ambiente de calma y risas se desarrollaba hasta ese momento.

En un instante todo cambio abruptamente.
Los portones traseros fueron abiertos, y a gran velocidad ingresaron cuatro camiones pequeños, con su parte trasera cerrada por una carpa.

La visión de aquel instante me recorrió toda mi memoria al ver que todos ellos eran Boinas Negras o Paracaidistas que rápidamente me hicieron recordar algunos de los instructores que había conocido en la capital, y que no eran precisamente la imagen de un comprensivo y amable instructor. El patio del lugar se revolucionó rápidamente, un centenar de éstos paracaidistas, salidos de los camiones, se esparció por todo el recinto agarrando a quién les parecía y sin mediar palabra alguna lo conducian a un camión y lo tiraban arriba (literalmente).
Los soldados se desbandaron en todas direcciones, yo me escabulli sigilosamente hasta los baños del lugar y desde alli veía como eran tomados cada uno de los seleccionados. El temor me invadió. Entre los Paracaidistas, un par de oficiales dirigían la operación, apuntando a uno por aqui y otro por allá. Se estaba haciendo una selección a primera vista.

Miré a mi alrededor y no vi a Agustín, en el alboroto nos habiamos perdido. Los cuatro que permanecíamos casi escondidos en los baños, nos miramos e intercambiamos ideas.

¡Son Comandos.. i dijo uno.

¡Parece que están reclutando gente!... acotó otro.

¡Yo ni cagando me iría con ellos!.. contestó el primero.

dijo:

En un rápido balance de la situación, mi yo interior, me decía...

¡Esto no va contigo!

Si bien es cierto había superado muchas cosas al ingresar voluntariamente al Ejercito, no estaba preparado, ni me sentia con la capacidad y el valor necesario para formar parte de un grupo asi.

Cuando estuve en la Infanteria en Santiago conocí a un Cabo que nos había contado del entrenamiento llevado por ellos, de la dureza de los entrenamientos y de lo temerario que eran. Ya en la Escuela de Blindados, un paracaidista que siempre fue tildado de loco (y con razón), lo tuvimos de instructor en campaña y conocimos de sus locuras y arriesgadas acciones.

Se me vino a la mente aquel momento en que estando en la Escuela de Blindados, hora del rancho, todos sentados en los comedores. Un teniente de la Compañía de tanques era el oficial de guardia de ese dia. Habitualmente fanfarroneaba, se paseaba por los comedores entre los soldados, y generalmente llevaba colgando en su pecho a ambos lados, granadas de mano de esas españolas.

Con aire de macanudo, Ponía una mano en cada granada y se paseaba, casi mirando por encima del hombro a todo el contingente reunido.

Su boina roja bien tirada hacia un lado y haciendo sonar las botas en el suelo al caminar.

Un día el bravucón teniente, mientras reprendía a los soldados del rancho (escuadra de servicio), por la lentitud de la entrega de la merienda, quizás inconscientemente, se descolgó una de las granadas y ésta quedó en su mano.

Con tanta suerte y ante la mirada atónita del centenar de soldados, la granada perdió su sello y comenzó a desenvolverse la cinta que aflojó unos 20 cms, en el extremo opuesto la cinta lleva el seguro que la hace estallar.

¡Teniente... la granada..! Le gritó el paracaidista a su superior.

Pero, el hasta entonces macanudo Teniente, se congeló, mirando la granada en su mano, y no reaccionaba.

El boina negra se lanzó sobre el oficial y le arrebató el mortífero elemento y corriendo a la puerta lanzó la granada al centro del patio central, donde afortunadamente a esa hora de rancho, nadie andaba, produciéndose una explosión que remeció todo el cuartel.

Espectadores silentes del suceso, atónitos y desconcertados los soldados quedamos con la imagen pegada a la retina.

Terror, pánico, congelamiento, valor y reacción unidos en un incidente.

No se vio mas el teniente aquel. Tras el incidente recibimos al poco tiempo instrucciones de conocimiento de dichos elementos y supimos que aquellas granadas no debían estar con su dispositivo iniciador activado, como las portaba.

El mismo paracaidista que tuvo esa atinada reacción, gozaba en las instrucciones con vehículos haciendo pasar un tanque por sobre los soldados acostados en el suelo, sintiendo las orugas a lado y lado de sus cuerpos y la infernal sirena que llevan, precisamente para impedir que alguien se meta debajo.
Como sardinas enlatadas, uno a uno van llenando los camiones con los seleccionados, No quiero ni asomarme para no  ser visto por los reclutadores. 

Ya parece concluir todo, cuando veo aparecer por el pasillo a mi compañero Agustin acompañado por uno de éstos paracaidistas, me senti acorralado en el baño, mire a otro lado y comencé a caminar a paso largo, en dirección opuesta, por entre las filas de soldados hasta que senti que me tomaban del bolso por mi espalda hasta hacerme detener.

Tu amigo te estaba buscando... dice el boina negra,

Giré mi cuerpo y busqué en la cara de mi compañero una explicación a tamaña traición.

Al camión de las banderillas rojas!.. Me ordenó con un empujón que ayudó a iniciar una carrera.

¡No mi cabo! ¡yo tengo un problema en las rodillas y me voy a quedar aqui! Argumente, tratando de convencerlo y escabullirme de ellos.

¡Vamos a que te vea el medico! Dice el cabo y manda a Agustin a un camión.

Me llevaron a una enfermería donde eran examinados algunos de los soldados, esperamos un par de minutos y un Capitán de Sanidad, pregunta, que problema tengo.

..mi capitán, tengo un problema en las rodillas y no estoy apto para la unidad de paracaidistas donde me lleva el cabo! .... Le señalé tratando de lograr su compasión.

Es la oportunidad que tengo de salir de ésta, pensé.

¡Muéstrame las rodillas! ... dice.

Rápidamente baje el pantalón y le exhibí mis chuecas rodillas. El medico dio una mirada, me hizo doblar las piernas y movió la cabeza.
¡Apto!... fue la sentencia haciendo enrojecer mi rostro de rabia e impotencia. La suerte no estaba de mi lado y un sexto sentido me indicaba que era ese mi camino.

¡Al camión de banderas amarillas!.... ordenó el paracaidista.

Lancé mi bolso al interior y me encaramé por los fierros hasta subir, mientras dos instructores levantaban la tapa de la carpa trasera, para caer entre un montón de soldados que se apretujaban para dar cabida a uno y otro que subía.

Alli en la oscuridad del encarpado camión permanecimos varios minutos. Agustín no estaba en ese vehículo.

Risitas, lamentos, murmullos, especulaciones de toda índole, era lo que oía. comentarios y yo no lograba calmar mis nervios, no me explicaba la actitud de mi amigo. Un temor me recorría el cuerpo, realmente me negaba a aceptar lo que estaba sucediendo. Por momentos el pánico no me dejaba pensar. Todo era confuso, desazón.

Porque no haber quedado seleccionado en otro lugar, esto no es para mí, un grupo de paracaidistas era lo último en lo que habría pensado como destino de este largo viaje.

Mi instinto me decía cada vez con mas fuerza que debía salir de allí. Entre gritos y arengas alusivos a la guerra, el vehículo se puso en marcha y en una loca carrera nos alejamos del lugar, sin conocer nuestro destino.
En la oscuridad, se sentía el murmullo de una treintena de personas confundidas tratando de acomodarse entre piernas, bolsos, cabezas y cuerpos amontonados.

Las voces de los paracaidistas colgados en la parte exterior, nos animaban diciendo por ejemplo:

¡Llegó la hora!, ¡Vamos a una isla a instrucción! ¡El avión está esperando en el aeropuerto!

Por un pequeño orificio de un ojetillo de la carpa se dejaba ver un pequeño rayo de luz, con esfuerzo me fui acercando poco a poco para poder mirar afuera, era indispensable para mí, lograr ubicarme en el tiempo y espacio para calmar mi ansiedad y concentrar mis desordenados pensamientos.

Cuando logré mirar por la rendija, vi las calles por donde circulábamos raudamente, estábamos cruzando la ciudad y a lo lejos divisé el mar.

Debe ser mediodia, y veo a las personas, desde las aceras. mirar hacia los camiones con curiosidad.

El aire dentro del camión se hace cada vez más escaso y el calor reinante se toma desagradable. Por momentos los saltos que da el camion nos hace rebotar entre el piso y las tablas de las bancas que se van marcando entre las costillas, con una mano sujeta al bolso y la otra tomada de algun fierro de la carrocería.

Mas de alguien patea a otro, al acomodarse, produciéndose pequeñas rencillas y codazos producto del hacinamiento.

Algunas detenciones en el tránsito y reanudábamos la marcha, el ruido de los motores no permiten oir nada más. Calculo que ha pasado un cuarto de hora de viaje.

Un aire salino penetra la carpa, refrescando un poco el ambiente, miro nuevamente por la rendija y sigo viendo el mar a nuestra derecha, aunque cada vez más cerca.

Cerrar los ojos y dejarse llevar por el destino es una tarea muy difícil de aceptar en mí, mil pensamientos recorren a gran velocidad, pero uno de ellos se comienza a asentar con fuerza Debía revertir la situación a como diera lugar, había que salir de esto.

Los camiones se detuvieron y nos hicieron bajar. Estábamos en una playa. Un extraño lugar para recibir al centenar de soldados que bajando de los camiones, se aprontan a una formación.

Una barrera indica el acceso principal a un recinto con gran cantidad de cabañas tipo "A" que están repartidas en una extensión de unos doscientos metros, entre el camino y el mar.

Una serie de senderos van comunicando una y otra cabaña dando la sensación de ser un pequeño pueblito. Era evidente que el lugar correspondia a un recinto de veraneo de alguna organización o institución.

Hasta este instante, todo marcha en forma tranquila y relajada, aunque la enorme cantidad de instructores rondando alrededor de la tropa no cesa de mirarnos con esa especial "cara de loco" que tiene cada uno.

Luego de repartimos a cada soldado una caja con una ración de combate que contenía algunas latas de conservas unas galletas, un trozo de chocolate y una pequeña lata de parafina, supuestamente para cocinar, nos disgregamos en los roqueríos del lugar para sentarnos a comer.
Con Agustín no teníamos oportunidad de conversar, no nos daban el tiempo y estábamos demasiado ocupados tratando de asimilar todo y cuidándonos de no hacer meritos para un castigo.

Media hora de relajamiento, mirando la playa, y el mar, mientras a unos trescientos metros mas al norte, la gente de la ciudad con tranquilos bañistas, disfruta a esa hora de las aguas Iquiqueñas.

Nos ordenaron reunirnos en el centro del recinto, en una zona despejada y que bien hacía las veces de patio principal.

El Sargento Primero Carrasco, de unos cincuenta años, con un indiscutible origen nortino, era el de mayor edad entre todos y en ese momento el de mayor grado. Era uno de los que lucia en su boina la famosa "siete por uno", con la inscripción "Comandos" además de la piocha de "Paracaidista que todos tenian. Con rasgos muy duros y la piel curtida por el sol, la voz ronca y un fisico grueso pero atlético, encabezaba la formación. Un aire de familiaridad y gran camaradería y mucha informalidad, se dejaba ver entre todos los instructores, incluido el sargento. Primera vez que veía una formación tan fuera de norma.

El Primero Carrasco inició una reseña de las actividades que la Compañía realizaría. Nos habló de las Unidades de Fuerzas Especiales y de su rol fundamental. De los acontecimientos en el país y de la realidad que se estaba viviendo. De la importancia de contar con una fuerza entrenada y dispuesta a enfrentar el conflicto bélico en el mismo instante que las circunstancias lo demanden. A buen entendedor, la guerra está a la vuelta de la esquina y se requiere formar rápidamente a este contingente y pasar a ser parte de la elite del ejercito.

En absoluto silencio y muy concentrados en sus palabras, todos los soldados escuchaban atentamente al sargento, quizás meditando en la seriedad de sus palabras y asimilando los hechos sucedidos tan repentinamente.

Tenemos la convicción de que en el minimo plazo podremos hacer de ustedes la tropa especial. Continuo sus palabras, mientras los instructores se paseaban entre los soldados mirándonos con cara de locos, observándonos a cada uno de arriba abajo, golpeándonos la cara o empujándonos para hacer perder la postura. De entre todos los Comandos, casi medio centenar, no veía a ninguno con algún grado de simpatía hacia los soldados o que dejara la más minima sensación de cordura. Realmente su comportamiento era muy extraño e impredecible. Esto acrecentaba el concepto que de ellos tenía.

El sargento nos advertía de las duras y dificiles instrucciones en las que serían puestos a prueba el valor y la resistencia de cada uno. Debíamos asumir la nueva vida que comenzábamos y dejar atrás todo cuanto antes pudimos haber aprendido. Y esto incluía la formación militar que conocíamos.

Para entonces, las caras de los soldados ya comenzaban a mostrar desconcierto.

¿Cómo era eso de olvidar todo lo aprendido?. ¿A que se referira?

Una Unidad de Comandos, decía el sargento, es muy distinta a lo que pueden haber conocido en el regimiento o el lugar donde hayan estado. Tenemos nuestras propias reglas y sistema. Esta es una familia, una familia con un padre, que es el Comandante de la Compañía y él será quien vele por ustedes. Todo lo que suceda en esta familia será solucionado por la familia.

Olviden, desde ya, las obligaciones que tenían para con oficiales y clases de unidades convencionales. Desde este instante solo le deben lealtad a otro Comando. Cualquier problema que tenga un Comando, será problema de todos nosotros. Pero a cambio deberán dar hasta la vida por sus compañeros y cuando ya estén preparados deberán ser capaces de cumplir cualquier misión que se les encomiende, incluso matar a un familiar, sin remordimientos.

El instructor de cada uno se encargará de ir formándolos en las distintas conductas y normas de la Unidad. Antes de retirarse, nos dejó con el Comandante de la Compañía que recién llegaba.

Luego en la misma formación, nos hicieron numerarnos. A partir de aquel instante debiamos responder a ese numero como si nuestro propio nombre fuese mencionado. Era, tal vez, el primer intento de separarnos de nuestras propias identidades.

Me correspondió el numero 17.

Después procedieron a separarnos en parejas, formadas a libre elección y adjudicándose cada instructor un par de soldados, nos fueron ubicando en cada cabaña, la cual compartían cuatro soldados a cargo de dos instructores.

La primera "sombra" que tuve fue Ayala, un soldado proveniente de la Compañía de Morteros en la Escuela y ambos no nos conocíamos. Era un soldado tranquilo y más bien temeroso y otro amargado por el destino que habíamos tenido. La "sombra" es aquel soldado que debía estar siempre a menos de diez metros de nosotros ya sea en formación o en instrucciones, e incluso en la cuadra, el baño o fuera del cuartel. Cosa que en un principio nos pareció una mera exageración, pero con el paso del tiempo se trasformó en parte de nuestra rutina de vida. El numero será nuestro nombre y al cuál responderemos.

Se inició allí la entrega de nuestros uniformes y pertenencias. Cada cabaña tiene dos literas, una a cada lado y un par de veladores. Nuestro bolso y la mochila con las especies entregadas, quedaban a los pies de cada litera.

Tuvimos que limpiar la cabaña y su contorno, mientras los "vecinos" hacían lo propio. Mas tarde nos hicieron bajar hasta la orilla del mar.

Aún se ve la gente en la playa vecina al campamento. Nos sacamos la ropa y en calzoncillos, ante la curiosa mirada de los veraneantes, se nos ordenó dirigirnos al agua.

Nos llevaron hasta unos roqueríos donde tuvimos que lanzarnos al agua en un lugar que, a mi nivel de preparación, era peligroso.

Bajo la mirada de un oficial y ocho instructores, la columna avanzaba, uno a uno, lanzándose al agua, muchos mostrando gran destreza.

Los instructores pegados a los soldados, no paraban de darnos empujones apresurándonos en el avance al agua, como si fuésemos pelados recién ingresados.

Pero, ¿qué pasaba con quienes temíamos del mar o no sabían nadar?

Dejábamos una y otra vez pasar adelante a quienes se atrevían y fuimos quedando juntos, al final de la fila, situación que no pasaba inadvertida por el oficial a cargo.

Se hizo automáticamente una clasificación de quienes no éramos buenos para el agua, y más de una veintena nos peleábamos el ultimo lugar.

Sin importar argumento, a cada uno le llegó su turno. Debía lanzarse desde una roca en lo alto, bajo la atenta mirada de un grupo de instructores parados alrededor y observando el manejo de cada uno en el líquido elemento.


Quienes no lograban vencer el fuerte oleaje reinante y estando a punto de sucumbir en las saladas aguas, eran rescatados por un par de cabos a la orden del Oficial. No sin antes haber luchado con todas las fuerzas contra el fuerte oleaje del roquerio. Fui uno de los que tuvo que ser sacado. Mi compañero se las arregló bastante bien en el agua.

Aquella noche nos reunieron en la playa, diez de la noche, quedaban muy pocos instructores en el campamento y la ciudad estaba muy silenciosa al menos desde la distancia, esperando en Año Nuevo. Formando un circulo en la arena, sentados, nos hacian tranquilo, no habían presiones ni gritos. Se compartia, como en cualquier Unidad, en un marco de camaradería.

De pronto un estampido hace saltar a la tropa, una nube de humo arrastra la brisa, se suma un tronar de disparos de grueso calibre, ametralladoras resonando y un grupo de camiones ingresando por el acceso principal del campamento con un cargamento de instructores gritando y disparando sus armas en lo que se asemejaba mas un ataque indio en película de cowboy.

Sin dar oportunidad de arrancar fuimos atacados a golpes de pies y manos sin piedad, y aunque éramos mayoría en numero, no teníamos las habilidades de los atacantes, quienes hacían uso de todos los conocimientos de judo, kárate y otras especialidades marciales, transformándose en una infernal riña en la cuál se recibian veinte golpes por uno dado. No terminaba de ponerme de pié y estaba cayendo nuevamente producto de otra patada o volteado por el aire.

Mi nariz sangraba profusamente y acusaba un gran dolor en mi espalda producto de varios golpes. No obstante respondía, dentro de mis posibilidades, cada vez que arremetían sobre mi. Era un singular campo de batalla, gritos de ataque, lamentos, garabatos, alaridos y algunos llantos. El sonido de los disparos, retumbaba en nuestros oídos. Unos arrancaban hacia el agua y eran seguidos y arrastrados nuevamente al centro de la reyerta, agarrado de un brazo o cogido de un pié. Uno y otro instructor van rotando de un soldado a otro, trenzándose a golpes y provocando todo tipo de reacciones.

La arena amortiguaba las caídas pero dificultaba la movilidad, y en vano era arrancar pues se huía de uno para caer en manos de otro peor. Eran unos malditos perros enfurecidos descargando su ira sobre la desconcertada tropa. Todo esto acompañado de frases como:

¿asi que estaban relajados?

Año Nuevo querian celebrar?

Creyeron que esto iba a ser como en Santiago?

Estos son los soldaditos convencionales?

Maricones, defiendanse!

Ahora van a saber lo que es ser Comando!

Asl quieren ir a la guerra?

El rápido desarrollo de las circunstancias no permitian mirar al de al lado, cada uno se defendia como podía. No tenía idea donde estaba mi nuevo compañero, Ayala.

Amparados por la noche, se dejaban caer sobre la espalda, con sus botas clavadas en nuestras pantorrillas y tomados por el cuello, éramos derribados una y otra vez hasta que por fin, ninguno pudo levantarse y quedamos botados en la arena, entre quejidos y sollozos de impotencia. Un centenar de soldados, abatidos desparramados por la playa, tratando de comprender algo de lo que habia pasado. Yo comenzaba a pensar que asi sería el futuro y rápidamente necesitaba encontrar la manera de salir de aquí.
Como por arte de magia, en un momento, desaparecieron. Por un instante, nadie se atrevió a moverse hasta estar seguro de que se habian marchado. Lentamente nos fuimos reuniendo con quienes sentíamos mas amistad y unos a otros nos ayudamos a levantarnos y nos encaminamos a las correspondientes cabañas. todos acusaban en alguna parte del cuerpo la inusitada violencia descargada sobre los soldados. Minutos más tarde unos disparos provenientes de la caseta junto a la barrera de acceso, nos confirmaban la idea de que estaban alli arriba, seguramente disfrutando de lo realizado. Los cuatro encerrados en la cabaña, repasamos lo acontecido, maldiciendo a cada uno de ellos. El resto de la noche la pasamos a medio dormir, alerta a cualquier movimiento extraño para no ser sorprendido y atendiendo a González, que no paró de vomitar el resto de noche que quedaba.

Y pensar que en Peldehue me quejaba de malos tratos. Era juego de niños, haciendo la comparación.

La mañana siguiente, se inició con la llegada a nuestra cabaña del par de instructores correspondientes, nos levantamos y toalla en mano, a la ducha, en los baños comunes que tenía el recinto. Luego de vestirse, la primera formación de la Unidad completa, todo como si nada hubiese pasado.

La formación también era distinta a lo tradicional. Cincuenta instructores, uno al lado de otro, y detrás de estos, sus dos instruidos. Yo formaba detrás del cabo y tras de mi, Ayala, por ser mas bajo. El resto, fuera de formación eran el sargento y el Comandante de Unidad, el Teniente. Joven, fornido, rubio, alto, imponente, con su impecable tenida de combate, la boina con la inscripción "Comandos" y la Piocha de Paracaidista y un pañuelo blanco en el cuello, las botas perfectamente lustradas y la chaqueta con una serie de insignias de Especialidades y Cursos, Judo y Kárate, Combate Especial, Jefe de Saltos y otros.

Aquel oficial, dirigiéndose a los soldados que nos incorporábamos a su Unidad, nos reiteró muy seriamente, casi los mismos conceptos vertidos por el sargento anteriormente. Agregando que estaba absolutamente convencido de hacer de cada uno de nosotros un digno portador de la boina negra. Y que rápidamente estaríamos en condiciones de viajar a Santiago, a realizar los respectivos cursos de Paracaidista y Comandos. La situación era clara para mi.

¿Creerán que seré como ellos?

¿Tener que soportar a enajenados como los de anoche?

¡Jamás tendría el temple que se requiere y no me interesa forjármelo!

¡Debo salir de aquí a como de lugar! ----- Me decía a mí mismo.

La gimnasia matinal fue normal. Posterior a ésta, se desarrollaron ejercicios y movimientos de judo y kárate, dirigidos por el propio Teniente. Reunidos en círculo, "invitaba" uno a uno a enfrentarlo y ofrecía la tarde libre a quien lograra botarlo al suelo, cosa que resultaba imposible. Mas tarde hicieron lo mismo cada uno de los instructores con sus pupilos, desarrollando las distintas técnicas y movimientos, los que eran reiteradamente realizados, iniciando un ciclo de adiestramiento en el tema. Con muchos machucones en el cuerpo al cabo de un par de horas terminaron los ejercicios.

Nuevamente raciones de combate a hora del rancho. Esta vez bajo la custodia de los instructores, que a todo instante nos asediaban, haciendo cualquier estupidez e interrumpiendo la merienda con castigos y gritos que debíamos realizar cada vez que uno de ellos se dirigía a nosotros, nos llamaba por nuestro numero o nos apuntaba con su dedo diciendo:

En guardia! A lo cual teniamos que, de un salto, ponemos en posición de defensa de kärate y lanzar un fuerte grito...
¡ iiiiiiaaaaaaaa .!!
De la manera que lo hacen en dicha disciplina. A lo cual continuaba con, por ejemplo:

Tres golpes, golpe!... que tenían que ser realizados lanzando los puños hacia el frente, alternando los brazos, cuantas veces fueron señaladas, marcando cada uno con un desgarrador grito de pelea y poniendo la peor "cara de perro" posible.

Esta estúpida función se repetiria mil veces, día y noche, cada vez que a un instructor o al mismo Comandante se le ocurra. Donde uno estuviese, oía a algún soldado gritando y poniéndose en guardia. Una manera de mantenernos alerta, tensionado y con los nervios en un hilo.

Y hay de quien se quejara de algo.  Su caja con la merienda iba a parar lejos en la arena, lanzada por algún instructor, y debía continuar comiendo de lo que recogía con arena y todo.

Por la tarde, tenida deportiva y de nuevo al mar, a lanzarse desde las rocas y nadar a la orilla, siempre presionando y forzando a los menos osados.

Luego a las horas de mayor calor, nos sentaban a todo sol y comenzaban las instrucciones teóricas, que se iniciaron con algunos repasos de manejo y mantención de armamento y explosivos. Hay de quien cabeceara, somnoliento. Era sacado en andas por algunos instructores y lanzado al agua, entre puntapiés y golpes.

Mas tarde, se iniciaban las interminables caminatas y trotes, con la mochila a cuestas, hasta quedar literalmente botado.

Cualquier soldado que cayera en "falta", la sanción era compartida por su "sombra", vale decir ambos recibían el mismo castigo. Esto provocaba que cada uno debía andar, además, preocupado de "enderezar a su pareja y no tener que "pagar" en forma injusta.

Pese al agotamiento diario, al caer la noche, venía el tedioso trabajo de regar las docas que formaban los jardines del Campamento. Para lo cual cada soldado debía recorrer por los senderos de arena llevando en cada viaje su jarro lleno con agua e ir regando los jardines hasta que los instructores consideraban que era suficiente. Esta función duraba mas de una hora todos las malditas noches, y cada uno realizaba al menos un centenar de viajes entre los baños y los jardines recorriendo hasta 200 mts. En los lugares mas alejados.

Mientras trotábamos con el jarro en la mano, que a menudo se volcaba y perdía el agua del riego, aprovechábamos la oportunidad para intercambiar ideas referente a la situación que vivíamos. Era obvio que ninguno deseaba estar alli.

El cuerpo cansado, pedía a gritos un instante de sueño, el trotecito con el jarro en la mano se hacía casi dormitando.

Por fin venia la formación nocturna, el ritual de rezo de los Comandos y por fin cada grupo a sus cabañas al ansiado descanso esperando siempre que esa noche no hubiese instrucción nocturna. Pero muy a menudo eran en vano nuestros deseos. Las alertas nocturnas se repetían casi a diario, debiendo levantarse a media noche, vestirse, salir a trotar y volver a acostarse hasta quedar "reventado".

Uno de los primeros ejercicios realizados por la Compañía en las playas de Iquique. Fuimos trotando por muchos kilómetros y nos detuvimos en unas torres metálicas que habían en la playa. Nos hacian subir a lo alto y desde alli había que lanzarse a la arena. Cinco o seis metros deben haber separado lo alto del suelo. La única recomendación era no separar las piernas.

Las caidas eran estruendosas, los cuerpos quedaban literalmente pegados contra el piso y pocos salieron sin dolencias. Los esfuerzos por amortiguar el impacto eran inútiles.

La segunda vuelta fue ya con algún grado de preparación, uno de los instructores saltó, mostrando la manera de caer sin lesionarse, como juntar las piernas, unir las rodillas, encorvar el cuerpo y rodar sobre un costado al hacer contacto con el suelo.

Sin duda era un simulacro del impacto al caer en paracaidas.

Posteriormente y en el desarrollo de diferentes instrucciones, estos saltos se realizaron desde vehículos en movimiento a baja velocidad, simulando con esto el salto, la caída y el efecto del viento arrastrando el cuerpo al caer. No sin quedar con innumerables magulladuras por todo el cuerpo.

Al dia siguiente después de un trotar desde el campamento hasta la Playa Cavancha, al regreso nos reunimos en un roquerío. Algunos se metieron al mar, otros descansábamos sentados en las ocas.

El teniente nos llama con mi compañero y nos dice:

Tráiganme erizos!".

Nos sonreimos, crayendo que era broma. Pero estaba equivocado

"Aqul abajo hay erizos, sáquenme unos pocos serio repite, mas

¿Pero como mi Teniente? Le digo evadiendo la orden

"¡Yo te voy a decir como y levantándose de la roca. Señaló a un Instructor cercano y le ordenó unos cinturones. El cabo hizo que varios soldados se sacaran su cinturón y juntando varios se los trajo al teniente.

"Ahora que te amarren de los pies y que te bajen a buscarme erizos! ¡Toma mi cuchillo, no se te olvide perderlol. Y sacando el cuchillo de lanzamiento que siempre portaba al cinto, me lo paso.

Paso siguiente me ataron de los pies con varios cinturones y posteriormente me dejaron caer de cabeza al agua mientras me mantenían afirmado entre tres. Los soldados me bajaban y subian a la orden del oficial que dirigía la "pesca".

Con el cuerpo metido en el agua desde la cabeza a las rodillas, buscaba en las rocas los famosos erizos que decia el teniente. Me subían y me bajaban. Y yo rogando encontrar un bicho de esos pegado a una de las rocas que palpaba y miraba cada vez que me sumergian. Como al quinto intento, logré encontrar un erizo. Pero solo después de dos intentos logré sacarlo, con la punta del cuchillo.

Cada vez me dejaban mas segundos y estaba tragando mucha agua al no poder aguantar la respiración. El agua golpeaba mi cuerpo contra las rocas, pero el teniente no se inmutaba.

Logré sacarle unos cuatro erizos al oficial, que me tuvo en esa tarea por casi media hora, una veintena de veces me metieron al mar.

Cuando se aburrió el teniente, ordenó que me ayudaran a salir. Quede botado en la roca, con las correas marcadas en las botas, empapado y con la cabeza que me zumbaba y palpitaba por todos lados.

El teniente me regaló un erizo y me hizo comerlo para que me recupere.
....
Nos levantan a las seis y luego del desayuno nos dicen:

¡Vamos al cerro Dragón!

El cerro Dragón es una cadena de dunas al sur de la ciudad y a un par de kilómetros del lugar donde teníamos el campamento. Todo comenzó con un pequeño alistamiento, armas, municiones, mochilas y demás enseres. Una sigilosa "marcha rápida"; característica del desplazamiento de las unidades de Comandos, a una velocidad de avance similar a un trote, pero que no produce mayor ruido, pese al gran numero de contingente desplazado, nos adentraba poco a poco en las inmensas dunas del lugar.

Las características de la arena nos hacía, cada vez más dificultoso el avance, y tras pasar las primeras lomas, nuestras piernas se enterraban, literalmente, hasta mas arriba de las rodillas.

Pero el siempre cercano asedio de los instructores nos impulsaba a continuar y continuar siempre hasta el grado de sentirse desfallecer, tragando la arena levantada por quien nos antecedia y con la visión dificultosa, sintiendo el peso del fusil en las manos, las correas de la mochila incrustadas en la piel y la mente puesta en algún sueño de paz y tranquilidad.

Mirar al lado es ver a otro soldado tratando de resolver su propia situación, ensimismado luchando contra la adversidad. En dichas condiciones no me preocupaba ni de Ayala, supongo que está cerca.

Bajamos a la depresión producida entre varias dunas, unos treinta metros, en un cráter de arena. El centenar de soldados es dejado alli abajo por los instructores, en aparente ánimo de darnos un descanso.

Nos dejamos caer sobre la arena, a un costado el fusil, nos desprendimos de la carga de nuestras espaldas y por algunos instantes respiramos muy profundo el salino aire del lugar.

Todo iba mejorando, hasta que la calma es interrumpida por una serie de explosiones y disparos en todas direcciones provocando pavor. Entre una nube de humo que poco a poco comenzaba a cubrir el gigantesco hoyo, se produce el arranque desenfrenado de soldados tratando de subir por esas empinadas laderas de arena, muchos con su mochila aún a la rastra, entre gritos e instrucciones de los cabos.

Pronto la nube de gas me llegó al rostro, el lacrimógeno hacía su efecto provocando un terrible ardor en los ojos, luego en la boca y garganta hasta el punto de dificultar la respiración.

| Arranca!

-- Me grita Ayala Tenemos que subir!

Era imposible resistir, había que lograr salir de aquella trampa de arena y gas, las balas silbaban sobre las cabezas y las explosiones continuaban cada vez más cercanas.

Con cada paso que daba mis pies se enterraban hasta mas de la rodilla y solo se avanzaba apenas unos metros con tremendo esfuerzo.

La mochila a medio poner en un hombro, arrastraba por la arena, el fusil tomado entre mano y mano lo utilizaba como bastón para apoyarme.

La visión borrosa y mojada de lágrimas y la cara cubierta entre líquidos nasales, saliva y arena. Nadie miraba atrás, solo arriba, alli se divisaba el cielo azul, entre las nubes de humo.

No debo quedarme atrás, era mi lema, había que resistir y lograr alcanzar la cumbre, sabía que quedar atrás siempre involucraría resultados inimaginables.

La pesada nube se iba depositando en el fondo del gigantesco agujero, varios yacían caídos a medio camino tratando dificultosamente de respirar.

Cuando por fin logramos llegar a la cumbre, nos reunimos en grupos para planificar la huída del lugar. La meta era ahora retornar al campamento sin ser atrapados nuevamente en una situación similar.

Rodeando dunas, avanzando sigilosamente por la arena y manteniéndose lejos de las partes altas de los cerros de arena, para no ser vistos a la distancia, nos encaminamos en dirección al mar. El grupo formado por ocho soldados, luego de mucho andar y ya bastante alejado del sitio donde fuimos atacados, optó por detenerse a un pequeño descanso para reponer fuerzas y reacomodar el equipo, sacarse toda la arena metida en todas partes del cuerpo. El sol golpeaba las cabezas y apenas se hacían sombras en la concavidad formada entre colinas.

Nadie lideraba, todos en pos de un mismo propósito, cada uno preocupado de sí mismo y avanzando en parejas, sorteando una y otra loma, llegamos al campamento, para ir poco a poco reuniéndose toda la Compañía.

La formación de recuento y nuevamente a las rocas y al agua, ahora sin tanta presión, pues la mayoría de los instructores no habían llegado. Ya comenzábamos a conocer sus rutinas y costumbres y sabíamos que ellos pernoctaban y residían en un regimiento en la ciudad. Esta vez, varios logramos evadirnos.

Por la noche el riego infaltable y después de una informal formación, a dormir.

El siguiente día comenzó de madrugada con la llegada de los instructores en el camión y rápidamente nos sacaron a formación y posteriormente cada grupo, encabezado por el par de instructores,

debió construir un logotipo propio que identificase a la agrupación. Así, con piedras pintadas de blanco, puestas en la especie de jardín de cada cabaña, lucian calaveras con corvos cruzados, corvos con águilas o alas, paracaídas y un sin numero de dibujos afines a Comandos y Paracaidistas y generalmente agregando alguna figura representativa de la especialidad primitiva de los instructores, vale decir, Infante, Blindado, Caballería o Ingeniero entre otras

Los oficiales recorrieron posteriormente, seleccionando el mejor diseño. Esto se hacía para ir dando denominativos a las agrupaciones que a futuro se dividirian en especialidades.

La tarde fue de instrucciones teóricas en materia de armamento. Por la noche realizamos una marcha rápida por la costa hasta el muelle y retornamos en trote.

El día siguiente fue marcado por un incidente protagonizado por dos soldados-comandos. Fueron sorprendidos fumando marihuana escondidos en el baño y delatados por sus compañeros, provocando la inmediata reacción del Comandante quien ordenó el allanamiento de todas las dependencias del campamento en busca de la droga. Había sido una mañana de caminata por la arena de las dunas y a esa hora el calor asediaba. Al retorno al campamento se nos ordenó reunirnos en el circulo central y fueron puestos al centro los infractores. Despojados de sus uniformes permanecian de pié desnudos con las manos atadas a la espalda, mientras los instructores nos ponían al tanto de lo acontecido y la deshonra que representaba para la unidad una conducta como esa. Estaban indignados e iracundos y a golpes interrogaban a los "volados" tratando de indagar sobre la participación de otros y los nexos para la obtención de la hierba.

Pese a lo severo del castigo, no hablaban, provocando mayor ira y violencia en los golpes que pronto los tenían doblados en el suelo, sangrando de narices y vomitando.

La tropa miraba con pesar el incidente y el ejemplarizante castigo. Pero pronto fuimos interrogados uno por uno, respecto al conocimiento de los hechos y buscando otros cómplices. Nadie sabía nada, y obviamente nadie podía decir nada. Pero no contentos con eso, nos aporrearon y mantuvieron en castigo pог varias horas, buscando que alguien revelase la procedencia de la marihuana o la participación en el desaguisado.

La noche caía y aún permanecíamos en castigo, parados en la playa en posición firme, con los instructores paseándose por entre nosotros dándonos golpes y haciendo preguntas. Los rostros de todos nosotros reflejaban el agotamiento, el dolor, el hambre y la impotencia. Era un castigo injustamente extendido a todos.

Los "volados" estaban en las rocas, aún desnudos y atados a un palo temblando de frio. Los instructores continuaban interrogándolos y a menudo les arrancaban de un tirón los pelos de sus genitales y se los metian en la boca diciéndoles:

¿Quieren chicle? ¡Hagan globitos, maricones! Vuélense con esto ahora, huevones!

No conformes con todo y ya cerca de las tres de la madrugada, fueron soltados y formando la unidad en "callejón, los hicieron pasar por el centro, recibiendo de nuestra parte un centenar de patadas y golpes de puño, supervisados por los instructores, bajo la amenaza de acompañarlos quien no participe del castigo en forma violenta. También era la oportunidad de descargar la rabia acumulada por los palos recibidos por su culpa.

Arrastrándose llegaron al final del "pasillo", ensangrentados, con la cara llena de arena y la piel enrojecida por los golpes recibidos.

Sin formación nos ordenaron ir a las cabañas a dormir, agotados, dolidos y hambrientos.

Así fueron transcurriendo los días, cada uno con duras instrucciones y sin darnos tregua. Para ese entonces ya no pensaba sino en encontrar la formula para evadir cada situación que se evidenciara de riesgo o valor y minimizar las oportunidades de recibir golpes o castigos.

Un cambio se produjo el día que nos trasladamos como Unidad al cuartel Carampangue, en el centro de la ciudad. Pese a la negativa del Comandante de la Compañía, que no quería que compartiéramos con soldados convencionales el mismo lugar por la gran diferencia entre las instrucciones y tratos impartidos, Ilegamos al regimiento numero cinco de línea, que hasta ese día había sido un tranquilo cuartel de infantería con cuatro Compañías de soldados, dos de contingente antiguo y dos de novatos al mando de un viejo Teniente Coronel, casualmente, Boina Negra, paracaidista.

Entrando al cuartel, a mano izquierda, la primera cuadra sería para los soldados-comandos. Al frente, la primera cuadra, ya era el dormitorio de los instructores-comandos y a continuación por ambos lados las unidades convencionales.

A poco pasar los días, comenzamos a recurrir a argumentos muy variados. Que teníamos alguna dolencia física, provocarnos vómitos, aludir fuertes dolores estomacales, torceduras de tobillos y otras con el firme propósito de ir a parar a la enfermería.

En más de una ocasión usé dicho recurso para evadir alguna de las instrucciones, pero siempre con el mismo resultado.

Al ingresar a dicho recinto, ubicado en el segundo piso, al fondo del cuartel y sobre la cocina, se veían todos los soldados alli recluidos en una camilla descansando placidamente. Era envidiable ver como reposaban tranquilamente y no tener encima un instructor grítándole a cada instante al oído.

Sin embargo, a nosotros por ser de la Compañía de Comandos, no nos podían recibir sin antes ser chequeados por el propio enfermero de la Compañía, otro Comando, con esa especialidad, quien rápidamente determinaba que estábamos en condiciones de volver a instrucción salvo que la lesión fuese mayor y debiésemos ser derivados al hospital regional, cosa muy excepcional. Y la mayoria de las ocasiones terminábamos siendo inyectados con algún antibiótico o calmante de uso genérico, para inmediatamente ser devueltos a la fila.

La vida de cuartel se desarrollaba con algunas variantes, ya que era un hecho que el Comandante del Regimiento no permitía que los soldados fuesen maltratados y esto obligaba a los instructores a reprimirse mientras él estuviese, aunque en su ausencia, reanudaban con mayores bríos las violentas conductas, a la vista de los soldados y oficiales convencionales de las otras unidades, que no lograban asimilar el desigual trato que recibíamos y eludían siempre cruzarse en el camino con algún Comando.

La relación con otros soldados del cuartel era absolutamente nula y prohibida. La condición de "comando" nos hacía también inmunes ante cualquier otro superior que no fuese de la unidad, al extremo de no dar siquiera el saludo a los oficiales y si fuésemos de alguna manera reconvenidos por alguno de ellos por esto u otra causa, ¡Hay de ellos!. Porque con solo informar, la reacción "paternalista" del Comandante-Comando se hacía patente, ordenando un "ajuste de cuentas" con el que hubiese osado entrometerse, recibiendo en algún lugar o momento una paliza que lo hace no querer más volver a meterse con nosotros.

En una ocasión, un teniente de la Compañía de al lado, tubo la desatinada idea de castigar con algunas flexiones de brazos a un par de soldados que habían pasado por su lado y no le rindieron honores, como lo haría un convencional. Los soldados realizaron el castigo sin problema, a sabiendas que éste se metería en un lio. El oficial sufrió de un violento encuentro con nuestro comandante, un día después, a la salida del casino de oficiales, en el centro de la ciudad y no quedó en condiciones de aparecer en el cuartel en varios días.
Todas estas situaciones provocaban grandes problemas al Comandante del Regimiento, que pese a ser un paracaidista, no compartía en absoluto el método empleado para instruirnos. Tenia una compañía con el privilegio de no hacer guardias y constantemente se le vela sobrepasado, pese a su alto rango, por la independencia, inexplicable para nosotros, de parte de los oficiales-comandos. Esto a menudo enrarecia el ambiente del cuartel, generándose tensas situaciones.

Una mañana, por alguna razón de esas que inventaban los instructores, nos tenían arrastrándonos por el pavimento del patio a punta de palos que caían en espalda, trasero o cabeza, mientras el resto de los soldados del cuartel, los convencionales, miraban desde sus cuadras o dormitorios, seguramente agradeciendo no estar en nuestro lugar.

De pronto el sonar de corneta anuncia la presencia del Comandante de Regimiento y sorprende a los instructores-comandos, en plena faena de maltrato. Inmediatamente se dirige al centro del patio y nos ordena, a los soldados, retirarnos a nuestra cuadra y encerrarnos alli. Previendo un incidente, corrimos al dormitorio y cerrando la puerta nos encaramamos en las ventanas a mirar lo que sucedia en el patio.

Habían quedado solo los instructores, que aún lucian sendos palos y otros elementos similares, y el "jefe" del cuartel. Esta vez hizo relucir su condición de "viejo" boina negra y poniéndose a la altura de sus pares, los hizo pasear por todo el patio, arrastrándose y recibiendo los mismos palos que minutos antes nos daban, con la misma violencia e ira.

Con gran satisfacción mirábamos dicha escena tan sorprendente, era la horma de sus zapatos. El oficial los recriminaba por el método empleado y les recordaba quién mandaba en el cuartel.

A la luz de los hechos nuestro comandante estaba solicitando la ubicación de nuestra compañía en un lugar fuera de la ciudad, para permitir nuestra instrucción sin estas "molestias"; según lo que nos comentaba. Nosotros cruzábamos los dedos para que no fuese realidad, ya que nuevamente quedaríamos a expensas de sus furtivos ataques.

Los interminables e insoportables días y noches transcurrian lentamente entre instrucciones y ejercicios de toda indole

Mi compañero-sombra comenzaba sucumbir a los entrenamientos y cada dia lo hacía con mayor entusiasmo arrastrándome a mi a situaciones que podría haber evitado. De madrugada decidimos poner solución al conflicto y después de trenzarnos a golpes en los baños y ser separados por otros espectadores, terminamos buscando la salida correcta. Conversamos la situación. El sabía perfectamente que yo no caería en el juego de la compañía y no cesarían mis intentos por salir de alli. Pero él había decidido enfrentar con valor y decisión lo que fuese, y yo lo aplaudía y le deseaba lo mejor. Ambos no teníamos intenciones de perjudicarnos y optamos por tramar una suerte de altercado por otras razones, Y sin mayor trámite, logramos un intercambio con otra pareja, pasando Harold a ser mi "sombra" y Ayala la del otro, todo esto solo con el conocimiento de los dos cabos instructores involucrados que no conocían el trasfondo del problema.

Harold, al igual que varios, estábamos en la lista de los que poníamos dificultades o siempre quejándose de dolencias o incapacidades. Pronto unimos criterios y con el firme propósito de convencer a los superiores que no debíamos estar en la unidad, urdíamos diferentes situaciones con dicho fin.

Esa tarde hubo alistamiento y al igual que aquel día que llegamos, nos metieron en los camiones tapados con las carpas. Salimos del cuartel sin saber destino.

Largos minutos de viaje, una extraña parada y nos abordaron algunos instructores por el camino, colgados del camión alcanzaron la parte trasera donde viajábamos y entre gritos y golpes, ya estábamos en medio de otra instrucción.

Esta vez nos quitaron el armamento y fuimos atados de manos y vendados los ojos, el viaje continuó sin poder mirar donde ivamos, pero si sabía quienes estaban a mi alrededor.

Permanecimos largos minutos parados en el camión, mientras este se desplazaba bamboleándonos de un lado a otro.

Pero no estaba dispuesto a dejarme llevar así como así, algo tendría que hacer; tan solo si pudiese mirar a donde vamos seria algo. Y comencé a moverme entre mis compañeros para quedar metido en el grupo y no ser blanco inmediato de sus miradas.

Con gran dificultad logré soltar parte del nudo que mantenia mis manos unidas al frente, y lo mantuve a medio desatar esperando atento a cualquier evento.

Del mismo modo y procurando no ser descubierto, logré mirar por la separación que la venda dejaba por el costado de mi nariz, levantando un poco la cabeza.

Grande fue la sorpresa al ver que el camión no estaba en movimiento realmente, permanecía detenido y un grupo de cabos lo hacían moverse de un lado a otro y por largos minutos nos hicieron creer que continuaba la marcha. Pero mayor fue la sorpresa al ver que el camión estaba detenido al final del muelle y con su parte trasera asomando al mar.

Ya era claro que seríamos arrojados del muelle al agua. No tenía forma para eludirlo y solo me acerqué a Harold y le hice saber que se preparara y tratara de soltar las manos. Caeríamos unos doce metros hasta el agua.

No habían pasado muchos segundos cuando sentimos la orden de desembarcar. Normalmente significaba saltar rápidamente del camión al suelo. Esta vez sería una larga caída al mar.

Entre gritos y empujones me vi en un segundo cayendo hasta el agua y al siguiente ya en ella me sumergí varios metros mientras desesperadamente me zafaba de las ultimas vueltas de mis ataduras para comenzar una frenética lucha contra las aguas y lograr sacar mi cabeza fuera y respirar unas bocanadas de aire.

Pero el oleaje reinante me empujaba con gran fuerza, y violentamente fui a dar contra las rocas que sostenían el muelle y poniendo mis brazos al frente me protegí, un fuerte golpe senti en mi hombro derecho azotado en la dura barrera y nuevamente arrastrado por la resaca me alejaba varios metros del muelle que por algunos segundos logré ver, mientras sin parar de manotear y mover mis piernas luchando por sacar la cabeza fuera del agua y respirar.

Cuando había logrado permanecer a flote, intentaba nadar hasta la muy lejana orilla que por instantes divisaba. Pero poco a poco me fui agotando, una y otra vez el oleaje me arrastraba alejándome mas y más.

Una o dos veces me hundí y la cantidad de agua que ya había tragado era enorme. El salado y liquido elemento hacía estragos, lo sentía invadiendo mi cuerpo. Abatido, agotado y ya entregado a la suerte fue mi ultimo recuerdo.

Momentos mas tarde al abrir mis ojos me vi acostado en el suelo, un instructor me miraba parado a mi lado con los brazos cruzados. Era evidente que alguien me había sacado del agua.

Minutos mas tarde se me ordenó reincorporarme y reunirme con aquellos que ya habían alcanzado la orilla. Harold había logrado salir por sus medios y allí estaba. Quedamos observando como otros realizaban la prueba. En un estado de agotamiento y confusión mental, me quedé en el lugar.

Allá en la distancia, el muelle y un camión que a ratos llegaba con grupos de soldados que eran arrojados al agua, unos ocho instructores, permanecen parados en el borde del muelle y a la orden de uno de los oficiales, se lanzan al rescate de los que se encuentran ya en situación de peligro extremo, vale decir aquellos que se van abajo y no salen en algunos minutos o después de hundirse por segunda vez.

Con gran dominio y destreza, son alcanzados y arrastrados hasta la orilla, para quedar en el lugar que yo ocupe hace unos minutos y ser observado por el Comando-enfermero de la unidad hasta su recuperación. Luego seria enviado a reunirse con nosotros y ser un

espectador mas del ejercicio. La mayoría lograba vencer la dificultad y salir fuera pero una veintena no podía.

Era una muestra de desafío al mar y una estúpida manera de, para los que no sabían nadar, aprender. Si bien era cierto que la mayoría dominaba el tema, había un considerable numero de soldados que debian ser sacados entre uno o dos cabos, dando al lugar un espectáculo que parecía un naufragio y rescate. Reafirmando mi falta de capacidad para dichos eventos, no dejaba de pensar en lo estúpido que era para mi esta alli, arriesgando la vida innecesariamente.

Ya terminada la prueba, formada la unidad, se veían caras de satisfacción por parte de quienes lo habían logrado y también de desaliento e impotencia, de quienes no fueron capaces. Ya destacaban algunos por su arrojo y buena disposición.

Uniformes mojados, algunos con muestras de golpes y aquejando algún dolor, trotamos un par de vueltas por sobre el muelle. Sin evitar pensar que aún esto no concluía y que en cualquier momento podía ser tomado lanzado nuevamente al agua, miraba con terror las aguas azotando el que en otrora fuese receptor de embarcaciones balleneras.

Ordenado el embarque de camiones, nos disponíamos anímicamente a retornar al cuartel, dando por concluido el ejercicio. Estábamos muy agotados físicamente y en mi caso, muy mal síquicamente. Me desalentaba ver que nada cambiaba la marcha de los acontecimientos. Era fundamental lograr ser apartado, bajo cualquier pretexto o circunstancia, para poder acercarme a mi salida.

No habían transcurrido mas de dos días y volvimos al muelle, esta vez con una nueva prueba diseñada por los instructores. Atracado se encontraba un gran barco y desde su proa hasta la orilla se extendía una gruesa y dura cuerda.

En formación nos llevaron hasta la orilla y desde el punto donde se encontraba amarrada la soga, debíamos cruzar agarrados de manos y pies a ella, cruzar con el mar abajo y sin caer al agua, hasta alcanzar la cubierta del barco, donde distante unos sesenta metros, esperaba el teniente y algunos instructores.

Como hormigas la fila comenzó a cruzar por la soga distanciados tres o cuatro metros uno de otro, con el cuerpo colgando hacia abajo, ambos brazos cruzados enlazando la cuerda y las piernas haciendo lo mismo.

Algunos lograban llegar a la mitad, haciendo gran esfuerzo, pero pronto sentían el cansancio y debían detenerse a tomar aliento, muy pocos lograban el objetivo y la gran mayoría terminaba cayendo a las aguas y debia terminar nadando hasta la orilla, siempre bajo la atenta mirada de todos los instructores y el oficial en el barco.

Los menos diestros, instintivamente, esperábamos muy atrás nuestro turno, quizás con la remota esperanza de no tener que cruzar.

Llegado mi turno hice un gran esfuerzo por alcanzar la meta avanzando con movimientos coordinados de pies y manos y procurando no agotarme anticipadamente, siguiendo el ritmo de Harold que me antecedía y a quien veía por sobre mi cabeza. Pero principalmente procurando no caer al agua, que de vez en cuando veía moverse a varios metros mas abajo.

No me faltaba mas de un cuarto del recorrido y ya creía superada la prueba cuando la soga comienza a balancearse de un lado a otro, impulsada por los instructores dispuestos en ambos extremos y con el abierto propósito de hacernos caer al agua. Por un instante me aferré con todas mis fuerzas a la soga pero pronto se me soltaron las manos quedando colgando de ellas por algunos segundos y posteriormente, inevitablemente, ir a parar al agua y comenzar la lucha por alcanzar la orilla desesperadamente. Nuevamente debi ser socorrido, al igual que varios más, a punto de ser tragado por ese infernal mar, que se transformaba en mi enemigo numero uno.

Asi, nuevamente con las ropas mojadas y con las manos en carne viva, quemadas por la soga, regresamos al cuartel.

El día siguiente fuimos levantados antes de la diana. Con todo el equipo ya cargado partimos en los camiones con rumbo sur.

Luego de un largo viaje serpenteando por un polvoriento camino que corría paralelo a la costa llegamos a nuestro destino. Una enorme carpa mimetizada ya se había levantado allí y bajo ella los camiones de la unidad podían permanecer ocultos. En este lugar funcionaría la Comandancia de la Compañía durante los días de permanencia en la zona.
En una hendidura del terreno, imperceptible desde la distancia, una al lado de otra, nuestras carpas individuales, solo al momento de in al reposo para ser levantadas cada madrugada.

Alli comenzamos tareas de reconocimiento, avances nocturnos y destrucción de objetivos y blancos predispuestos. Todo en el mismo marco de furtivos ataques.

Dia a dia veía más lejana la posibilidad de salir de esto. Menos ahora lejos del cuartel. Discretamente, lo analizábamos con Harold y concordábamos en continuar luchando hasta lograr nuestro propio objetivo, ser enviado a otra unidad.

Una de las maneras de poder eludir algunas de las instrucciones fue logrando que nos dejasen de ayudantes en la cocina de campaña.

Ese día logramos con Harold ser designados esa labor.

La cocina era un gran carro de arrastre, que era tirado por uno de los camiones de la Compañía. Muy temprano se encendía el fuego y comenzaba a calentarse en uno de los tremendos fondos el agua para el desayuno o almuerzo.

En un rincón formado por el carro y el camión formando un ángulo recto, se realizaban las labores culinarias. El tener que preparar decenas de litros de leche, te o sopa; o tener que pelar varios cientos de papas, verduras y otros similares era un deleite comparado con el tener que estar en la acción de cualquiera de las sacrificadas instrucciones.

La misión consistía en mantenerse allí lo menos visible a los ojos de instructores y oficiales, para no reiterativamente cada fase de la preparación. parecer eludiendo

Estando allí logramos, con la involuntaria complicidad de nuestro instructor, que no se encontraba allí, evitar una de las pruebas exigentes en materia de coraje. El relato de los detalles lo obtuvimos reuniendo versiones de los propios compañeros con el correr de los días.

Dos de la tarde, el sol pega en las cabezas, caminata de varios minutos por la costera entrando en un apéndice rocoso que se adentraba en el mar.

Esta vez la Compañía se enfiló hasta lo alto de un risco, una formación rocosa cortada verticalmente, abajo a unos treinta metros, el mar.

Un pequeño sendero conducía hasta el borde, una vara de dos metros enterrada en la orilla marcaba el fin del camino, un paso mas allá, nada. El vacío mismo y el mar esperando abajo.

Las interrogantes comenzaban a redibujar las caras de los soldados. Y mientras mas se acercaban al desfiladero mayor se hacia la incertidumbre.

Ya por fin detenida la marcha, la orden fue muy clara, uno a uno debían saltar al agua.

Esta vez no habían voluntarios, los soldados se miraron unos a otros con pánico. Nadie se movía. La fila bordeaba el despeñadero y desde ella se veía la enorme altura del lugar.

Desde una posición en altura el oficial observa con desaliento.

El teniente arengó a la tropa, llamando a al valor, a la osadía, al coraje de un Comando, pero nada. El miedo hacia temblar, y la fila no avanzaba.

Cabos y sargentos empujando la formación que se resistía a avanzar.

El oficial ordena a los instructores lanzarse, pero estos con nerviosa

sonrisa le argumentan:

¿Otra vez, mi teniente?, todos los años lo mismo..!

Poco a poco la cara del Comando se tornó roja como la ira de su mirada, desde su alejada posición fue lentamente acercándose hasta pararse en primera fila. Saco su boina de la cabeza y doblándola la metió entre la casaca, desabrochó su cinturón, dejando caer la Colt 45, el curvo, el cuchillo y otros colgajos que portaba y sin titubear se lanzó al vacío para caer al agua decena de metros mas abajo.

Un silencio aterrador cubrió el lugar y por algunos segundos la brisa marina congeló muchos cuerpos.

Como autómatas los instructores fueron formando una fila aparte y uno a uno comenzaron a lanzarse a la señal del instructor coordinador de saltos que se encontraba en un saliente del desfiladero a mitad de camino entre el agua y el lugar de salto.

No terminaban de saltar los instructores y ya aparecía por un sendero entre rocas, el Teniente con su vestimenta mojada. Pero siempre arrogante.

Esta vez no hubo espera, a medida que retornaban los primeros instructores del agua, cogían al primer soldado de la fila lo llevaban a la orilla y la orden no dejaba duda:

¡Salte Comando!

Y quienes no se atrevieron fueron lanzados. No sin antes haber tenido que zafarlo de aquel palo al cual la mayoría trató de abrazar en un inútil intento por evitar la temeraria caída.

Debo reconocer que muchos tuvieron coraje y se lanzaron sin gran temor, otros al volver sentían orgullo de lo realizado, la minoría, mas de una veintena, volvia aterrada.

Fue uno de las pruebas de las cuales agradezco haber podido eludir, era sin lugar a duda, la antitesis de mi formación cauta y temerosa, lejana al riesgo.

Si bien es cierto, no hubo accidentados, las probabilidades de ocurrencia fueron altas y el solo oir el relato de lo sucedido me causó mas de un trastorno estomacal.

"Estaba inserto en un mundo al que no pertenecía, al que no quise llegar y del cual no veía como salir."

No obstante aquel mismo día fuimos señalados por los instructores que se percataron que habíamos sido, junto al cocinero y el cabo ausente, los únicos que no participamos del ejercicio.

Yo solo lo veía como un dia mas que había sobrevivido.

La noche fue violentada con gases lacrimógenos que hizo salir a todo el mundo de sus carpas y arrancar en busca de aire, entre gritos y disparos de los cabos, que en la penumbra apuraban la huída. Nunca sabíamos exactamente que hacer, ni menos como evitar los culatazos y los golpes de pies y manos. Cada soldado, con su sombra siempre al lado, buscaba eludir la acción y ponerse a resguardo con carpa y todo.
La carpa unipersonal del Comando, de no más de sesenta centimetros de alto, con solo dos barras que la mantienen levantada, solo permite al soldado y su mochila en el interior. Durmiendo con la cabeza hacia la puerta y el fusil sobre el cuerpo, "con un ojo cerrado y el otro abierto", siempre alerta y dispuesto a salir rápidamente.

Pero a menudo la carpa y a veces hasta la mochila, quedaba en el lugar, abandonada en la estampida.

Correr hasta estar a salvo y esconderse, resultaba ser la mejor manera. Quienes eran atrapados, eran atados y conducidos al centro de la base en una suerte de "prisioneros de guerra", con los consiguientes apremios y castigos entre interrogatorios.

Luego de correr sin parar por varios minutos, mientras atrás aún se sentían los gritos y disparos, nos quedamos en una quebrada a la espera de que cesaran las actividades. Mas de dos horas escondidos casi sin movernos, con el oído alerta, pero cansados y somnolientos esperamos pacientemente. Nunca sabíamos lo que le sucedía a los demás, hablar era prácticamente vetado y apenas lo hacíamos con nuestro compañero.

Harold y yo, solo nos referíamos a lo relacionado con la manera de escabullirnos y a renegar contra los "desgraciados" que nos perseguían. Ensimismados en una autoprotección y sintiendo la impotencia y desolación.

Cuando todo está en calma y silente, retornamos a la base y como es ya habitual, esperamos la llegada de todos y armando nuevamente las carpas, continuar durmiendo, o mejor dicho, descansando a la espera del próximo ejercicio.

El día comenzó esta vez a las seis, con el normal grito de: "levantarse". Rápidamente en pie, enrollar la carpa, meterla en la mochila, seguir la fila que lleva hasta un soldado que reparte un jarro de medio litro de agua por cada uno. Es todo lo disponible para lavarse. Apenas alcanza para la cara y las manos pero no hay reclamos, conocemos las respuestas.

Fila nuevamente para recibir un jarro con té caliente, que reconforta el cuerpo y quita la somnolencia matinal, y enseguida a la gimnasia diaria ya con el sol alumbrando. Media hora haciendo flexiones de brazos y piernas, y saltando desde una plataforma para caer sobre el costado, con los pies juntos.

Algunos castigados son enviados al frente, y puestos en parejas uno frente al otro. A la orden del cabo, uno de ellos debe abofetear al otro, que espera con sus manos atrás, luego el golpeado deberá hacer lo propio con el otro y así, alternándose golpes, cada vez con mayor violencia, dejando rostros coloreados y amoratados sin permitir tregua hasta que el instructor ve que la ira y el dolor los tiene con los ojos inyectados de odio.

Luego viene el saldo de cuentas con los instructores. El oficial a cargo, consulta a los soldados sin alguien tiene algún problema con algún instructor. Si asi fuese, ambos son llamados al centro y bajo la supervisión del teniente, se le autoriza al soldado a desafiar a su superior a una pelea de cualquier índole, sin temor a represalias (supuestamente).

Es común ver salir al frente a uno o dos soldados y trenzarse a golpes con los cabos, desahogando algún resentimiento guardado, (en realidad todos tenemos más que resentimientos, deseos de matar a muchos de ellos, pero es mas saludable tragárselos).

Y por último lo más inusual es que alguien solicite un combate con el propio Comandante de la Unidad, bajo los mismos argumentos.

La mañana concluye posteriormente a un ejercicio de caminata de

varios kilómetros por los alrededores.

Por la tarde mientras caminábamos en una marcha rápida, el tronar de explosiones nos hizo lanzarnos al suelo instintivamente, sobre nuestros cuerpos caían trozos de carne de algunos animales descompuestos que habían sido el objetivo de las cargas, regándonos con líquidos putrefactos y malolientes entre la tierra y la humareda levantada. Levantarse, correr unos metros y otra detonación nos mandaba al piso. Caos total, gritos y disparos de ametralladoras, ambientaban la escena. Como ya era habitual, correr y ponerse a resguardo tratando de no ser capturado.

Aquella tarde tuvimos un cambio radical en el menú. La comida era la carne de algunos lobos de mar, capturados en las cercanías y preparados por el cocinero de turno. Una carne chiclosa de color azul, un tanto ácida y amarga debimos merendar sin derecho a pestañar siquiera.

Un par de días después realizamos un simulacro de ataque entre dos agrupaciones. La compañía fue dividida en dos partes. Cada una de ellas al mando de un oficial, veinticinco instructores y cincuenta soldados. Desde lugares alejados varios kilómetros entre si, debían ambos grupos, alcanzar un punto determinado y obviamente estaba previsto que en algún momento se enfrentarian cara a cara.

Siete de la tarde, sin mochila ni armas de ningún tipo, ni siquiera los oficiales. Comienza una larga marcha rápida, rodeando cerros y dunas, nos alejamos muchos kilómetros, mi grupo al mando del Teniente García y el otro del teniente Rojas, Comandante-Comando. El teniente García era un experimentado Comando, joven y fornido que no hablaba habitualmente, gran deportista y excelente karateca. Rara vez participaba de castigos o acciones violentas innecesarias. Pero un guerrero incansable, siempre al frente de marchas y trotes parecia inmune al cansancio.

Dos horas de andar y andar, sin conocer el punto de intercepción de las agrupaciones y siempre con "las antenitas" bien paradas esperando en cualquier momento ser atacado por los rivales.

Mucha seriedad en las maniobras, desarrollando cada una de las técnicas de avance y desplazamiento adquiridas, era la conducta general. Movilizarse lentamente en zonas muy abiertas, arrastrándose por el suelo sigilosamente, siempre cada uno con la "sombra" al lado. Ni una sola palabra, solo señales con las manos o los brazos, gestos y movimientos se traspasaban las instrucciones desde el oficial a los instructores y éstos a sus discípulos.

Era tensa la situación para nosotros, que no imaginábamos qué podía estar preparado en algún punto, en que caeríamos o cual sería la trampa esta vez. Sin poder hablar, con Harold solo gesticulábamos dándonos ánimo.

Ya es noche y continuamos moviéndonos a la luz de una brillante luna que ilumina bastos sectores y nos hace ir muy lentamente. Hasta el momento solo hemos evitado la posibilidad de ser vistos en la distancia, pero todo en calma. Estamos en la cercanías del mar, se oyen las olas golpear rocas, pero no se divisa aunque vamos en esa dirección.

Desde los observadores avanzados, siguiendo la cadena comunicacional, llegan indicaciones de la presencia del "enemigo", lo que nos hace detener por largos minutos a la espera de instrucciones o continuar. Pero pronto nos corresponde separarnos del grupo principal y rodear una zona donde presuntamente se encontraban. En un dos por tres, aparecen al frente, moviéndose perpendicularmente a nosotros un par de contrarios y sorpresivamente son reducidos por los dos instructores de nuestro pequeño grupo que saltando a sus espaldas los inmovilizan para atarlos de manos y amordazarlos, todo en estricto silencio y seriedad.

Con un gesto nos hacen acercarnos con Harold y debemos conducir a uno de ellos, retrocediendo hasta la agrupación principal, en calidad de "prisionero". Lo propio hace la otra pareja, con el otro. Al reunirnos con la agrupación ya tenían a una decena de prisioneros, algunos eran instructores y la mayoría soldados. Todos por parejo eran tratados como tales y recibían golpes de puño y puntapiés por doquier. Si escatimar descargamos en ellos mucha ira acumulada, con especial énfasis sobre los instructores. Había que aprovechar la ocasión. Era interesante ver como se golpeaban entre instructores sin piedad.

Reagrupados por el oficial, reanudamos el avance dejando atrás un grupo con los rehenes. Siempre muy silenciosamente y tomando muy seriamente cada situación. En cualquier momento podíamos ser atrapados por el "enemigo" y correr la misma suerte.

El oficial nuevamente distribuye en pequeños grupos que se despliegan en todas todos los frentes. Pero minutos mas tarde, reconociendo el grueso de la agrupación contraria, ordena un ataque abierto, a lo cuál, corriendo y gritando como enajenados, abalanzarnos sobre ellos trenzándonos golpes a desenfrenadamente en una larga pelea donde nadie dejaba de participar, por más que quiera.

Se desató la huída de los pocos contrarios que quedaron sin ser atrapados, entre ellos el teniente García y una docena, y la locura por pillarlos. Ya todo era griterío y desorden, cada cuál en pos de algún perseguido, la mayoría se agrupó en persecución del oficial y los instructores.

Largos minutos corriendo por cerros y dunas hasta que llegamos a unos roqueríos donde entre las sombras comenzaron a ocultarse de los, mas de treinta, que los perseguíamos. Había "chipe libre". Era pillar a uno entre varios y darle una paliza.

Atrás, retornando hasta los rehenes, había regresado el teniente de nuestro grupo y se disponía a "interrogarlos en busca de información", como era habitual.

Los fugados fueron siendo cercados en el roquerío y poco a poco atrapados. En ese momento decidimos con Harold abandonar el lugar y enfilar hacia Norte, hasta llegar a la base de la unidad.

Amparados por el desorden del ejercicio, nos fuimos caminando por el borde de la costa, tranquilamente conversando y preparando una excusa. Serían alrededor de las 4:00 AM cuando llegamos a la base y nos percatamos que aún no retornaba la totalidad de la unidad, Es más, los comentarios daban por caído al mar, al teniente García y a otros instructores producto de la huída en los roqueríos. El teniente Rojas no llegaba aún y se decía que participaban en la búsqueda de los caídos al mar. En la base permanecía el Primero Carrasco al mando. A medida que iban retornando los soldados, se producían comentarios del ejercicio en un marco de informalidad. Permanecimos agrupados hasta la amanecida donde formamos para la cuenta al sargento y éste nos confirmó los rumores de que el oficial había tenido un accidente y habían salido en su búsqueda. A media mañana recién vinieron a aparecer. El teniente García era traído en camilla por los instructores, su pantalón se veía roto y claramente traía una pierna herida, aunque su rostro estaba sonriente. Fue conducido a la carpa de oficiales.

Nuevamente reagrupada la unidad y verificando la presencia de todos, nos preparamos para desayunar, en medio de caras golpeadas, uniformes rajados y algunos cojeando o acusando dolores.

Un camión saldría de la base y con Harold nos enviaron en él. Era para trasladar al teniente García al hospital. Con dos instructores, tuvimos que levantarlo en la camilla y ponerlo en la parte posterior y permanecer junto a él en el viaje. Por el camino nos fue conversando del ejercicio. Nosotros no desaprovechamos la oportunidad para decirle que no queríamos seguir en la compañía, lo que no le cayó muy bien. Sonriendo me hizo acercarme y levantando la frazada que cubría sus piernas se soltó una venda que cubría la herida. Quedamos perplejos. En su muslo izquierdo, le faltaba un trozo de carne de unos treinta centímetros de largo por unos diez de ancho dejando un hueco en la pierna.

| Impresionante! ¿No? ---- Nos dice, con una tranquilidad absoluta y sin mostrar el mas mínimo signo de dolor.

¡Esto es control mental! continúa, riéndose. 

El oficial quedó en el hospital y retornamos a la base, aún muy sorprendidos con la actitud del teniente.

Continuamos los ejercicios con distintos matices, pero todos giraban en torno a un estado permanente de agotamiento y la exigencia de permanecer siempre alerta. Con escasa horas de sueño, las levantadas y acostadas a horas muy diversas, provocan un descontrol hasta tal punto que al más mínimo sonido se sobre-reacciona neuróticamente. Todo surmado a una precaria alimentación varios días consecutivos y posteriormente un festín de carne y sabrosos guisos exclusivos. Pero no había un instante de paz, todo era golpes, gritos y locura. Y lo peor es que a medida que transcurre el tiempo más son los que se van alineando con el sistema y ya disfrutan realmente de esto.

Terminada la campaña en Punta Patache, retornamos al cuartel y a las instrucciones físicas de las mañanas, las salidas a terreno, y las teóricas de las tardes, sentados a pleno sol, recién almorzados, cabeceando de sueño y tratando de mantener los ojos abiertos y asimilar la instrucción. Poco a poco nos fuimos introduciendo en un escenario bélico real, con lugares y objetivos bien claros y definidos. Se preparaba un ataque dermoledor a instalaciones estratégicas y los ejercicios y las clases apuntaban a ello, con ejercicios físicos demandando hasta la última gota de energía.

Unas cuerdas fueron instaladas colgando desde los techos del pasillo y cada cierto rato, debíamos subir y bajar por ellas hasta quedar los brazos acalambrados y el espinazo y las sentaderas moradas con los "impulsos que recibiamos".

"¡Mientras más se suda en la paz, menos se sangra en la guerra!"

Bajo ese lema, los Comandos todos, están dia y noche preparando sus cuerpos para la acción. Es su razón de vida y realmente se les cree al verlos. Era indudablemente una vida para la cuál no había nacido yo.

Hora de rancho en el cuartel y nos dirigimos con nuestra bandeja al comedor. Unos veinte instructores se pasean nerviosos por entre las mesas molestando con insultos y epítetos de todos tipos hacia la tropa reunida, que procura no motivar a los cabos y ser presa de sus arranques.

Pero inevitablemente uno u otro es victima de cachetadas de parte del "mastodonte Toro", un cabo de dos metros de alto y uno de ancho con unas manos que quedan marcadas en el rostro. Fui, por alguna razón inventada por él, causante de su ira y senti el peso de su mano, que dando en el costado de la cabeza dejó mi oído con un ensordecedor pito mientras voy a dar al suelo. Harold mira de reojo mientras continúa comiendo. Lo mismo hacen los demás, como si nada hubiese pasado, para evitar. Bien decía Harold, que era peor que estar recluidos en un penal, pues al menos alli nadie los trataria asi.

Me vuelvo a sentar y continuo comiendo, con mi cara palpitando de dolor y un hilo de sangre escapando de mis narices. Hemos aprendido a soportar silenciosamente el dolor y transformarlo en nervios y rabia. Supuestamente para ser fuertes y aguerridos. Pero solo siento impotencia y me cuesta mantener el control. Solo se piensa en matar al infeliz.

El cabo Salinas aparece con una lagartija, la muestra a todos. Pregunta si alguien a usado un collar con ellas. Nadie dice nada y todos continúan comiendo con la mirada pegada al plato.

Ya muchos nos imaginamos lo que está tramando. Pronto coge a uno y lo hace levantarse de su asiento. Con la ayuda de otro cabo, amarran una pitilla en la cola del reptil a modo de collar y se colocan alrededor del cuello. Miramos sin levantar la cabeza para no ser llamado. Enseguida le hacen abrir la boca y le introducen la lagartija dejándole la cola afuera, atada al hilo, y lo hacen pasearse por las mesas para exhibir su presa.

No nos hace ninguna gracia, pero ellos lo disfrutan enormemente. Asi, con el bicho en su boca, pataleando y moviendo la cola, le correspondió a varios dar por terminado el almuerzo.

Infaltables, hubieron quienes después, dijeron estar dispuestos a hacerlo la próxima vez. Esos ya estaban tan locos como los otros.

Digno de estudio es ver como el rostro de muchos de quienes son instruidos va tomando poco a poco rasgos muy particulares de los Comandos. No sé si es una apreciación particular mía, pero al igual que los instructores, muchos ya exhiben una mirada muy especial, y como se les apoda: "locos". De tanto gritar y mantener cada nervio del cuerpo en constante acción, de ser sometidos a un sistemático castigo fisico y psicológico, de la perdida de las identidades y demás "tratamientos", es la causa. Es casi imposible ver tras esos ojos, no revelan nada del individuo salvo su anormal comportamiento irreverente e indolente sumado a sus temerarias acciones.

Con muy pocos resultados, continuábamos con nuestra política de resistencia y cada vez se veía mas lejos la posibilidad de ser transferidos. Esto me desalienta cada vez mas y no veo la luz, pero no cesaré en los intentos.

Entre los soldados "rebeldes" 0 con problemas físicos provocábamos constantemente situaciones complicadas que siempre terminaban en más golpes y más castigos. Realmente hay quienes ya no soportan más. "Pepe Tapia", sobrenombre de uno, por su lentitud mental, un delgadito y tímido compañero que a menudo es acosado y maltratado hasta el llanto. El "loco Torres", desafía a los instructores y es capaz de soportar un "apaleo" sin pestañar, pero sin ceder ni un instante, es una pesadilla para los cabos, luce constantemente grandes moretones en su espalda. El "cara de muerto", Arias, sufre permanentemente de dolores lumbares y es normal sentirlo quejarse de ello, pero no le creen y es castigado duramente por "fingir".

Así en el grupo, ya compartíamos una idea, todos queríamos salir de allí bajo cualquier pretexto.

Una noche, luego de caer en manos de unos instructores, amoratado y sangrante, llorando de impotencia, Neira comentó que se cortaría las venas para que lo enviasen al Hospital. Ante tal determinación, no quedaba más que reconfortarlo y esperanzarlo hablándole de la posibilidad de que fuese trasladado o con alguna otra mentira, con el fin de hacerlo desistir y continuar resistiendo.

La desolación y el asedio que pesaba sobre los soldados, nos tenía al límite de la locura.

Seis meses llevamos encerrados sin saber siquiera lo que es un día libre.

Con frecuencia soy llevado a la oficina de la Compañía, sacado de la formación, debido a mi negativa de realizar algún ejercicio aquejado por alguna molestia. Era tan persistente en mis quejas y lamentos que terminaban por aburrirse los instructores de golpearme y castigarme que lo dejaban en manos del superior. Las "entrevistas" con el Comandante de la Unidad, habitualmente tenían una particularidad. Al ingresar a su despacho, acomodaba los escritorios y entregaba un par de guantes de box a su "visita", para que se los ponga en sus manos, haciendo lo propio con otro par. Así comenzaba una conversación-pelea que podía extenderse por interminables minutos. Dando oportunidad de contestar cada uno de los golpes, cosa que resultaba prácticamente infructuosa debido a la habilidad del oficial, preguntas y respuestas eran matizadas con sendos golpes. Entre izquierdazos y derechazos, "Ekeko" trataba de alentarme a que siguiera los entrenamientos a la par con la unidad.

Me hablaba del valor, de la voluntad de la capacidad de controlar el dolor y del sentido de superación de las personas, de que la mente domina al cuerpo y de que uno siempre puede más.

Me mencionaba algunos de mis propios compañeros, quienes ya mostraban una alta preparación y eran a su criterio un verdadero ejemplo.

Siempre insistía en su premisa de que con la adecuada formación v con mucha voluntad, cualquier persona era capaz de realizar lo que haría otra.

Yo le rebatía sus palabras explicando que no todos nacemos o crecemos del mismo modo y que estaba convencido de que jamás podría llegar a ser como uno de ellos, porque si hay los valientes, también hay los temerosos o cobardes, y con ello se nace. Y si bien es cierto se pueden superar muchos temores, mejorar nuestras capacidades, hay factores intrinsicos que permanecen durante toda la existencia.

Nunca fui osado, mas bien temeroso. No comparto posición con quienes son temerarios y arriesgan la vida innecesariamente. Aun así, reconozco y me admiro de quienes tienen dichas capacidades. Sé que alguien debe cumplir ese rol tan fundamental a la hora de la acción verdadera.

Me exigía dedicar todo mi esfuerzo a superar esa barrera que me ponía y que según él, era el obstáculo para lograr ser un "combatiente especial".

El honor, la patria y el orgullo siempre resonaban como fundamento a su intento de convertirme uno de los mismos. El honor, no está en mi mente y la patria para mí se defiende de muchas maneras. El orgullo es discutible. Querer vivir, es motivo de orgullo.

Yo también estoy dispuesto a ir al frente, si la patria lo exige, pero como irá la gran mayoría, a la hora de los "quiuvos", pero no puede forzarme a que forme parte de la tropa especial.

Ser mártir o héroe, ser especial o fundamental por preparación, no es tarea de todos. Para eso están ellos.

Había algo que siempre tuve muy claro, jamás iba a dejar de oponerme a tal formación radicalmente opuesta a mi. Y no perdía una ocasión en hacerlo saber.

Como cada día, la primera formación daba cuenta de la Orden del Día leída por el oficial a cargo a la Compañía y al finalizar ésta, una inusitada carta había traído el correo a la Compañía.

El Teniente muestra la carta y recordando a todos la prohibición existente hasta ese momento de comunicarse absolutamente con nadie, pregunta a los soldados: ¿quién conoce a Maria Teresa ..S...?.

El nombre me hizo temblar de pies a cabeza, y me hice muchas preguntas:

¿Como me habia ubicado?,

¿Quién me ha visto? ¿Cómo sabe que estoy aquí?

Mil interrogantes y un gran problema juntos.

Silencio total, nadie dijo nada, solo nos miramos unos a otros mostrando inocencia.

¿No? ¿Nadie? Dijo el Teniente, cogió entonces la carta y sin más la rompió ante mis confundidos ojos.

Fuerza para aguantar, y esperar que lo sucedido no trascendiera. El día paso normalmente.

Al día siguiente, misma formación, al finalizar la cuenta, el teniente me ordena que me presente en la oficina de Inteligencia del Cuartel, aquella que se encontraba junto a la del Comandante del Regimiento.

Una vez en la oficina, me vi con dos personas civiles al frente, con apariencia de ciudadanos corrientes, un caballero canoso y una gorda señora. La conversación informal se fue tornando en un interrogatorio del cuál se deducía la enorme información que de cada soldado habían obtenido, lugares de residencia, estudio y otros. Conocían demasiados antecedentes y me fue imposible negar que la carta recibida en la unidad era de alguien por mi conocido. Intenté convencerlos de que no había sido yo el que me había comunicado con ella, sino que desconocía la forma que me había ubicado. Probablemente algún amigo de casa me ha visto y realizado el enlace. Realmente no tenia idea como había sido.

Me hicieron ver la necesidad de mantener en reserva todas las actividades realizadas por la unidad argumentándome que era vital para nuestra propia seguridad y el éxito de las operaciones desarrolladas debido al conflicto que se avecinaba a pasos agigantados.

Entregado al oficial de mi unidad con muchas recomendaciones y advertencias, fui enviado de retorno a la Compañía donde se transmitió la experiencia a modo de no ser repetida.

En castigo debimos cumplir con la función de escolta del Comandante por mas de una semana.

Impecablemente vestidos con tenida de combate, boina negra, beatle negro, debíamos permanecer en la puerta de la oficina del oficial por largas horas parados, piernas un tanto separadas, el arma tomada con una sola mano por su empuñadura apuntando hacia arriba y la culata apoyada en la cadera contra el cinturón y la otra mano en éste último.

Lo que para otros era un castigo, para mi era un alivio pues me liberaba de instrucciones a cambio de largas horas mañana y tarde, de pie. Mi "sombra" también lo entendía así y disfrutábamos de esas "vacaciones".

Un día se incorporó a las actividades del cuartel una mujer Paracaidista, causando la atención de todos.

La subteniente Araya era una buenamoza oficial que lucia estupenda con su boina negra y su bonita figura, su maquillaje y su uniforme. Su apariencia era un conjunto de contradicciones. ¿Qué hace tan bella mujer, tan fina y delicada, metida en aquel traje y llevando aquella boina negra que a mi me costaba tantas penas?

Causaba la atención de todos en el cuartel. Cada vez que cruzaba el patio las miradas convergían en su figura.

Esa tarde estábamos parados en la puerta de la oficina del Teniente Coronel, en cual también trabajaba la subteniente. Desde esa posición, mirábamos todos sus desplazamientos, cada vez que entraba y salía, la seguíamos con la vista, recorriéndola desde las botas a la boina. Era una estupenda mujer.

En varias ocasiones giró su cabeza, presintiendo que era observada, pero no decía nada.

¡Buenas tardes mi teniente! La saludaba yo suavemente.

¡Me gusta mucho esa muñeca! ----Me dice Harold discretamente.

¡Bonita! ¿cierto?-----Le replico yo.

En una de esas oportunidades mirando a Harold y a un grupo de camaradas que también la observaban desde la distancia, tuve el desacierto de hacerles un gesto alusivo a la dama, a su espalda y causó algunas risas acusadoras de los soldados.

Muy molesta la subteniente se da vuelta y me enfrenta:

-¿Que sucede soldado? -

-¡Nada mi teniente! ----Le respondo, aún con una sonrisita en la boca.

Harold enmudecido se hace el desentendido.

-¿Qué es lo gracioso soldado? ¿Le causo alguna gracia o se está burlando de mi?-

-¡No mi teniente, de ninguna manera! Le replico.

-¡Mire soldado no se confunda, debajo de este uniforme hay una mujer!

¡Ese es el punto. ¡No sé que hace una mujer como usted metida en ese uniforme! provocativa. respondi con voz suave y una mirada

Alli se acabó la calma. Algo encendió de fuego sus ojos, sus brazos cayeron al costado de su cuerpo y sus manos se cerraron con fuerza.

Sin poder yo adivinarlo siquiera, dio un paso al frente y lanzó un golpe a mi rostro que haciéndome perder el equilibrio me envió de espaldas al suelo, la boina saltó lejos junto a mis babas, dejándome en una ridícula posición frente a los que observaban.

Antes de que me levantase, avanzó hasta mi y colocándome, pesadamente su bota encima me dice:

¡No se confunda soldado! ¡no se confunda! ¡Esta boina no me la regalaron y si creías que te reías de mí, estabas muy equivocado!

¡Que no se repita soldado o conocerá quien lleva mejor la boina!

Por largo tiempo fui señalado, debido al incidente con la Teniente y el recuerdo siempre sacaba risas. No volvi nunca a menospreciar la condición de mujer soldado.
Harold constantemente me lo recordaría diciéndome:

¡No se confunda soldado, no se confunda!

Del mismo modo debíamos salir de escolta en Jeep a labores externas de entrega de documentos (estafeta) y otros, y en más de una oportunidad tuvimos que ir a buscar a la hija del Comandante, al colegio para dejarla en su casa a salvo de posibles incidentes.

Habiendo esperado largamente la oportunidad y aprovechando una de esas salidas de uniforme, decidi buscar una salida a mi situación. Encargué a Harold que me esperaran unos minutos mientras realizaba un "trámite". El conductor era un cabo de otra unidad y prácticamente no se metía con nosotros, asi que no habla problemas con el.

Sin medir consecuencias, me dirigí al Hospital Regional. Muy descontrolado, nervioso y con mucha prepotencia, irrumpi en el establecimiento de salud y exigi hablar con el director.

Al menor inconveniente, me abri paso entre el personal que se me anteponía y abriendo puertas llegué hasta su oficina a la cual entré sin siquiera tocar la puerta.

Yo estaba muy alterado y el Director al verme entrar violentamente. se puso de pié y sorprendido hizo algún intento de cerrarme el paso.

Sin titubear comencé mi relato, y tratando de ser lo mas explicito posible, le expuse mi situación, el lugar donde me encontraba, las situaciones a las cuales me veía enfrentado día y noche, la citación de una veintena de soldados que al igual que yo, no soportaban ya mas.

El argumento relacionador para mi entre mi objetivo y el hospital eran las dolencias que cada uno de nosotros padecía y que eran ignoradas pese a permanente insistencia.

Le hable de mis rodillas y los dolores que me producían cada una de las instrucciones, de los problemas físicos de cada compañero que recordé.

Mencioné casos de dolencias lumbares severas, de un camarada con la visión casi nula en un ojo, de uno que vivía en constante depresión y no hablaba salvo de suicidarse.

Trató de interrumpirme, pero levantando mas y más la voz, lo obligaba a seguir oyendo.

Para dar mas credibilidad a mis palabras le relaté algunas de las instrucciones más duras. Le mencioné algunos intentos de suicidio y para finalizar, lo hice responsable moralmente de lo pudiese suceder, al estar ahora al tanto. Solo le pedía que solicitara un chequeo médico de los soldados mencionados y corroborara sus dolencias para así certificar que no podíamos ser parte de un grupo asi, debido a nuestras incapacidades físicas.

Cuando logró sacar el habla, trató de calmarme y me preguntó algunos detalles, como el lugar fisico donde permanecíamos y el Oficial a cargo y otros.

Ya mas en calma, le expliqué que no pretendíamos nada mas que ser transferidos a una unidad convencional para terminar alli el período faltante.

No se trataba de no querer seguir, era no poder.

Me prometió hacer lo que estuviese a su alcance para ayudarnos, aunque no veía como llegar a lograrlo.

Le insistí que había vidas en juego y cuanto antes nos sacaran de alli mejor.

Sali del lugar con la esperanza de que no fuese en vano mi atrevimiento y rogando poder soportar las consecuencias que ello me acarrearía. Corrí al jeep y les dije:

¡ Listo! ¡ Vamonos!

Jamás confidencié a nadie lo que había hecho, ni el mismo Harold supo. No confiaba en nadie y menos estaba dispuesto a ser delatado por un compañero. Métodos para hacer hablar sobraban. Además no quería involucrar a nadie.

Ante el largo tiempo incomunicados, Ekeko nos informó que había despachado a cada una de nuestras casas una carta donde se comunicaba la Unidad donde residíamos y que cada uno se encontraba en perfecto estado. Con esto se pretendía evitar que los soldados buscasen manera de comunicarse con sus familiares y amigos debido al tiempo transcurrido sin enviar noticias.

Nos autorizaron a salir por la tarde y luego de formar en la guardia, se nos ordenó permanecer en la Playa Cavancha en un espacio metros y delimitado por dos banderas blancas, debiamos permanecer en todo momento cerca de nuestro compañero "pareja", no abandonar el lugar bajo ninguna circunstancia y en caso de alistamiento los camiones pasarían en caravana por la avenida mas próxima, portando banderolas en sus parachoques en señal de aviso o para quienes estuviesen escuchando las radioemisoras locales, también se transmitiría una alerta de la siguiente manera:

"¡El señor EKEKO a perdido a sus hijos, les pide que regresen a casa, él los quiere!."

Esta sería la manera de comunicarnos y considerando que un alistamiento estaba en curso, por cualquier medio debíamos retornar al cuartel antes de la salida de la Unidad, puesto que la no presentación sería considerada una deserción.

Caminamos hasta la playa y ubicamos el sector señalado, mucha gente a esa hora disfrutaba de una tarde de descanso y sol junto al mar, el área demarcado representaba una extensión de aproximadamente doscientos metros y estaba con gran aglomeración de personas, entre ellos se perdía la centena de soldados que pasábamos muy inadvertidos.

Era casi lo mismo que estar en el cuartel, sabíamos que muchos ojos estaban sobre nosotros cautelando cada uno de nuestros movimientos y con la agravante de tener que estar constantemente preocupado de que no fuésemos a perder el transporte o quedar rezagado en caso de llamada,

Con todo y a pesar de ser muy cauteloso, al regreso al cuartel siempre había alguien al que se le señalaba o castigaba por alguna conducta considerada indebida, reunirse con extraños o simplemente pasearse con alguna chica muy fea o que no era digna de un Comando, a juicio de alguien que los había observado. Para mi estas salidas, en esas condiciones, no dejaban de ser otro estilo de instrucción, por sobre el argumento de autoprotección que se debían los miembros de la unidad.

Por las noches se produce siempre una baja de agua en la ciudad y el liquido elemento se torna muy escaso. Quizás por lo mismo a esas horas se siente mayor deseo de beberla. Se genera una suerte de búsqueda recorriendo los baños extrayendo hasta la última gota de las cañerías. Cuando ya no sale más, debemos recurrir a los estanques de los escusados para sacar de allí el agua.

Domingo por la mañana. Al retorno del desayuno, la unidad es embarcada en los camiones y salimos del cuartel sin equipo. El ambiente es relajado y no percibo ningún movimiento raro que me haga suponer alguna sorpresiva instrucción. Ambos oficiales a cargo garantizan la seriedad en el comportamiento de los instructores y se reducen algunos temores.

Algunos minutos de viaje y llegamos a un recinto naval. En un patio, esperaba una dotación de marinos, en descanso, pero formados.

Rápidamente desembarcamos y oficiales de ambas reparticiones se saludaron cordialmente. Nos hicieron sentar en circulo y presenciar algunos simples ejercicios de los marinos. Luego, nos unimos a ellos, incluido instructores, en practicas de judo y kárate por mas de una hora. Los ejercicios eran mas bien relajados y observados por los tenientes respectivos. Era tal vez, una manera de entrenamiento con personal desconocido.

Antes de retirarnos, Ekeko se desabrochó el cinturón, lo enrolló alrededor del corvo y la pistola y entregándolo a un instructor se  encaminó al centro del circulo. Señalando con su dedo, fue seleccionando a distintos marinos "invitándolos al centro. Los marineros miraban a sus superiores, y éstos consentían con la cabeza.

Reunió a ocho y les dijo:

"¡Quiero que me ataquen!, ¡Están autorizados!.

Y mientras nosotros mirábamos atentamente a nuestro teniente, los marinos fueron rodeándolo y acercándose poco a poco, hasta que el primero se lanzó con patada al frente. Sin problemas Ekeko la esquivó. Con las manos los conminaba a acercarse más. Otro corrió hacia el y dio un salto de karateka experimentado y en el aire lanzó su pié al frente, el oficial se desplazó a un lado y con su antebrazo desvió la patada. Así prosiguieron, intentando acertar golpes y siendo evadidos por Ekeko. Los golpes enviados y recibidos no eran de practica. Hubo total contacto entre oponentes.

Nunca habíamos tenido la oportunidad de ver al teniente en combate y conocer en directo sus habilidades. Era sorprendente ver la manera como saltaba, giraba y golpeaba, simultáneamente y en el aire. Era como estar presenciando una película china de kárate en vivo y a solo diez pasos. En vano eran los esfuerzos de aquellos ocho marinos por lograr propinarle algún buen golpe. No se cansó, sino hasta tenerlos a todos botados en el suelo, agotados y sin aliento para volver a levantarse.

Tuve que reconocer que era excelente, cualquiera quisiera pelear así. Aunque todos sabíamos que tenía curso de Judo y Kárate, por la insignia que llevaba en la casaquilla, nadie había visto a este "Cinturón Negro" demostrar sus conocimientos.

Agradeció la participación de los marinos y a sus oficiales y sin más nos retiramos para retornar al cuartel en medio de muchos comentarios por parte de todos los soldados. Muchos lo consideraron un gran ejemplo a seguir, y ya era un especie de ídolo, para algunos.

Pese a las advertencias que se nos habían hecho referente a las personas que conociéramos fuera del Cuartel, una tarde en la plaza conocí a una muchacha muy bonita y simpática, Saray, que paseaba por el lugar, nos sentamos a conversar y durante largo rato compartimos ideas y afinidades. Era una chica muy interesante, con una buena preparación académica, pero tenía gran una diferencia con las demás que había conocido, ella era gitana. No lo parecia por ninguna parte, ni su vestimenta, ni nada dejaba algún indicio de su procedencia. Ella me contaba de su sistema de vida tan distinto al mío, como vivian, y el interminable viajar y viajar de su familia. por ciudades y países constantemente. Me aclaraba que eran gitanos de esos que yo conocía viéndole la suerte a la gente, mal vestidas o con los típicos vestidos con los que yo los relacionaba.

Era interesante conocer mas de esa gente y en especial de aquella muchacha. Con el pasar de los días nos encontramos en dos oportunidades más y a insistencia mía me llevó a conocer a su familia.

Coordinamos con Harold todo, para no ser sorprendidos en distintos lugares y más tarde encontrarnos para retornar al cuartel.

Saliendo a las afueras de la ciudad, un campamento gitano se levantaba en un sitio enorme desocupado. Cruzando por un camino entre carpas con la muchacha al lado, era el centro de la mirada de todos los que alli estaban. Me incomodaba bastante la situación, conociendo las costumbres cíngaras.

Hasta allí era todo igual a lo que pudiese haber visto en cualquier lugar, pero una vez ingresado a la carpa de la familia, grande fue mi sorpresa al ver un lugar tan lleno de elementos de la vida cotidiana como en la más lujosa de las casas. Alfombras impecables formaban todo el piso. Lámparas y muebles por todos lados. Televisores color, y todo tipo de modernidades, pero en una carpa. En la parte trasera un lujoso vehículo se asomaba.

Luego de una larga espera en una especie de living, haciendo el equivalente a una casa, pero rodeado de grandes cojines de seda, tras cruzar por entre unas largas cortinas de muy buen diseño y calidad, aparece una señora muy imponente con gran cantidad de joyas al cuello y me es presentada como la madre la muchacha. La saludo muy cordialmente y me invitan a sentarme o más bien ponerme de rodillas en unos cojines donde platicamos largamenté de diferentes temas con excepción de los militares. No había mencionado siquiera mi condición de soldado.

De la conversación se deducía la condición de autoridad o patriarcado de la familia de Saray y las extrañas normas de convivencia que regían a aquellos singulares pueblos nómades. Los hombres de la carpa, poco hablaban conmigo y me miraban con desconfianza o algo así.

Mas tarde en la conversación tocaron el tema de la amistad que tenía con la hija y de las costumbres que le impedirían a Petrovka relacionarse con un "chileno". Fue, claramente, una sutil manera de decir que rechazaban cualquier relación que pudiese llegar a haber entre nosotros.

Después de compartir una taza de té, me retiré y solo volví a verla un par de veces en la plaza ya que recibi algunas "recomendaciones de parte del cabo Torres quien me advirtió que mis movimientos eran seguidos permanentemente y había sido visto cerca del campamento gitano. Tenía que evitar ser causante y victima de castigos.

Por la mañana, fuimos sacados temprano por nuestro instructor y comisionados de escoltas en el camión que realizaría un viaje a un lugar determinado y no revelado.

Muy entusiasmados con la idea de salir lejos de las instrucciones y el cuartel, nos dirigimos a la sala de armas y nos hicieron entrega de nuestros fusiles y cargadores, rápidamente nos subimos en la parte posterior del camión y esperamos allí el inicio de la marcha. Al cabo de unos minutos nos encontrábamos ya en las calles, libres de la presión de la Compañía y con un destino y propósito desconocido, pero disfrutamos aquel viaje riendo y contando leseras en la libertad que nos daba el viajar solos en la parte trasera, el conductor y el otro cabo en la cabina no se percataban de las tonteras que realizábamos atrás.

El paseo duró varias horas enfilando en dirección norte por la carretera. para salirnos de está, a varios cientos de kilómetros de la ciudad en dirección Noreste, hasta llegar a un pueblito pequeño metido en pleno desierto y con muy pocas casas a la vista.

Avanzamos por los polvorientos caminos hasta una zona de apariencia abandonada, con lo que aparentemente habían sido los muros de piedra de algún poblado de antaño.

Con gran desconcierto tratábamos de entender donde estábamos y con que fin nos habíamos dirigido a tan extraño y solitario lugar.

De pronto un lugareño se acerca al vehículo y nos detenemos por un instante. Algo conversan con el conductor y prosigue la marcha. Por el camino nos cruzamos con muchos civiles que se asoman a ver nuestro vehículo. Entre las ruinas una que otra construcción de barro aún conserva su techumbre de ramas. El lugar es un laberinto de muros de piedra a lado y lado de una empedrada calle.

Nos detenemos y se bajan los instructores. Se dirigen a la parte posterior del camión y nos hacen bajar. Con mucha seriedad nos dicen que no podemos revelar por ningún motivo lo que hemos visto ni el lugar donde nos encontramos. Lo que íbamos a hacer era retirar municiones de este lugar.

Pero lo curioso era que no se divisaba una casa, un galpón o algo similar donde podían estar almacenadas estas municiones. De pronto aparecen un par de civiles armados con fusiles y vestidos

como auténticos nortinos y a los cuales el cabo a cargo le hace entrega de algunos documentos que portaba. Luego de leerlos nos indica y nos dirigimos al lugar señalado, entre unos muros en ruinas. Allí fue mayúscula la sorpresa al ver que cada uno de esos muros de piedra, eran grandes cantidades de cajas de munición apiladas entre piedras formando lo que aparentaba ruinas de casas o algo así.

Pues era claro que todo aquel pueblito era un enorme polvorin oculto en medio del desierto.

Debimos entonces retirar piedras y comenzar a sacar las cajas de madera que contenían las municiones las que fuimos cargando en nuestro camión.

Con el sol sobre nosotros, estuvimos mas de una hora sacando y cargando cajas. No dejaba de mirar esos insólitos muros que tanto me habían sorprendido y era imposible pretender calcular la cantidad que allí se almacenaba.

De regreso nos fuimos todo el camino comentando con Harold lo que habíamos visto. Lo oculto y misterioso del lugar, los aparentes civiles que lo custodian y obviamente la cercanía de un conflicto bélico.

Llegamos al cuartel ya por la tarde y nos reemplazaron en la tarea de descarga para poder ir al rancho por el almuerzo que по habíamos tenido. Fue una nueva experiencia que además nos había sacado de las rutinarias instrucciones.

Al otro día todo volvió a ser rutina, caminatas, ejercicios, clases teóricas y apremios de parte de los instructores.

Iquique, como todo puerto, tiene gran cantidad de lenocinios hacinados en la famosa calle Thompson, lugar frecuentado por el contingente militar desplegado en la zona, en noches de sábado, principalmente.

Obviamente era un lugar de prohibición absoluta para la unidad y permanentemente se nos recordaba que quienes fuesen divisados en las cercanías de dicha calle serían ejemplarmente sancionados.

Aquella tarde la unidad salía franco de seis a doce de la noche luego de un agotador entrenamiento y posterior "apaleo", lo cual hacía que los ánimos estuviesen muy decaídos, había desaliento y una enorme ira contenida.

Pese a las advertencias, la mayoría optamos por dirigimos a aquel lugar de prohibición en un abierto desafío y en acto de rebeldía.

La calle Thompson exhibe por varias cuadras, prostibulos a lado y lado de la calzada y dispuestos uno al lado de otro en añosas casas de típico aspecto.

Las "niñas", se pasean por las veredas encaramadas en grandes tacones y con mínimas ropas, dejan entrever sus voluminosos atributos, con cigarrillo en la boca y un maquillaje inconfundible se acercan a cualquiera que transite por el lugar en forma pegajosa e insistente ofreciendo todo tipo de servicios.

Un gran numero de personas recorren las veredas y cruzan de una acera a otra, entre la gente se distingue la mayoría por su mínima cabellera, delatando al contingente. Muchos, borrachos y tambaleantes, otros abrazados, cantando; caminan. Entrar y salir de personas de cada una de esas casas de las cuales se oyen música y fiesta por doquier.

Recorrimos varias cuadras y nos fuimos reuniendo en pequeños grupos que poco a poco abandonaban los buenos modales y se sumergía en aquel suburbio de alcohol y desenfreno.

Guiados por algunas recomendaciones, nos introducimos en una de las casas, bailaban y bebían profusamente en la enorme sala rodeada de sillones y sillas a capacidad plena. Llegamos a juntar una veintena de camaradas entre otros tantos "pelados y paisanos desconocidos. Las "señoritas" lucían diminutas prendas y luego de un baile y alguna transacción, se encaminaban con alguno hasta otras dependencias de la casa en el interior.

Con Harold nos paramos en un rincón y conversamos con una de las "damas" que se nos acercó. El resto se dispersó entre la gente, algunos bailaban, otros compraron licor y repartieron entre nosotros algunos vasos. La música y el humo de cigarrillo hacían el ambiente de cabaret.
De pronto un altercado entre un camarada y un civil, rompe la monotonía. Amenazas, empujones y en la discusión se involucran mas personas que se abalanzan sobre nuestro amigo. Como impulsados por un resorte, los Comandos que nos encontrábamos saltamos en su defensa. En un dos por tres, se pasó a golpes de puño y a los pocos minutos era una batalla campal donde todos estábamos participando. Lluvia de golpes de todo tipo, algunos caían al suelo, vidrios quebrados y hasta botellas volaban por el aire. Las "muchachas en un comienzo trataron de calmar los ánimos pero al ver la magnitud de la riña, huyeron al interior de la casa,

Repartimos golpes por doquier y recibimos unos cuantos, pero la ira acumulada por tanto tiempo fue descargada con fuerza contra los agresores, en su mayoría "pelados de una unidad blindada.

Los civiles y adultos de mayor edad se hicieron humo. Pronto fuimos lanzando a la calle, uno por uno, a los rivales que nos duplicaban en numero, pero no en garra. Por minutos la rencilla continuó en la calle, generando todo un espectáculo. Nadie recordó siquiera las recomendaciones recibidas y menos se preocupó de sanciones o castigos por el incidente.

Dando la pelea por concluida y adueñándose por completo del lugar, continuamos la fiesta a puertas cerradas y en forma exclusiva para soldados Comandos. Se sumaron mas camaradas, que llegaron alertados de que miembros de la unidad habían sido golpeados o reñian.

La fiesta se tornó mas familiar y las "niñas" volvieron a las conquistas, bailamos durante largo rato, bebimos, cantamos y celebramos hasta arriba de la mesa.

A menudo la puerta sonaba y alguno de nosotros daba una mirada por una ventana para vetar el acceso al lugar. Una de esas Ilamadas pareció muy insistente. Harold se acerca a la ventana y desde alli me hace un gesto indicativo de dificultades.

La Policía Militar estaba en la calle y con gran numero de efectivos nos conminaban a salir del lugar. Luego de algunas conversaciones, decidimos abrir y salir para quedar en manos de los guardianes del orden militar quienes nos subieron a un camión para ser trasladados a la Unidad.

Dos días y dos noches completas nos pasamos trotando kilómetros

y kilómetros. Volvíamos al Cuartel a las horas de rancho y nuevamente a trotar. Nos hacían acostarnos y media hora después ya nos estaban despertando para levantarse y volver a trotar. Dos de la madrugada. Cinco de la mañana. Tres de la tarde. Y no hacíamos mas que trotar y trotar. Los instructores disfrutaban masoquistamente el ejercicio a nuestro lado y nosotros desfallecíamos.

Con odio en las miradas de los "inocentes" que pagaban por "pecadores", la unidad era aún una sola.

Si alguno caía extenuado, debía ser cargado por quienes estaban a sus flancos. Alternadamente, todos llegaron a ser socorridos en algún momento. Siempre al son de varillazos y palos recibidos a modo de "aliento".
Extenuante, sin misericordia y regado de castigos y apaleos, fue el resultado de nuestra rebeldía.

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El dormitorio se revoluciona, han ingresado casi la totalidad de los instructores y las puertas fueron cerradas, los palos llueven y las carreras de perseguidos y perseguidores por sobre las camas, moviendo casilleros y tirando todo lo que esté a su paso haciendo del lugar, una casa de orates. Nadie logra evadir el castigo, atrapado, uno por uno era golpeado con palos hasta conseguir un Ilanto de impotencia o dolor. Era literalmente el propósito, hacernos llegar al llanto y la humillación posterior. Un grupo se atrincheraba en el baño, oponiendo gran resistencia pero pronto era reducido y puesto a prueba. Tomado por uno o dos instructores era golpeado por donde le cayera y conminado a responder. Claro está decir, que la reacción del instructor golpeado era doblemente agresiva, lo que hacía declinar esa alternativa aunque habían quienes abiertamente los desafiaban. Los gritos no amilanan a los desquiciados instructores que con los ojos inyectados de sangre se ensañan con cada cual caiga en sus manos. Un detalle se hacía notar en estos brutales comportamientos y era que en ellos generalmente no estaban quienes realmente eran Comandos con titulo, sino eran Paracaidistas aún sin realizar el curso principal.

Cuando aburridos de golpear a uno por fin este soltaba un llanto, era enviado fuera de la cuadra y continuaban con otro. Los golpes que recibía me llenaban de ira, y solo atinaba a arrancar y eludir los palos al igual que el resto. Aunque ya había entendido su propósito de hacernos llorar, no podía hacerlo bajo esas circunstancias, no me salía. Aun sabiendo que era la salida. Esto enfurecía más aún a los trastornados "perros".

En un instante de respiro, vi la puerta junta. Corri hacia ella y logré arrancar. Absolutamente fuera de mí, corrí por el patio y me metí en los baños del cuartel. Estaba desesperado y agobiado. Mire dentro y vi en uno de las puertas de un escusado el arma colgada de un soldado de la guardia que se había metido a beber agua. Cogí el fusil y sin pensar siquiera un segundo, volví al patio, pase bala y disparé al aire gritando algo como:

¡Vengan ahora por mi conchas de su madre! Volvi a disparar.

No recuerdo cuanto tiempo transcurrió hasta que alguien se me dejó caer a mi espalda y me lanzó al suelo desarmándome. Fui llevado a la cuadra y encerrado en el baño, posteriormente se me ordenó acostarme.

Muy perturbado y con el cuerpo molido a golpes, me dormi entregado a la suerte.

Por la mañana la unidad fue levantada más tarde. En la formación Ekeko me envió a su oficina con orden de esperarlo alli.

Una vez llegado el oficial me hizo ingresar y mientras yo permanecía en posición firme y la vista muy al frente, se me acercó y me dice:

¡Bien, bien soldado!.¡ Por fin veo que estas sacando fuerzas. Así te quiero ver siempre.! ¡Con mucha garra! Pero cuidado con las armas!. ¡Poco a poco iremos mejorando! Terminó diciendo.

Fue un balde de agua fría. La respuesta más absurda a lo sucedido y un resultado totalmente insólito.

Fui enviado a la Unidad, y nadie me dijo nada. Como si no hubiese pasado nada. Todos continuaban un dia mas y yo entraba en un desorden mental terrible, esperé cualquier cosa, imaginé castigos, pero no estaba preparado para esa reacción.

Al día siguiente el cabo Torres nos fue a buscar al comedor mientras almorzábamos y tuvimos que acompañarlo.

Al ver que nos dirigíamos a un camión reaccionamos positivamente pensando en el viaje que habíamos hecho a buscar munición.

Pero esta vez nos dirigimos al Cuartel Baquedano metido en el desierto al interior de Iquique. La tarea era ir por bototos para el personal de la Compañia.

Eran unas vacaciones esos viajes, con unas pocas horas de tranquilidad realmente levantaban el ánimo. Solo de pensar que estarán haciendo nuestros compañeros en este instante, corriendo por un cerro de arena con mochila y equipo a cuestas o quizás recibiendo una docena de palos o metidos en el mar..... es para disfrutar la oportunidad.

Cercado por alambradas, con unos galpones metálicos al centro y varios centenares de soldados deambulando por los patios con sus tenidas de mimetismo desértico y el sol parado arriba, era el cuartel Baquedano de la Infantería.

Luego de una larga espera el camión se colocó al lado de un vagón de ferrocarril que contenía miles de pares de bototos nuevos de todas las medidas.

Cargamos mas de un centenar de pares y nos disponíamos a partir cuando entre los soldados del patio diviso una cara familiar. Era un amigo de infancia, Víctor, quien al verme se acercó a saludarme. Intercambiamos unas pocas palabras y fui interrumpido por los Comandos que evitaron la conversación. Nos despedimos con un fuerte abrazo y retorné al camión y nos marchamos. Harold me preguntó en el viaje de regreso por mi amigo y me fui relatándole quien era ese amigo y las cosas en común que teníamos.

Continuamos las instrucciones incansablemente, con la misma demanda de energías y sacrificio, la misma presión ejercida por los instructores, que no cesaban de darnos durísimos castigos.

Mediodía y nos dirigimos al comedor, al rancho. Recibimos nuestra ración de arvejas y nos sentamos alrededor de las mesas como era habitual. El cabo Gómez y el cabo López se incorporan al comedor y comienzan las leseras con la comida. Molestando a uno y otro por esto o aquello. La verdad es que se divierten a costa de cualquier estupidez. Mas tarde se agregan varios instructores más a la diversión mientras pretendemos seguir comiendo. Pero bastó que alguno de los soldados hiciera algún gesto y su plato volaba por el aire quedando sin comida.

Con la cabeza gacha y sin levantar los ojos procuro pasar inadvertido y no caer en sus jueguitos.

Para colmo, se le ocurrió a un gato cruzar por el comedor y fue atrapado por uno de ellos y lo paseó por las mesas permitiendo que metieran su hocico en nuestros platos, a lo cual debíamos hacer caso omiso y continuar comiendo como si nada.

Pero un infaltable rompió el esquema, teniendo una reacción de rechazo a la comida tocada por el animal. Fue el detonante que ellos esperaban. Entrando en cólera nos decian:

"¿Acaso les molesta el gatito?" "¿Qué no pueden compartir con él?"

Y uno se puso en el pasillo y colocó al felino en el suelo, mientras otro se acercaba y le pisaba la cola. El gato chillaba y trataba de huír. Entonces el primero de ellos, saltando sobre el animal, se dejó caer sobre su cabeza con ambos pies dejando un charco de sangre y sesos pegados al suelo. Allí empezaba la fiesta para ellos. Viendo un gran numero de miradas reprobatorias y muchas de desagrado. Rápidamente nos hicieron levantar de nuestros puestos y formando una sola hilera no ordenaron

"¡Ahora van a limpiar el suelo que se acaba de ensuciar!" comienza uno

¡Quiero ver como pasan la lengua por el piso, todos!" - dice otro "Nadie se va hasta que esté todo limpio!"

Y a empujones fuimos pasando uno por uno por el lugar ensangrentado y con el desafortunado gato aún tirado al lado. El centenar de soldados debió arrastrar sus lenguas por el sucio suelo y lamer los restos aún tibios, esparcidos.

Cuando fue mi turno, hice lo propio, bloqueando mi mente para evitar tener alguna reacción de asco o arcadas

Lo mas simpático era que después de pasar habia que continuar comiendo y jhay de quien tuviese algún sintoma de desagrado, simplemente debía volver a la fila y volver a pasar.

Nadie decia nada, ninguno siquiera miraba al lado. Todos preocupados solo de si mismo y controlando sus "emociones", en procura de no persistir en el asunto.

En un momento desaparecían del lugar y todo retornaba a la relativa calma. No hay comentarios, no hay conversación, nada. Se da por terminado el "almuerzo", todos cogen su plato y pasando por el basurero, descargan en el la comida restante. Lavar el plato, retornar a la cuadra y meterlo en el casillero.

Este show ya era común y poco a poco se asimilaba, hasta ser parte del dia. Con algunas variaciones, pero en general la hora del almuerzo siempre era interrumpida o tornada desagradable.

Una tarde llegó nuevo contingente a una de las compañías convencionales al cuartel y pude reconocer entre los soldados a un vecino y amigo, Ricardo, con quien pese al largo tiempo que permanecimos en el mismo cuartel no pude mas que saludar a lo lejos un par de veces. No quise nunca comprometerlo en algún Incidente con instructores Comandos y creo que el se percató bien de la situación que vivíamos los Comandos y no intentó comunicarse conmigo.

Complicado fue recibir la sorpresiva visita de mi madre en el cuartel quien junto a la madre de Ricardo, viajaron desde Santiago a vermos

Ekeko tubo un cambio radical, amablemente me autorizó a salir franco durante los dos días de permanencia en la ciudad, pero con la condición de no mencionar nada relacionado con la Compañía y las actividades relacionadas con ésta.

Di mi palabra de no revelar nada y no estaba en mi llevarle a mi madre los problemas que estaba teniendo. Era mi problema y nada sacaría con preocuparla.

Con gran esfuerzo disimulé estar bien, y comprometi a Ricardo no relatar nada de lo que había visto. Nunca supieron que Ricardo y yo viviamos bajo un mismo techo pero en circunstancias diametralmente opuestas.

Aquellos dias de franco fueron indirectamente compartidos por Harold, a quien le fue encomendada la misión de seguirme por la ciudad, sin que yo me enterase sino hasta dias posteriores.

Harold me contó luego que mi madre se había marchado, que recibió ordenes de seguirme a donde fuera y había sido interrogado por los Comandos, de mis actividades.

Luego de esto todo continuó como si nada.

Una singular situación se gestaba cada vez que a la Compañía de Comandos se incorporaba algún nuevo instructor, generalmente eran cabos o sargentos egresados del Curso de Paracaidistas o del curso de Comandos y destinados a ésta Unidad.

Como ya era tradición, los oficiales de la Compañía determinaban que algún soldado, por un dia, vistiera uniforme de oficial y tuviera la oportunidad de representar el papel ante los recién llegados gestándose una serie de situaciones que terminaban siendo cómicas.

Pero quienes disfrutaban con el plagio por un día, pronto se transformarían en el blanco de los mismos recién llegados y quedar a expensas de la revancha.

Para mi desgracia fui en una ocasión seleccionado y muy temprano me llevaron al segundo piso del cuartel, donde están los dormitorios de los oficiales. Allí se me entregó vestimenta de subteniente, y debí colocármela en el mismo lugar, mientras recibia instrucciones de la Jefatura Comando, referente a mi comportamiento para no ser descubierto por los dos nuevos instructores que ese día llegarán. Las indicaciones iban desde la manera de dirigirse a la tropa, cosa que yo manejaba bien y había sido la causa de mi selección, hasta algunos tratos duros y ridiculizantes para con las "victimas".

Era una situación complicada para mí, pues me veía enfrentado a algo que me traería más problemas a futuro y que por lo demás, no podia eludir debido a que tenia a los superiores encima a cada instante. Debia tener mucho tino para cumplir las expectativas de la compañía y a la vez no hacerme de mas enemigos. Así lo alcanzamos a conversar con Harold quien debió en esta ocasión ser mi "secretario".

No era la primera vez que se hacía y segui algunos pasos de mis antecesores. Durante la primera formación permanecí alejado de unidad hasta que ambos instructores se presentaron como el cabo Silva y el cabo Pereira. Solo los saludé con mi mano a la boina, muy despectivamente. La compañía completa se mantenía en absoluta seriedad y solo observaba el paso de los acontecimientos.

"¡ Ejercicios matinales, Teniente!" Me ordena Ekeko dando el vamos a la oportunidad de "abusar del rango".

Emulando a un oficial, me dirijo lentamente al frente, y me dirijo a los soldados e instructores en la fila:

* Formación en cinco minutos en polera... marrr"

Los oficiales se retiraron a distancia, mientras la totalidad de la unidad corria a la cuadra a sacarse la casaca para regresar en polera a los ejercicios. Lo mismo hacía la totalidad de los instructores para volver a formar.
Sentí el peso de la boina con piocha y estrella de mi rango, mi impecable tenida  tenía un perfumado olor a limpio, el corvo colgado al costado en un toque de "choreza".

Una vez reunida la compañía mire el reloj que me habia prestado el Teniente García y dije en voz fuerte y malhumorada:

"¡Quince segundos de retraso! ¡Al suelo! Y todos los soldados e instructores obedecieron al instante incluidos los timados.

"¡Arriba! ¡Al suelo! ¡Arriba! ¡Al suelo! Una y otra vez esperando algún tipo de reacción de los novatos. Mientras caminaba enfrente de ellos.

"Sargento Carrasco, inicie los ejercicios!"  Le indique a éste, liberándolo de los ejercicios. 

El suboficial comenzó una serie de ejercicios físicos habituales, en tanto yo continuaba parado tras los novatos que no mostraban mucho agrado.

En un instante les señale a ambos salir de la gimnasia y les ordené

...Al trofe... marm Y señalándoles el fondo del cuartel troté junto a ellos hasta las cuerdas donde nos entrenaban.

Arriba! Dije, apuntando el lugar desde donde colgaban las sogas. Ambos subieron sin dificultad y bajaron rápidamente.

"De nuevo! Y lo volvieron a hacer. Mientras la unidad continuaba a lo lejos algunos ejercicios, pero mas bien dedicados a mirar a los novatos.

"¡Otra vez!

Continué haciéndolos subir y bajar hasta ver que

ya no daban más. Me retiré un instante en dirección a la unidad, esperando una lógica reacción de ellos a mis espaldas, y como era obvio, en cuanto me alejé unos metros dejaron de subir y bajar. Segui caminando hacia los soldados que miraban hacia esta dirección, me detuve un instante y di media vuelta y regresë hasta los cabos que pagaban el noviciado y le ordene en tono visiblemente molesto:

"Al suelo. Punta y codo, cabitos™ Y les di un paseo por el patio en esa postura, no dudando en poner un pie sobre su trasero para hacerlos agacharse más.

El soldado "Harold" se me acerca y me dice:

"Mi Teniente, el Teniente García lo necesita!

"¡Arriba! ¡Al trote! [Vueltas por el patio hasta que regrese!

Les ordené y me retiré junto al cabo, mientras iniciaban su trote. que duró por muchos minutos, mientras la unidad ya se había retirado a iniciar otras actividades y miraban a los "castigados" dar vueltas.

Así, con mucha actividad física de todo tipo fue su primer día en la compañía acompañada de un trato similar al recibido por un simple soldado.

El Teniente Garcia, me llamaba y me indicaba otras tonteras que ordenar hacer a los novatos y así pasamos todo el día riéndonos de ellos, al igual que en otras ocasiones le correspondió a otros nuevos. Todo esto contaba con la complicidad del Comandante del Regimiento, quien no se opuso nunca, mientras no saliéramos del cuartel vestidos de esa manera.

Ya tarde regresé al dormitorio de oficiales y entregué el uniforme, arma, reloj y otros accesorios prestados y volví a mi condición de soldado para retornar a la cuadra entre risas comentarios de los demás soldados y mi preocupación por el alto costo que esa broma podía significarme.

Al siguiente día me miraban con mucha "bronca", pero no hubo reacción de ellos, ocupados poniéndose al día con las actividades propias de la unidad y asumiendo el rol correspondiente.

En el cuarto que se encuentra al fondo de la cuadra, permanecen por la noche los perros de la unidad, regalones del Teniente García, Son dos perros pastor-alemán. Por las noches acostumbra a pasearse por el cuartel acompañado de ellos. A menudo he tenido que hacer el aseo del cuarto limpiando sus excrementos. Una tarde fui comisionado para esa labor como castigo y con Harold nos dispusimos a ordenar y limpiar. Estaba tan pestilente el sitio que decidimos limpiar el suelo con bencina para desinfectarlo un poco. Pero no contamos con que los perros no soportarian el ardor en sus patas y comenzaron a ladrar y aullar escandalosamente atrayendo la atención de mas de un instructor que nos dejó castigados en el mismo cuarto encerrados como a los perros por nuestro desatino. Al menos esa tarde no participamos de instrucciones.

Son las doce y media de la noche y nos sacan de la cama para entrar en alistamiento. La misma rutina y en pocos minutos estamos en los camiones hacia lugar desconocido. Por el comportamiento de los instructores, podemos deducir que habrá algún ejercicio complicado. No lo sabemos, nada trasciende. Metidos en los camiones cerrados y como era costumbre, los instructores colgando fuera, rápidamente corremos por las calles hasta alejarnos de la ciudad. Vamos hacia el sur, siguiendo la costa. Aún con mucho sueño y cansancio, vamos todos muy callados y probablemente preocupados por lo que pudiese ocurrir. Harold me comenta:

"¡Cuidado con el cabo Toro, otra vez te tiene entre ojos!" "¡Si, ya me advirtieron! ¡No sé qué le dio a ese hue.on!" ------

"¡Pero más me preocupan los cabos nuevos! ¡Querrán desquitarse! ¿No?

"¡De todas maneras hay que estar vivito el ojo!".

"¡En todo caso a la primera huevada rara yo me arranco, no más!"

La discreta conversación fue interrumpida con la detención de los vehículos y el griterio de los instructores y algunos disparos:

"¡Desembarcar! Mientras la portezuela del camión caía y la noche.

carpa se abría, en medio de una oscura Con rapidez bajamos del camión y éste se marchaba velozmente.

"¡Al suelo! ¡Todos agachados! Nos ordenaron, mientras continuaban los disparos cada vez mas seguido. El grupo permanecía en el suelo hasta que se acercaba cada instructor y señalaba a sus dos soldados que lo siguieran, para avanzar agazapados siguiéndolo. Así fueron desapareciendo en la noche poco a poco. Pronto nos toco el turno, el cabo Torres nos hizo señas y debimos salir tras de él. Continúan los disparos y entre las sombras se ven desplazarse los diferentes grupos. No hay comunicación verbal, todo son señas.

Me acerco a Harold y le digo muy despacio para no ser oído por el instructor:

"¡Esto no me huele bien!, Trata de hablar con el cabo, a ver si te dice algo!"

"¡Ese hue.on no dice nada, solo hay que tener cuidado y no despegarle la vista!. ¿Dónde estaremos?".

"¡Me parece que cerca del muelle!" Respondi

"¡Putas, otra vez al agua!"

"¡Ojala que no!" ------ Le digo, preocupándome por esa posibilidad.

Seguimos avanzando muy lentamente hasta llegar a la orilla del mar. Se vé a unos veinte metros moverse el agua. Estamos entre algunas dunas en la arena y atentos a los movimientos del cabo que nos señala con su mano, detenerse o avanzar.

Por la izquierda, a unos diez metros, veo como se desplaza otro grupo lentamente y en la misma dirección que nosotros.

Ya no se oye sino el ruido del mar, no hay disparos ni nada. Llegamos a una muralla de ladrillo y al otro lado hay una fabrica o algo así. Esperamos un instante, tirados en el suelo. El cabo Torres nos indica permanecer allí, y él se arrastra unos metros adelante mirando a izquierda y derecha. Nos hace llegar hasta su lado y nos señala a un grupo que está subiendo el muro. Nos dice en voz baja:

"¡Cuando la soga aparezca de éste lado, corremos y subimos por ella! ¡Cuidado al otro lado! ¡ Esperen en el suelo!

Así lo hicimos. Al ver el extremo de una cuerda que era lanzada desde el interior, nos lanzamos en carrera y ayudados por la soga nos encaramamos en la muralla de unos tres metros, ayudándonos mutuamente a salvar el obstáculo. El cabo Torres fue el primero, luego lo seguí yo, y por último Harold. Con la mochila y el fusil a la espalda, pasamos y nos fuimos tirando nuevamente al suelo.

Cuatro o cinco grupos se veían entrando por el mismo medio.

Era una construcción abandonada, con grandes murallones de concreto, muchas ventanas y rampas de acceso.

Los instructores de los grupos se hacían señas sin lograr nosotros entender lo que pretendian, ni a donde apuntaba la instrucción.

Nos manteníamos muy alerta esperando que en algún momento comience la gritería y los disparos a que estábamos acostumbrados. Pero no fue así. Nos señalaron continuar avanzando agazapados en serie de tres. Vale decir, tres grupos formados por tres instructores y sus seis soldados. Nunca se cortaban las parejas, ni se intercambiaban instructores, lo que permitía un afiatamiento del grupo.

La noche se tornaba fría y una brisa corre desde el mar humedeciendo el rostro. Llegamos al edificio derruido por uno de sus costados. Permanecemos apegados al muro mientras uno de los cabos se asoma por la esquina, hace dos señas: silencio y esperar. Miro arriba y veo unas ventanas o lo que quedó de ellas, uno de los instructores señala "agacharse" y todos lo hacemos. El observador levanta su brazo y señala "avanzar" a lo cual nos apresuramos a levantarnos y en carrera seguimos la senda señalada por éste, que se queda en la esquina mientras nosotros pasamos adelante. Así fuimos acercándonos a la entrada para ingresar al penumbroso lugar. Apuntando nuestras armas al frente y muy cautelosamente comenzamos a recorrer el lugar. Una vieja puerta cerrada es el primer objetivo. Nos colocamos a ambos lados de ella mientras el cabo la patea para abrirla, el resto espera protegiendo el avance. Ingresamos rápidamente y revisamos el lugar. Nada.

Seguimos adelante cruzando otra puerta y llegamos a una antigua sala de maquinas o calderas con grandes tuberías por todos lados, subimos una escalera para acceder al segundo piso, muy agazapados en una sola fila y esperando encontrarse con algo o alguien en cualquier momento. Todo continúa silente. Se respira un aire de polvo y humedad.

De pronto, un disparo nos hace tirarnos al suelo, se escuchó fuera del edificio, pero muy cerca. Subimos rápidamente al piso superior, muy alejados de ventanas y lugares abiertos para no ser vistos. Al Ilegar arriba nos indican los instructores que dejemos las armas y la mochila a un costado, para introducirnos por uno de los tubos o ductos metálicos del cuál su extremo asoma a mitad de la pared. Formando un banquillo humano nos fuimos ayudando a alcanzar la altura y gateando nos fuimos metiendo en la tubería que no tiene mas de sesenta centímetros de altura y está completamente oscura. Uno tras otro se desplazan sin ver nada. Todos los soldados ingresamos primero, suponiendo que los instructores venían atrás, pero de pronto una serie de explosiones producidas atrás nos inundan el tubo de gases. lacrimógenos y debemos, desesperadamente, seguir adelante en busca de aire para respirar. No cabia la posibilidad de devolverse.

Era obvio que nos habían cerrado la entrada y que de ahora en adelante estábamos sin instructores. El ambiente es irrespirable, los ojos se mojan y las narices chorrean. Ya en medio de la instrucción y abandonados a nuestras decisiones era hora de salvar el propio pellejo.

Voy detrás de Harold y este es antecedido por dos más, tras de mi creo que hay unos cuatro más, que nos vamos empujando para lograr salir de alli cuanto antes. Todo es negro y solo siento las botas de mi camarada delante de mí moverse. Se suma al escaso aire respirable, unos golpes que retumban en los oidos. Están pegándole a los tubos con algún fierro o algo así. Varios metros mas adelante un rayo de luz se divisa al fondo. Harold me avisa que los de adelante están bajando del tubo y llegaron a un lugar ventilado. Nos apresuramos más y llegamos a una caldera gigante donde convergen varios tubos, bajamos un metro y logramos por fin ponernos de pié. Arriba hay una tubería como chimenea que se alza verticalmente por varios metros. Por allí entra aire fresco y un poco de luz que permite al menos ver los bultos de quienes nos rodean. Pronto nos reunimos los ocho que veníamos por el conducto. Los tubos continúan trasmitiendo el sonido al ser golpeados, ya más lejos. Tenemos cuatro bocas de tuberías que nacen aqui dentro y nos conducen no se a donde. Entre el ruido, Harold me pregunta:

"¿Y ahora qué?" ------

"¡A ver, tratemos de salir por arriba, sería lo más lógico.!" ---- Le respondo.
¡Debe haber como doce metros! ¿Cómo vamos a subir? ¡Además no veo ni una sola cosa donde afirmarse, mira!"

El tubo tiene no mas de cincuenta centimetros de diámetro y comienza a un metro sobre nuestras cabezas.

¡Intentémoslo, somos ocho y si nos subimos uno arriba de otro

Los demás estaban de acuerdo y rápidamente dos se pararon bajo el tubo y trataron de alcanzario pero la redondez del piso, debido a que estábamos en otro tubo de gran diámetro dispuesto horizontalmente hacia difícil equilibrarse y subirse uno sobre otro Entre varios los afirmamos y uno logró meter la cabeza y los brazos en el tubo. Había que levantarlo ahora. ¡Que falta hacia la soga que traía en la mochila, quizás con ella podriamos subir! Intentamos subir a un tercero, mientras el de arriba trataba infructuosamente de subir. Pronto reconocimos que era imposible

¡Entonces quedémonos aquí!" ---- Dijo alguien. "¡Yo no me voy a meter a otro de esos tubos!"----- dijo otro.

Yo le dije a Harold:

¿Crees que nos van a dejar aquí, así no más? ¡No! ¡Algo estarán tramando y saben que estamos aqui!" -

"¡Si! ¡Yo creo que debemos seguir por uno de esos tubos! ¡Pero yo no voy a ir adelante!" Dijo él.

"¡Escucha! ¡Ya no se sienten los ruidos! ¡Estos hue.ones, se están moviendo a otro lugar y creo que no debemos esperar aqui!"

Sin pensarlo más nos dirigimos al donde están las cuatro salidas y sin esperar a que los demás se pongan de acuerdo, nos propusimos salir de alli. Pero el dilema era que camino tomar. Los cuatro tubos apuntaban al mismo lugar, todos tan oscuros como el que nos condujo hasta aqui.

"¡Veamos el primero!" ----- Dice Harold

" ¡Voy a entrar un poco para ver donde va! ¡Préstame los fósforos!"-Le dije, y me encaramé en el ducto ayudado por él.

Me arrastré algunos metros y encendí un fósforo para mirar algo, pero hasta donde la luz llegaba, era solo un tubo recto. Mis sentidos me indicaban que debía salir de allí cuanto antes. Esa nerviosa calma no me parecía buen síntoma.

Sin poder girar dentro del tubo, debí arrastrarme retrocediendo hasta que Harold logro oírme. Las voces retumbaban dentro y se transformaban en un eco que las hacía in-entendibles.

"¡Vamos por aquí, rápido! ---- Le grité.

No había pasado un minuto cuando atrás era todo griterío que no entendía. Nuevamente sentí el aire pesado y seguí avanzando con todo el cuerpo arrastrado e impulsado por los manos, brazos y pies. Pronto llegó Harold que me decía:

""¡Tiraron una lacrimógena por arriba! ¡Apúrate hue.on, que me estoy ahogando aquí¡"

"¿No querían quedarse allá? ¡Que te dije!"

Y seguimos por varios metros. Yo iba muy preocupado de poner las manos adelante, tanteando el suelo, con el temor de caer por algún forado o ir a parar quizás a donde en esa oscuridad.

Pronto llegamos a una curva de las tuberías que giraban a la derecha y se aumentaban en su diámetro. Alli me detuve y pude recoger las piernas un poco, quedando casi sentado, con la cabeza medio doblada. Busqué los fósforos y encendí uno. Harold se acomodó de igual manera y descansamos por un momento. Mientras todavía se escuchan gritos a lo lejos y golpes de fierros en los tubos. A los demás los perdimos, quizás donde fueron o los atraparon allá mismo.

Mientras duraba la luz del fuego miramos alrededor pero todo era mas que un tubo oxidado y lleno de polvillo negro. El cansancio era grande y aún no sabíamos donde podíamos ir a parar.

"¡No gastes todos los fósforos, nos queda mucho camino todavía!"

"¡Hay que tener cuidado, puede que el tubo termine en el mar!".

- dice Harold.

"¡Ya lo pensé, y no me hace mucha gracia! Le acoté.

¡Sigamos, quiero que salgamos de aqui! ----


Y continuamos gateando por el tubo una decena de metros más. De pronto me parece oir algo mas adelante y le digo a mi camarada:

"¡Parece que hay mas soldados al fondo! ¡De nuevo nos juntamos con el grupo!"..........

Y llegamos a un punto donde se sentia mas aire. Con mi mano recorrí tocando el suelo y el tubo terminaba alli, pero no sabía que había abajo. Era necesario iluminar y recurrí nuevamente a los fósforos. Al encender uno, vi que estabamos llegando a un cuarto de concreto, tenía un muro al frente a unos dos metros y el suelo estaba dos metros mas abajo del tubo del que yo asomaba la cabeza. Arriba a unos centimetros del ducto estaba el techo de cemento sin ninguna salida ni abertura. Pero mirando a la izquierda la pieza continúa y no alcanzo a ver hasta donde. A la derecha está cerrado por otro muro.

"¡Vamos a bajar!" ---- le dije a Harold

"Hay que saltar al suelo, está como a tres metros el piso!"

"¡Pero no sé como voy a darme vuelta en ésta huevada para poder

sacar las patas!" -------

"Córrete para atrás un poco, hue.on!".

Y logré sacar los pies primero y y deslizarme hasta quedar colgando apoyado de mi estómago y entonces me impulsé con los brazos y me dejé caer pegado al muro hasta quedar colgando de las manos y luego me solté y caí parado.

"¡Baja no más, no pasa nada!" ---- le avisé.

Y siguiendo la formula, Harold hace lo mismo.

Nuevamente sentimos como voces que provenían de alguna parte.

Nos detuvimos a escuchar un instante pero ya no se oía nada. Volvi a encender un fósforo y logramos ver que estábamos en el final de un pasillo o túnel de concreto. Estiramos un poco el cuerpo para relajar los tensos músculos luego de gatear y arrastrarse por tantos minutos, y comenzamos a caminar por el túnel. No hay nada de luz y la meta era avanzar unos diez metros antes de parar, que era lo que alcanzamos a ver con el fósforo. No se vio tampoco la llegada de los otros ductos, seguramente conducen a otro lugar.

Harold camina pegado al muro derecho y yo al izquierdo, con el brazo adelante y la mano tanteando la pared, dando cuidadosos pasos para no caerse.

"¡Aquí están!" ------ se oye un grito. Y se enciende desde el fondo un foco que nos encandila.

"¡Arranca, hue.on! ----- le grito a Harold devolviéndome en carrera por donde veníamos, ahora con el camino iluminado.

Pero el foco se apaga y soy alcanzado por alguien que me cae en la espalda y me lanza de bruces al piso. Todo son gritos y golpes. Me toman por el cuello y un brazo, y me levantan. Me paro como puedo y lanzo aletazos a diestra y siniestra sin saber donde, ni quien está ahí. Se que a alguien he golpeado y le alcancé a pegar un par de veces.

"¡Aquí tengo al otro!" --- Se escucha una voz unos metros atrás. Me empujan por la espalda gritándome:

Camina chilenito! ------ Me gritan, poniendo voz de extranjero.

No me muevo y recibo un golpe a la altura de los riñones que me deja sin aliento y doblando las piernas caigo al suelo.

"¡Camina, concha de tu .madre....!" --- Y siento que soy tomado por ambos brazos y llevado casi en andas, mientras recibo golpes de manos en el rostro.

Escucho la voz de Harold, gritando:

Suéltame maricón, loco cul..., hijo de puta y la conch ... Ahhhhh!" -

"¡Aquí hay dos más!" Grita uno y me da un empujón para hacerme caer en un montón de brazos que golpean y pies que patean por todo el cuerpo. Me protejo la cabeza con ambos brazos y me apresuro a pasar por entre ellos mientras gritan:

Lo tenemos, este es otro chilenito!"

"¡Este tambien andaba espiando!"

"¡Denle duro a estos hue.ones"!

Sigo corriendo entre combos y patadas, empujando y lanzando patadas al azar, descargo mi rabia y dolor gritándoles:

Puta que son valientes los concha de su ma... ¡" ¡Apatotados y a oscuras los maricones!"

Con mas fuerza me dieron y poniendo algún obstáculo me hacen caer pesadamente al suelo. Alli me quedé, hasta que se encendió por un instante un foco y me tomaron entre dos, que tenían sus caras tiznadas a rallas y con gorros de lana, Me arrastraron a un lado y me sentaron en una silla. El foco se apaga. Se me perdió mì compañero, no lo vi ni lo escucho ya.

Frente a mi se enciende otra luz que me hace mirar a un lado, dolían los ojos. Seguido, una voz fingida pero reconocible, el Teniente García:

"¿Qué andas espiando chilenito?" No lo puedo ver, está detrás del foco, entonces aprovecho la luz para mirar a mi alrededor y ver donde estamos y con quien.

Pero una mano pesada choca en mi cara, casi podría asegurar que era el cabo Toro, El hue.on, me hace volver la cabeza al frente. Pero alcance a mirar la pieza donde estamos, hay una veintena de instructores alrededor con gorros, ponchos y otros atuendos.

¿Qué estai haciendo aquí,? ¡Te dije!" insiste.

¡Contesta hue.on! dice otro y me golpea de puño por el costado y me levanta la cabeza tomándome del pelo.

Mi mente trabaja rápidamente pensando en qué esperaban estos "hue.ones" que dijese o como dejarlos conformes para que me soltaran ya.

"¿Yo? ¡Yo andaba paseando por aquí y "----- le respondo. "¿Paseando? ¡Vos soi milico chileno, hue on!" -----

No! ¡No caballero!, ¡Yo soy civil, soy alemán!" --- le contesto, mientras al instante recibo un mangazo desde atrás. Trato de ponerme de pie y me empujan de los hombros y me hacen sentar nuevamente.

"¡Ah, alemán!, ¿Y que hacis con ese uniforme?"

"¿Cuál uniforme? ¡Ah! ¡No, si esta ropa me la encontré por ahi!" -----

¡Ah, te la encontraste, botada!"

"¡Sí, la encontré tirada allá!" ------

Amparados por las sombras, me dan un golpe en plena cara, al parecer fue el Teniente. "

¡Se la encontró!, ¡Llévenlo a la otra pieza!, ¡Que pase el siguiente!"

Entonces soy tomado por los brazos y conducido, en la oscuridad, hasta otra pieza. Antes de decir nada, me llevan los brazos hacia atrás y me atan por las muñecas con algo como un cordón.


¿Y Quien es éste? Reconoci su voz. Pregunta una voz lejana, era Ekeko.

Uno que dice ser alemán! le contesta uno de los que me trae

"Veamos al alemán!" Seguido se enciende un foco similar al del cuarto anterior. No puedo ver nada.

"Ya!". Y la luz se apaga y comienzan a darme de golpes por todos lados y empujones, trato de no caer al suelo, no puedo protegerme la cabeza con las manos atrás, e inevitablemente pierdo el equilibrio y doblando las rodillas caigo hacia un costado doblándome el brazo.

"Aaahhh, mi brazo!  Grité con dolor.

"¿Quiere agua? aún en el suelo. La voz del teniente. Pero no contesto nada,

"Denle un poco de agua!" dice él mismo.

Me arrastran de los brazos y me meten la cabeza en un balde con agua salada, por algunos segundos. Me pilló muy de sorpresa y cuando me levantaron la cabeza, me puse a toser, sin parar por unos minutos.

"Otro poco para que se le quite la tos!"

Y al volver a agacharme la cabeza, la muevo logrando tocar el borde y volcar el balde derramando el agua, que senti mojar mis rodillas.

"¡Debe tener hambre, tráiganlo!" dice ahora la voz de Ekeko y enseguida, tomado por los brazos, me mueven a otro lugar. Mis pies van arrastrando el suelo y mis brazos tienen incrustada la soga que ata mis muñecas.

"¡Denle de comer un poco!" Me toman por el pelo y me empujan la cabeza hasta el suelo y siento mi cara tocando algo tibio, húmedo, pegajoso. Me presionan la cabeza y me llego a ahogar, con la boca y la nariz apretada contra aquello.

En un instante me alzan la cabeza y uno de los que me sostiene grita: ¡Luz! Y con sorpresa me encuentro que lo que allí había, donde metia la cabeza era un animal muerto y abierto por el centro, con las tripas desparramadas alrededor. "Yal", Grita el otro y la luz se apaga

*Pero saca un pedazo de camel" dice el Teniente, lo escucho ahora detrás de mi, más cerca. Y me vuelven a empujar la cabeza llevándome de nuevo al animal. No tuve mas que coger con los dientes un trozo de "algo" y apretando lo mantuve alli hasta que volvieron a encender el foco "¡Llévenlo fuera! dice Ekeko y la luz se apaga y yo suelto mi presa rápidamente mientras me alzan para ponerme de pie Me conducen por las sombras y comienzo a ver una salida. Me llevan fuera del edificio. Por fin aire puro y fresco. Veo a muchos que están sentados en el suelo, todos con las manos atadas a la espalda y separados entre sí unos metros. Me dejan también en el suelo. Hay cuatro instructores que visten botas y pantalón de combate pero arriba llevan casacas, no de uniforme, de colores, y gorros de lana como "paitocos".

No dejan que nadie hable, todos miramos alrededor. Yo busco con la vista a Harold pero no lo veo. Aún siento la boca y la cara pegajosa pero no quiero pensar en el asunto y procuro poner la mente en otra parte. ¿Qué hora será? Me pregunto. Al respirar profundo siento el dolor en las costillas, producto del golpe que recibi. Muevo las manos intentando zafarme de las ataduras pero resulta en vano. No se me ocurre que más deberemos hacer. Ojalá terminemos aquí. He perdido mi boina y me faltan varios botones de la chaqueta. Estoy cansado y este relajamiento me está dando sueño y frío. Los instructores conversan entre ellos paseándose y riendo alrededor de nosotros.

Minutos después aparecen de las sombras, desde el edificio, tres que vienen caminando. Son dos que traen a un soldado. Cuando pasan por delante reconozco a Harold. Lo dejan sentado frente a mi, a unos cinco metros pero mirando al otro lado. Se retiran a reunirse con los otros instructores que caminan ahora por el fondo de este patio al llegar al muro. Los sigo con la vista y cuando están lo suficientemente lejos para no escuchar, llamo a mi compañero.

Hey Harold, Harold!" Voy subiendo la voz hasta que logro hacerme oir. Este mira, buscando quien lo llama y el que está mas cerca de él, le mueve la cabeza tratando de indicarle de donde lo Ilaman. Arrastrando los pies, gira poco a poco hasta quedar frente a mi.

"Cuidado vienen alla!" me advierte el que tengo cerca. Miro hacia el fondo, vienen dos caminando cerca. Mantengo silencio mientras pasan frente a nosotros y se pierden en la oscuridad del edificio.

"¿Cómo te fue?" --- le pregunto a la distancia.

"¡Me dieron duro, pero estoy bien! ---- contesto.

"Animo compañero, todavía no termina!" ----

Así, sentados en el suelo, con las manos atadas sin poder liberarnos, ya que se paseaban por entre nosotros, permanecimos por mas de una hora, observando como llegaban de a uno los "capturados" y se iban sumando al lote.

Deben ser las cuatro de la madrugada y me siento cansado y tengo sueño. Pero no quiero cerrar los ojos porque podria dormirme y me puedo llevar alguna sorpresa.

Todos estamos callados y abatidos, la noche pasa lentamente y el aire está muy frío.

Comienzan a reunirse los instructores, rompiendo la monotonía y alertándonos que la acción podía continuar.

Nos hicieron ponernos de pie. Con gran dificultad nos levantamos y nos fueron reagrupando en una hilera. Retomamos posiciones con Harold delante de mí. Nos condujeron por el patio del lugar, entre tambores de aceite y escombros apilados. La luna aún ilumina gran parte del camino. Llevo el brazo muy adolorido y un golpe en la cadera me hace cojear un poco. No podemos hablar debido a que somos flanqueados por muchos instructores atentos a que eso no suceda. Vamos muy alertas esperando que salgan con alguna novedad. Por mas que he intentado desligarme del cordón que me ata las manos, a sido inútil. La larga fila continua avanzando, nosotros vamos casi al medio.

Varios metros mas adelante, puedo ver que se van deteniendo y luego continúan:

"¡Algo hay allá!" - me dice Harold, en voz baja.

"¿Algo como qué?"

"¡No sé, cuidado!"

Y al llegar a un portón, nos van deteniendo y colocando una venda en la cara que nos impide ver. Nos desatan las manos y nos hacen continuar avanzando con un brazo hacia delante y la mano tocando el hombro del que va adelante.

"¡Sigan el paso de compañero de adelante!" --- Nos ordenan. "¡Mantengan el mismo paso y no se apuren!"

Y en esa forma continuamos caminando. En cuanto crei conveniente retiré un brazo del hombro de Harold con el propósito de moverme la venda y poder mirar, entonces recibi un golpe de puño en la cara y alguien me gritó a pocos centímetros:

"¡Los estamos mirando, hue.ones!, ni intenten moverse las vendas!"
Caminen callados y preocúpense de no caerse.! ¡Si se cae uno, se van a caer todos, hue.ones!"

Concentrense en lo que están haciendo!" desde atrás. gritó un instructor

Movi la cabeza a los lados, pero era inútil correr la venda y mirar algo. Tengo las ganas de soltar un brazo y moverla, pero siento que llevo cerca a dos instructores, uno adelante por la izquierda y el otro a la derecha, unos pasos atrás, me dolió el golpe y no voy por otro. La columna se detiene bruscamente y nos hace chocar uno a otro.

"¡Atentos a los movimientos del de adelante!" ---- Nos gritan. Entonces metros después, siento que Harold está subiéndose a algo y me levantaba el hombro haciendo alguna señal. Pronto me tropiezo con algo y levanto un pié para alzarme sobre algún obstáculo, a la vez que le hacía la seña al de atrás, advirtiéndole. Ahora caminamos sobre algunos palos o tablas sueltas botadas en el suelo. Fácil es tropezarse. Vamos lentamente caminando. De pronto escucho que alguien golpea a Harold y le grita:

Mantén los brazos en su lugar, hue.on!" El juego de la "gallinita ciega" o "el trencito no me parecen muy originales y apropiados. ¿Qué tipo de trampa tendrán preparada, me pregunto?, cautelando más aún mis pasos pensando en que quizás nos harían caer al mar nuevamente. Subir y bajar por entre pequeños obstáculos, dando vueltas por el patio. Mantengo el oído alerta, el ruido del mar es mi referencia para orientarme un poco.

"¡Un pie detrás de otro!" gritan, ahora.

Y caminamos sobre un tablón de unos metros de largo que se tambalea un poco. En el extremo mi guía se comienza a levantar. Está subiendo una escalera. Peldaño por peldaño lo sigo atentamente, aferrándome con la mano izquierda a un fierro que debe ser el pasamanos. Diez o doce peldaños y llegamos arriba, no sé de qué. Al final de la escalera hay alguien repitiendo:

Un pie detrás de otro, sino se van a caer!"-

El que viene atrás me trae agarrado firmemente de la chaqueta, por el hombro. Al poner el pie en el suelo siento un borde, estamos caminando por un angosto pasadizo. Noto que Harold se bambolea tratando de mantener el equilibrio lo mismo que yo. Ya es claro que estamos sobre algo levantado. Continuamos avanzando lentamente. Debo tener cuidado. Trato de estirar los codos hacia los lados para tocar algo, pero no alcanzo nada. Por momentos debo aferrarme bien del hombro de Harold para no perder el equilibrio.

Ahora nos detenemos unos segundos. Algo viene. Unos metros mas y hay que bajar con lentitud. Estamos pisando unas latas. Es un techo de zinc con alguna inclinación. Los pasos ya son más largos y rápidos. Conté sesenta pasos y otra vez subir medio metro, esta vez sé que estamos sobre un muro, pero procuro по desconcentrarme y seguir los pasos de mi compañero.

"¡Una mano abajo, la otra en el hombro!    un grito vuelve a insistir a la distancia.

Por un instante el soldado de atrás pierde la posición y se aferra con ambas manos de mi chaqueta y me obliga a hacer lo mismo con el de adelante para no caer.

Alto!" ---Grita un instructor.

La fila se detiene. No se si es por culpa del de atrás que casi nos bota a todos. Con el susto ya se me olvidaron hasta los dolores que tenia.

Nuevamente proseguimos la marcha, subir, bajar repetidas veces hasta llegar a suelo firme donde poder caminar normalmente, siempre usando al compañero al frente como bastón y guía.

Nos detenemos y ordenan agacharse y luego dejarse caer sentado. Pongo mi mano libre de apoyo en el suelo y me siento procurando no irme hacia los lados, no sé que tan seguro es el sitio.

Estoy desorientado y no logro ver nada otra vez de la venda. No quiero siquiera intentar mirar, porque siento que están cerca y me pueden estar mirando. No imagino lo que me podría pasar.

Varios minutos sentado me hacen relajarme un poco. Estaba agotadísimo y muy tenso esperando una sorpresa que no llega aún. Si no me equivoco ya comienza a amanecer, a sido una large noche, más aún metido en las sombras de la venda. Aún tengo las ropas mojadas y la brisa marina me enfria el cuerpo rápidamente.

"¡El que sigue!" Se escucha adelante, alertando mis sentidos.

Aqui viene algo diferente, pensé.

El otro!" Se oye ahora, y me voy poniendo nervioso sin poder imaginar siquiera que estaban haciendo. Solo reaccioné golpeando con mi mano el hombro de Harold, a lo que éste respondió levantando el hombro. Sé que me ha entendido. A prepararse para lo desconocido nuevamente. Espero que no sea en el agua.

Seguían llamando a los de adelante, uno a uno, hasta que nos foco el tumo. Harold se puso de pie y lo se lo llevaron.

Un minuto después me dan un puntapiés y me levantan de los brazos y me empujan a caminar adelante.

Seguí caminando esperando en cualquier momento caer al vacío, pero varios metros mas allá me vuelven a tomar de ambos brazos. me los levantan y me hacen tocar un fierro que hay sobre mi cabeza, no es un fierro, es una piola, de acero trenzado, muy gruesa.

Párese en la puerta!" de cierta posición de constantemente utilizada. --Me dicen, recordando una orden tipica práctica de salto de paracaidismo,

Me coloco en posición, con mis piernas juntas y las rodillas un tanto flectadas. Estoy aún con las manos aferrando el cable. Me toman de los brazos y me colocan las manos en algo que se mueve sobre el cable.

Rápidamente comprendí que me tendría que lanzar aferrado a un carro que corre por el cable.

"¡Los pies adelante!, ¡No se suelte ni por nada!"

"¡Salte Comando!"-

-- Y me dieron un impulso y comencé a viajar suspendido por mis brazos en loca carrera hacia abajo, mientras preparaba con mis piernas al frente el momento de chocar con algo que me haria detenerme o algo así. Solo debo resistir y no caer.

No sé cuantos metros recorrí hasta que disminuyó mi velocidad y choque con alguien y fui agarrado por un grupo de instructores que esperaba nuestro "arribo".

De allí nos conducían a los camiones y debimos esperar arriba, sin dejarnos hablar.

Después de mas de una hora el vehículo se puso en marcha, ya con su contingente completo y los instructores afuera como es habitual. Por el camino nos permitieron sacarnos las vendas y por fin podemos mirar. Mi compañero estaba allí y le pregunté:

"¿Cómo estás?"

"¡Como las hue as!" --- contesta sonriendo.

Ya nos vamos, hue.on!" Le dije.

Y así retornamos al cuartel, llegando casi a las once de la mañana. Nos fuimos al desayuno y nos mandaron a dormir hasta las cuatro de la tarde. Al despertar almorzamos y comentamos algo de lo sucedido en la noche. Al parecer la saqué barata.

Vimos al "Loco Torres muy a mal traer, parece que lo molieron a golpes, y el flaco tiene un parche en la cabeza.

Terminamos de comer y ya estaban los camiones esperándonos nuevamente en posición de alistamiento.

"¡Otra vez, por la puta!" ---- me dije.

Apenas había podido dormir a esa hora y de nuevo salir a otra instrucción.

"¡Éstos concha de su ma..., no se cansan!" --- decía Harold

Nos llevaron nuevamente, con la misma disposición de anoche, en un recorrido por el lugar de instrucción, esta vez caminando por el edificio, al cual no ingresamos, y cada uno miraba haciendo memoria del lugar, asimilándolo con la breve noción que teníamos grabada.

Nos reunieron en el patio, el mismo donde nos mantuvieron luego de salir del interrogatorio, y después de hacernos fomar una sola fila nos encaminamos recorriendo el patio pasando por cada uno de los obstáculos, está vez mirando todo y separados un metro uno de otro.

Luego de subir unas escaleras, debimos pasar caminando sobre unos muros de no más de veinticinco centimetros de ancho, en lo mas alto del edificio en una arriesgada travesía con el vacío a un costado a mas de veinte metros de altura, luego por los techos y otros lugares de peligroso acceso.

Mientras caminábamos temerosos por las alturas, desde abajo nos

gritaban:

Puta que tienen miedo!"

"¡Y anoche llegaban a correr!"

"¡Deben aprender a confiar en su compañero como en Uds. Mismos!"

Senti pavor al pensar que pude haber caído anoche de aquellas altas murallas.

Asi concluyó aquel ejercicio y retornamos a la base.

Durante todo aquel día había permanecido en las oficinas de la unidad, a solicitud de un voluntario con habilidades para el dibujo. Mi trabajo había consistido en fabricar una gran cantidad de letreros e irlos colocando dentro de la sala de explosivos de la Compañía señalando cada uno de ellos y reseñando las mediadas de seguridad de cada uno. Para dilatar el trabajo y mi permanencia fuera de instrucción, confeccionaba un letrero, con mucho detalle dibujaba cada letra y la coloreaba con plumones de tinta, una vez terminado, cerraba la oficina, cruzaba el patio del cuartel y me introducía en la sala a colocar el letrero en el lugar que correspondía y así sucesivamente dejando transcurrir el tiempo y de reojo mirando las instrucciones que realizaban el resto de la unidad y particularmente a Benavente que en ese momento era receptor de una centena de palos por parte del instructor Salinas que habitualmente se ensañaba con él. Caminé nuevamente a la oficina y continué mi tarea.

Aún me faltaban algunos letreros que hacer y ya se hacia tarde.

Asistí a la última formación y retorné a la cuadra dispuesto a dormir, esperando poder continuar al día siguiente, sumando dos días de alivio evadiendo actividades.

Llevaba algunas horas durmiendo y unos ruidos me despertaron. En la penumbra de la cuadra, sorprendí a Benavente registrando mis pertenencias y me puse de pié rápidamente y lo agarré por el cuello y lo lancé contra la cama de Harold quien saltó asustado y se levantó también.

Sin causar mayor alboroto lo llevamos, forcejeando, hasta las duchas y zamarreándolo lo increpé por querer robarme. En un momento comenzaron a aparecer de a uno, los soldados que compartíamos el mismo ideal, "salir de allí". Manteniendo la discreción, para no ser descubiertos por algún soldado ajeno a la agrupación, nos hacían saber a Harold y a mí, que tenían un plan, para lo cuál necesitaban de las llaves de la sala de explosivos, que no sabían, yo no tenía.

Sin lograr comprender y soltando a Benavente, le pedí que me explicaran eso de tener un plan. Mientras alguno se mantenia atento a que nadie viniese y nos sorprenda complotando.

En abierto descontrol y visiblemente afectados nos indicaron que estaban dispuestos a hacer "volar" la cuadra de instructores esa misma noche para lo cual necesitaban las llaves de la sala de explosivos. Esto pondría fin a todo ese sufrimiento haciendo "justicia".

No temo ir a la cárcel, estaré mejor que aquí!" Decía Benavente,

muy descontrolado y acelerado.

Yo no tengo miedo de hacerlo!" Decía el "cara de muerto".

"Esos Hue.ones tienen que pagar" Acota otro.

Dejemos la cagada ahora y terminemos con esto!"

Con Harold tuvimos que convencerlos de que era una estupidez pensar así. No tenia sentido cometer una locura, ir a la cárcel por esos desgraciados no valía la pena. Había que fortalecerse y buscar otras maneras de lograr salir de esto, pero de una manera inteligente y no irracional.

Les hice saber de mi convencimiento de que si continuábamos poniendo obstáculos y dificultades a las actividades de la unidad, terminarian por enviarnos a otro lado.

De pronto la presencia de otros soldados alertados por la bulla nos hizo volver a nuestras camas y todo quedó en nada

¡Esto se comienza a complicar! - Pensé.

¿Cómo controlar esos arrebatos que lo único que nos acarrean son más y mas castigos?

Me dormi pensando y pensando. Dándole vueltas a todo lo que sucedia.

Aquel día nos avisan que mañana temprano hay revista de vehículos en el Regimiento y los instructores- conductores preparan y limpian los jeeps y camiones de la unidad para la revisión.

Casualmente, por la tarde, se produjo un incidente en la calle con uno de los camiones, llegó con un tapabarros todo chocado y a mal traer. Ekeko, solo se limitó a ordenar que a la mañana debía estar como nuevo. La solución debía ser buscada pronto.

Se reunieron los instructores con el Teniente García y se formó un grupo con la misión de ir por un tapabarros similar, el cual seria sustraído desde el deposito de vehículos de un regimiento cercano que contaba con camiones similares a los nuestros.

Aquella noche se desarrolló el singular robo, desplegándose las habilidades de cada uno. En grupos divididos por tareas salimos a la ciudad en pos del objetivo vestidos como cualquier civil, el reloj marcaba las tres de la mañana.

Un grupo de cuatro integrantes tuvo la tarea de observación y distracción de las guardias apostadas en el recinto militar, y un segundo grupo encabezado por los conductores-mecánicos de la unidad y responsables del incidente con la tarea de ingresar por los muros premunidos de herramientas y desmontar la pieza de uno de los camiones. El tercer grupo sería de apoyo al traslado del objeto en cuestión hasta el camión que apareceria solo al concluir la operación..


La misión se desarrolló con facilidad. Se espero pacientemente a varias cuadras de distancia. El grupo de observadores coordinaba los movimientos. Se esperó el momento de relevos para dar el mayor tiempo posible. Las guardias se cambiaban cada dos horas, lapso que tendrian para ingresar y retirar el tapabarros

Una vez producido el relevo, saltaron dos el muro y se parapetaron entre las sombras hasta que el par de guardias fue reducido, maniatado y amordazados con gran sorpresa y muy poca resistencia. Luego les proporcionamos las herramientas y comenzaron a trabajar. Pese a lo delicado que podía ser el ser sorprendidos, nos sentíamos bastante confiados en la preparación para dichos eventos. Todas las comunicaciones eran mediante señas entre el grupo de observación, nosotros que estábamos apoyando y los que estaban adentro. La caseta de guardia levantada sobre uno de los muros era ocupada por "uno de los nuestros y desde allí se controlaban todos los movimientos alrededor.

Al cabo de unos noventa minutos, que se hicieron eternos, estaban listos. El grupo de observación debía entonces desplegarse por las calles hasta hacer las respectivas señas al conductor para que empezara su aproximación.

Por sobre el muro recibimos el tapabarros y nos quedamos a la espera de la llegada del camión parapetados en las sombras.

Un par de minutos después ya estábamos subiéndonos con el trofeo a cuestas para retornar rápidamente a nuestro cuartel.

El resto de la noche la pasamos algunos ayudando a montar la pieza. Por la mañana pudimos aparecer a la formación con un camión flamante sin rastros del choque que había causado todo ese despliegue.

La revista de vehiculos fue pasada sin problemas, aunque uno de los camiones tenía un tapabarros que lucia un tono distinto en la pintura de camuflaje.

¿Que tal le habrá ido a los soldados del otro regimiento que por desgracia les tocó guardia en el depósito de vehículos?

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Aquella tarde la mitad de la unidad tiene salida franco. Es sábado y en la guardia se nos revisa nuestro "uniforme de salida, blue jeans, camisa de un solo color, zapatillas, cedula de identidad y las innumerables recomendaciones de seguridad. Hora de retomo, doce de la noche. Nos dirigimos al centro de la ciudad y recomimos sus calles hasta caer la noche. Entonces nos dirigimos a una fiesta que había en una casa particular, recomendados por uno de nuestros camaradas. Ingresamos muy formales y compartimos con los asistentes por un par de horas, en un ambiente bastante familiar y tranquilo. Conocimos a varias muchachas y simpatizamos con los dueños de casa.

Todo marchaba normalmente salvo por la llegada de un par de suboficiales de la Fuerza Aérea, que vestidos de uniforme, se comportaban prepotentemente con los asistentes. La mayoría desconocía quienes eran y nadie sabía quien los había invitado. La molestia cundió cuando su trato empezó a ser irrespetuoso con las damas presentes. El ambiente se cargó de tensión, mientras ellos reían y se burlaban de cualquiera sin mediar motivo.

Yo bailaba con una muchacha y uno de ellos me da un empujón, me volví a ver que pasaba y allí estaba a mis espaldas, uno de los uniformados bailando y riendo mientras miraba al otro, que le celebraba las leseras que hacía. Dejé pasar el incidente, como si nada. Harold se me acerca y me dice:

"¡Ya me está llenando ese parcito!".

"Tranquilo, calmado". le respondo. Y nos volvimos cada uno a su respectiva conversación y bailes.

Mas tarde, le correspondió el turno a un civil que tranquilamente estaba sentado y lo hicieron pararse y dejarles la silla, como si fueran amos y señores. Constantemente se sacudían suavemente sus hombros, luciendo sus impecables uniformes y menospreciando al resto de los presentes. Pero la nota alta la dieron cuando Harold bailaba con una simpática chica y el mas alto de los uniformados se le puso en el medio y le dijo:

"¡Ya bailaste demasiado! ¡Ahora córrete de aqui, que voy a bailar yo con ella!".

La muchacha miró a Harold y lo tomó de la mano, negándole la posibilidad al intruso. El ofendido cogió del brazo a mi amigo y éste se desprendió de él, de un tirón. La niña se alejó, previendo dificultades. El otro "aviatico" se paro al otro lado y lo empujó del pecho, en abierto desafío.

Colmada la paciencia, Harold le propinó un certero golpe en el rostro a uno y un codazo al de atrás. Me acerqué entre los sorprendidos presentes y comenzamos a "repartir", a diestra y siniestra. Los dueños de casa, nos conminaron a salir a la calle, donde continuamos la frenética riña. Volaron gorras y gotearon narices. Había mucho guardado y teníamos un par de voluntarios para desahogarnos. Nos dimos duro, con manos y pies, recibi varios certeros golpes en la cabeza.

Llegó Carabineros y a palos fuimos detenidos con Harold. Los aviadores se marcharon haciéndose las victimas del incidente y amparados por la supremacía ejercida por los militares, por sobre las fuerzas del orden, en esos días en la ciudad. Trasladados a la Comisaría del sector, pasados como civiles, fuimos encerrados en un calabozo y tratados con violencia. Alli permanecimos hasta que Harold solicitó hacer una llamada telefónica y logró comunicarse con el Cuartel. Avisó del incidente e informó el lugar donde nos tenían, de acuerdo a instrucciones.

Cuán grande fue nuestra sorpresa. Veinte minutos más tarde fuimos sacados del encierro y muy amablemente nos devolvieron el carné de identidad y nos dejaron salir. Afuera, en la misma calle, una veintena de Comandos esperaba nuestra salida, parados junto al camión. El propio Ekeko encabezaba el grupo y éste al salir nos dice:

"¡Ya muchachos! ¡Esta todo arreglado!". Y sorprendentemente nos acogieron como si fuéramos hermanos.

Ya el vehículo en marcha, en cordial conversación, muy extraño en ellos, nos preguntaron como había sido todo y lo relatamos detalladamente. Inmediatamente le avisaron a Ekeko que habían sido dos uniformados los gestores del incidente.

El conductor recibió la orden de volver al centro de la ciudad y comenzamos a hacer un recorrido por las calles en busca de los infelices. No dio resultado la búsqueda y el vehículo se dirigió directamente al casino de suboficiales de esa institución y se estacionó al frente. Nos hicieron bajar y permanecer en la vereda y hacer alguna seña cuando aparecieran los aviadores buscados. Mientras los Instructores Comandos permanecian en la parte posterior, en la cabina con el conductor esperaba Ekeko pacientemente.

Cuando ya había transcurrido más de una hora y con Harold ya pensábamos que no llegarían, aparecieron en la esquina dirigiéndose al casino. Esperamos que se acercaran un poco para estar seguros y luego Harold levantó un brazo, atrayendo la atención de los ocupantes del vehículo y enseguida apuntó con el dedo al dúo, que ya se encontraba a unos metros de nosotros.

En un abrir y cerrar de ojos, saltaron del camión los instructores y encerrando a los matones, antes de que ninguno pudiese reaccionar. Literalmente raptaron a los suboficiales y los subieron al transporte, ante los ojos de otros de sus pares que quedaron boquiabiertos mientras raudamente nos alejamos del lugar.

Reunidos todos en la parte posterior.

"¡Estos lindos, son los matones! Dice Harold enfurecido, dando una cachetadita suave a cada uno mientras los mantenían sentados entre la veintena de Comandos.

El camión se detiene en la puerta de nuestro cuartel y con Harold fuimos dejados allí, mientras los desafortunados continuaron en viaje sin conocer destino.

A la hora de la formación, se mencionó el incidente y dijeron que los matones habían recibido su merecido. Una actitud en consecuencia con lo predicado por oficial. Nos habían cuidado y defendido como la familia que decían ser.

Dos dias después se inicia la campaña del desierto. Por muchos masoquistas esperada. Llegaba el día de partir nuevamente. La meta era cruzar a pié el desierto y llegar hasta la frontera con Bolivia en el minimo tiempo posible. Mucho se había hablado de esto antes y solo pocos no queríamos ir. Los mismos de siempre, previendo situaciones difíciles y duras.

Pero ineludiblemente fuimos parte de la tarea. Sin antes hacer algunos intentos por quedarnos en el cuartel. La reacción del Comandante-Comando fue simple:

"¡Todos van!

Así en un rápido alistamiento antes de las seis de la mañana y sin preámbulos la unidad se lanzó por las calles en marcha rápida, premunida de su equipo y con la mirada puesta en la subida a Alto Hospicio, que enlaza lo alto del desierto con la baja planicie de la costa de Iquique.

Mas de ciento sesenta largos kilómetros nos separan de nuestro destino y hay que animarse. Como es habitual marchamos en columna, flanqueada por instructores y el par de oficiales a la cabeza, con equipo similar y un espiritu enaltecido como, la gran masa andante.

Sin cánticos ni fanfarrea nos desplazábamos a tranco largo subiendo las interminables curvas de la cuesta que conduce a la planicie desértica. Nadie habla, nadie mira al lado, todos ocupados de mantener un ritmo constante.

Yo camino y medito, no ceso de pensar en la forma de eludir esto y lo que venga, ya que el vertiginoso avance del tiempo me aleja cada vez más de la posibilidad de un traslado. Mientras más actividades realice en la compañia, mas parte de ella voy siendo para todos los efectos y esa sola idea me repugna

Caminar y caminar, mirando la espalda del que va adelante y ya comienzo a sentir algunas molestias mo en las piemas pese a que llevamos apenas un par de horas Para mas "remate", la correa del fusil se sale de la hebilla y me va "jodiendo la pita"

El sol está sobre las cabezas pero no me molesta en demasia, no he sentido sed pero la rodilla izquierda me esta doliendo, pero hay que seguir y seguir. Nadie reclama nada, todos avanzan mirando al frente y siguiendo al par de oficiales en punta. El seco suelo está cubierto por caliche, unas piedras que dificultan el pisar bien y a menudo provocan mas de un tropiezo o torceduras de tobillos.

La columna comienza a estirarse a medida que nos distanciamos unos de otros, el paso ya es muy irregular y el cansancio comienza a aparecer. Miro al lado y mi camarada está muy concentrado en la caminata, le digo:

"¡Puta.. que estai entretenido hue. on!"

"¡Parece que te gustó el paseo!"

"Si hue.on, encantado. Mas allá hay un kiosco y me voy a comprar una bebida!"

Me dice riendo disimuladamente, sin ocultar su cansancio.

"¿Y estos hue.ones no piensan parar?"

"¡Hácete el ánimo, no vamos a parar, quieren romper el record de la División!" Le digo, recordando algo que oi.

"¡Podría haber traido mi camello!" - Me dice bromeando.-

Y continuamos caminando sin hablar, porque hasta hacerlo cansa más. A la distancia el desolado paraje se pierde en el horizonte. No seguimos camino, ni huellas ni nada, vamos cruzando en linea recta solo con la mira puesta en el Este. Los instructores enfilan flanqueando la columna y a menudo se acerca alguno para darnos algún golpe " de aliento".

Varias horas llevamos y ni luces de que vayamos a parar, varios vienen ya con la mochila a medio poner, y se escucha mas de una queja. Miro hacia atrás y los últimos casi no los veo, nos hemos distanciado cientos de metros.

"¡Harold, quedémonos atrás!" Le digo a mi camarada.

"¡No hay instructores allá!"--- le agrego.

Y así lo hicimos sin dejar de andar, paulatinamente fuimos dejando pasar a los sucesores hasta llegar a las ultimas posiciones donde nos fuimos encontrando con los mismos de siempre. Aquellos que ya éramos parte del mal equipo y compartiamos las mismas dificultades y deseos.

Aprovechando que el ultimo instructor va a mas de cincuenta metros adelante, nos desahogamos gritando todo tipo de improperios a los cuatro vientos, contra esos desgraciados que no querian entender que no estábamos dispuestos a formar parte de ellos.

Nos propusimos comenzar un tenaz rechazo aludiendo cualquier dolencia o malestar hasta lograr que crear alguna situación de ventaja.

A lo lejos comienza a verse un pequeño punto verde que a medida que avanzamos se va haciendo mayor. Es el Oasis de Pica, que tenemos al frente y hacia donde nos dirigimos.

Transcurrido mas de una hora de andar estamos entrando en un pueblito con muchos árboles y vegetación, es una maravilla en medio del desierto. Hay otro aire aqui.

Cruzamos rápidamente el pueblito para detenemos en un recinto al final de la calle principal donde nos instalamos alrededor de una alberca, podiamos bañarnos o simplemente dormir. La caminata continuaría en un par de horas.

Muchos se lanzaron al agua sin pensarlo mucho, yo preferi tirarme a descansar sacándome las botas y levantando los pies para deshincharlos. Era realmente éste un oasis en nuestro camino, bebimos agua hasta mas no poder. Llenamos las cantimploras y las guardamos para mas adelante.

Aproveché de reparar y acomodar mi equipo. Mi compañero hace lo suyo con su equipo.

Conversamos un rato entre nosotros y animamos a los más alicaidos con simples señas y gestos.

El descanso se hizo muy corto. Había que continuar, otros ochenta kilómetros nos quedan por andar, nos advierten los instructores. Ya el sol comienza a caer, son cerca de las nueve.

Sin mayores preámbulos continuamos la caminata esta vez en franca subida.

Unos kilómetros después se nos cruzan los camiones de la unidad los que no habían aparecido en todo el trayecto y recogen a los mas afectados y agotados. Pese a nuestros esfuerzos por ser incluidos entre éstos, debimos ver con pesar como se alejaban los vehículos y con ellos la posibilidad de ahorrarse muchos kilómetros de andar.
A pesar de lo agotador del ejercicio me había mentalizado para lograr el objetivo teniendo en mente que mientras caminásemos no estaríamos haciendo otros ejercicios quizás peores. Con esa idea me reconfortaba y me alentaba a seguir.

La noche se dejó caer y el avance es mas lento, nos desplazamos en una columna mas compacta, el mas experto en la zona, el sargento Carrasco, encabeza la marcha junto a los oficiales. Los instructores ya no trotan desafiantes y son unos más en la fila. A pasos rápidos, cada cual controla sus energias.

La noche es cada vez mas fría y nos detuvimos un par de horas a descansar y ponernos las parkas.

Amanece y continuamos la marcha sin volver a detenernos.

Asi horas mas tarde, llegamos al altiplano a muy pocos kilómetros

de la frontera con Bolivia, la altura se hacía sentir, costaba respirar, es decir, parece que el aire que respiramos es siempre insuficiente y el corazón late con mucha fuerza, zumban los oidos y me palpitan hasta las manos. Era el efecto producido por la gran altura a la cual nos encontrábamos y denominan, "puna".

El lugar es el Salar del Huasco según nos indican los instructores.

Están los camiones estacionados y los soldados llegados en ellos levantaron la carpa de oficiales y preparan alimentos en el carro cocina.

Luego de alimentarnos debidamente, nos preparamos a dormir armando nuestras carpas.

La voz del Sargento Primero Carrasco era inconfundible, habia que levantarse. La noche fue muy fria y apenas logré pegar los ojos, la temperatura es muy baja. Salgo de la carpa y alrededor todo está cubierto por una capa de hielo. Recojo mi equipo, lo guardo en la mochila y me reúno con Harold que hacia lo mismo un metro mas allá. Dejamos las mochilas y formamos una fila que se acercaba a una pequeña laguna escarchada y procedía a lavarse manos y cara, en las gélidas aguas. Apenas se ilumina el cielo con los primeros rayos de sol y al mirar al horizonte se confunden los colores entre azules, rojos y diversas tonalidades que hacen del paisaje algo muy extraño entre nubosidades y niebla que se levanta lentamente, nunca visto antes por mi.

Solo de caminar siento cansancio, esta vez no nos apuran, es más nos hacen caminar lento para ir poco a poco ambientándose a la altura

Un camión con Ekeko, algunos instructores y varios voluntarios, salen del campamento y se dirigen hacia el Este, es decir en dirección a la frontera con Bolivia. La patrulla de observación, como es denominada, se pierde en la distancia y la unidad continúa los ejercicios normales de trotes cortos y caminatas por el área. Cada vez nos movilizamos con mas velocidad y mayores distancias, superando los efectos de la altura. Se realizan pequeños alistamientos y movilizaciones, armando y desarmando el campamento hasta lograrlo en tiempo reducido de acuerdo a ciertas expectativas del oficial a cargo. El teniente García al mando de la base, desarrolla actividades de reconocimiento con la Unidad y nos desplazamos a distintos lugares de aquella planicie tan desolada y alejada del mundo. Por la tarde se ejercita el lanzamiento de granadas y disparos de armas sobre blancos improvisados.

Nuevamente comenzaron las jugarretas de los cabos y entre ellas me correspondió vivir una desagradable experiencia.

Lanzábamos granadas desde una posición segura y siguiendo las correspondientes indicaciones.

Entonces se me acercó el cabo López y agarrándome firmemente me coloca una granada en la mano y le saca el seguro. Debía lanzarla, pero no me soltaba, la cinta se desenrollaba con los movimientos que yo mismo hacia luchando por zafarme del instructor. Fueron segundos largos y aterradores, me tenía tomado por la espalda inmovilizando el mismo brazo que tenia la granada.

Por fin me suelta y me deshago del explosivo lanzándolo tan lejos como me fue posible al tiempo que me lanzaba al suelo. Estalló levantando polvo.

"¿Se asustó, mi Teniente?" --- me dice riendo el cabo.

No lo miré siquiera, me alejé caminando y recuperando el aliento. No fue nada gracioso. Era su revancha.

La noche comienza a caer y la patrulla aún no retorna. Nos disponíamos al rancho y el teniente determina que la unidad debe permanecer alerta y a la espera del grupo faltante, por lo cual dice:

¡Si hay Comandos que no han comido, nadie comerá hasta su regreso!

La relativa tranquilidad comenzó a romperse con la determinación del oficial. A ninguno le pareció simpático quedarse sin comida y pronto comenzamos a reclamar entre nosotros, por la medida. Esto causó la inmediata reacción de los instructores que iniciaron el primer castigo masivo en el lugar, con ejercicios, carreras, saltos, caminatas y desplazamientos en "punta y codo" por largas extensiones de tierra y lodo, hasta dejarnos extenuados y con el corazón golpeando el pecho, mientras el aire se hace más escaso y la respiración insuficiente para saciar la necesidad de llenar los pulmones.

Toda la noche permanecimos en estado de alerta. El hambre hacía estragos en nuestro estómago que reclamaba el alimento y algo de calor para mitigar el frío que calaba los huesos y partia la cara y las manos. Solo podíamos permanecer sentados, con la "sombra" al lado, el cuello de la parka subido y la mochila de respaldo. Las horas se tornaban interminables y a menudo había que levantarse para caminar un poco, estirar las piernas y recuperar algo de calor en el cuerpo. Hacer fuego sería la manera lógica de superar el frío, pero ello está vedado debido a que la fogata seria visible a muchos kilómetros de distancia revelando nuestra ubicación, y poniendo en riesgo la base.

Cerca de las cuatro de la mañana, se sintieron disparos provenientes de la frontera muy a la distancia. Cada cierto rato se repetían los estruendos que por momentos eran largas ráfagas de ametralladoras. El oficial da a conocer que la patrulla la daba por extraviada, debido a que superaba largamente la hora prevista de su retorno y una segunda patrulla se internaría en su búsqueda. Luego de reclutar algunos voluntarios, un grupo de veinte, entre soldados e instructores, sale de la base al mando del oficial la búsqueda de los extraviados. Se realiza un corto traspaso de mando.

Continuamos en alerta con las mismas restricciones alimenticias y en "vela". En la amanecida se produjo un pequeño altercado entre algunos soldados y quienes resguardaban el vehículo que transportaba la alimentación, el hambre era insoportable y no teníamos esperanza de ver un pan. La "rebelión" fue rápidamente terminada con el inicio de nuevas caminatas y salidas de excursión hasta cerca de las dos de la tarde que, con gran alivio, fuimos alertados que los vehículos de la unidad se aproximaban retornando a la base. En dirección Este, una nube de polvo en el horizonte, acusaba el desplazamiento de ambos carros. Poco más tarde, colgados de su estructura y con las armas en la mano, alzando los brazos y dando gritos de guerra, ingresan a la base, dando por finalizada la aventura que se había transformado en un incidente fronterizo con tropas bolivianas, con intercambio de disparos y persecuciones, en una zona muy militarizada y representada por una franja que era "terreno de nadie". Soldados e instructores relataron al resto de la unidad la experiencia vivida Por fin la orden de reanudar las actividades, incluyendo las alimenticias, que a esa hora de la tarde bienvenidas eran por todos.

La lluvia se dejó caer en el lugar, cada vez en forma más intensa y por momentos granizaba violentamente. El suelo se tomó rapidamente en un barial. Armamos las carpas individuales en hileras y los camiones fueron puestos uno al lado del otro, mientras rápidamente el sargento y algunos soldados instalaban una pértiga unida a una cadena en la parte más alta del terreno, un pequeño cerro a nuestras espaldas, a modo de pararrayos, Acertada determinación, ya que a las pocas horas estábamos bajo una violenta tempestad eléctrica con estruendo de truenos y rayos que descargaban su furia rayando el cielo con haces en todas direcciones y atraidos por el mástil instalado en lo alto, enrareciendo el aire y provocando la admiración de quienes no habiamos visto a la naturaleza mostrando su energía desde tan primerisima fila.

Aquella noche me quedé levantado, el cuartel estaba en silencio, avisé al Cabo de Guardia que iba a la oficina de la Compañía a terminar un trabajo de mecanografia solicitado por el Teniente, serían las 23 hrs.

La cuadra de soldados solo con las luces de imaginaria encendidas, estaba silenciosa, la mayoría de los soldados ya dormian.

Sali al patio y mirando al frente, la cuadra de Instructores con sus luces apagadas, revelaba la ausencia de ellos, a esa hora en el casino de Suboficiales, fuera del cuartel

El segundo piso, dependencias de oficiales, todo apagado.

En la entrada principal, solo la luz de la sala de Guardia y la silueta

de algunos de ellos dentro.

Las Cuadras de las Compañias convencionales estaban cerradas y ya dormian.

Crucé el patio rápidamente, saqué la llave y abri la puerta, entré y cerré rápidamente, encendi la luz de la oficina y comencé a tirar uno por uno los cajones del escritorio del comandante

Cerrados con llave. Me acerqué a la ventana, di una mirada afuera

volvi al escritorio.

Mire nuevamente los cajones y me percaté que el que estaba a la derecha del escritorio, el primero de arriba tenía una separación en su parte superior 
Tiré nuevamente el cajón, esta vez cargándolo hacia abajo y se abrió. Miré dentro de este, primero sin tocar nada, luego levanté algunos papeles y de pronto me encontré con lo que yo quería.

Una "nomina de solicitud de baja en la cual estaba mi nombre y el de otros once soldados.

Cerré el cajón, del mismo modo y me senté junto a la pequeña mesita que tenía la maquina de escribir.

Con la mente perdida, cogi una hoja en blanco, gire el rodillo de la maquina, tomé el papel que debía copiar y comencé a transcribir el documento manuscrito.

Me volvía el alma al cuerpo. Un rayo de esperanza me había caído. Ahora solo quedaba esperar pacientemente que llegue ese día.

Quizás aquella noche fue la única que logre dormir con algo de paz en mi interior y rogando por que pronto se hiciese real.

Pude guardar por muchos días mi secreto. Pero una tarde mi camarada Harold fue sorprendido conversando con un soldado convencional (de otra Compañía), y como sanción fuimos a parar al centro del patio entre golpes y amenazas. Alli debimos permanecer por largas horas de pie en posición firme con los brazos estirados y el fusil en las manos. Mientras la Unidad continuaba las actividades, los ojos de los instructores no se apartaban de nosotros esperando que bajásemos los brazos. Cuando por el dolor, alguno cedía, entonces se acercaban y poniéndonos frente a frente, nos conminaban a una larga secuencia de abofetearnos el uno al otro, hasta quedar con la cara enrojecida y dormida por el dolor, controlando que cada golpe fuese respondido con mas y mas fuerza. Mirándonos cara a cara nos veíamos en la obligación de soportar ser castigados por el mejor amigo. Luego continuar cargando el fusil al frente.

En esos momentos críticos, donde se termina el aguante nos exponemos a tener cualquier reacción entonces viendo a mi compañero muy complicado, le revelé la información que había obtenido en la oficina. Discretamente, casi murmurando y aprovechando ciertos lapsos de descuido le fui dando detalles.

Obviamente esto fue un bálsamo o un anestésico mágico para mi camarada quien logró dibujar una leve sonrisa en su cara y le ayudó a sobrellevar el momento con mas esperanza.

En la noche, mientras formábamos para la retreta, pude agregar detalles y solicitarle su máxima discreción, estaba en juego nuestro destino.

Esa mañana cambió todo. En la formación, el teniente dio lectura a una Orden de la División en la cual se determinaba la baja de doce soldados de la unidad. A medida que ivamos siendo nombrados, nos mirábamos y compartiamos un gesto de triunfo. Por fin llegaba la luz. El aire se hacía mas respirable y la esperanza retomaba a nosotros.

Ante las permanentes dificultades que representábamos para el Comandante de la Compañía y a la espera de que nuestra baja se hiciera efectiva, Ekeko solicitó al Comandante de Regimiento que fuéramos, apartados de la Compañía de Comandos. Desentendiéndose oficiales e instructores, pasamos a formar la que denominaron "Escuadra de los Renegados, denominación peyorativa que nos señalaba como cobardes y traidores a la causa de los Comandos.

La ultima orden que recibí del Comandante Comando fue hacerme cargo del grupo y rendirle cuentas al Comandante del Regimiento en cada una de las formaciones hasta que se hiciese efectiva la baja.

Era sin lugar a duda el mayor honor concedido, y con mucho gusto cumpli ese último rol.

Doce personas de uniforme y polera blanca, en perfecta formación, con la frente muy en alto, el pecho erguido y por sobre todo con la esperanza de que pronto estaríamos fuera de allí, constituíamos un singular grupo dentro de todas las Compañías del Cuartel,

Diariamente y a su debido momento, una vez rendido cuenta todos los Comandantes de Compañías, me dirigía al centro, saludaba al Comandante del Regimiento y daba cuenta de la formación del grupo. La experiencia obtenida en Peldehue me había servido. Pero esta vez las circunstancias eran muy distintas.

A partir de ese día nunca volvimos a tener instrucciones ni relación alguna con la Compañía.

Luego de la formación realizábamos algunos ejercicios físicos y posteriormente labores de aseo del cuartel.

Pese a la Alerta Amarilla el cuartel se veía tranquilo, ya era noche y con Harold después de la retreta nos ivamos en dirección de la cocina, al fondo, cuando unos gritos en la Puerta principal nos hizo detener.

Algo pasaba en la guardia, los centinelas corrían de un lugar a otro Un toque de corneta, alertaba a todo el Regimiento. Movimiento en todas las cuadras o dormitorios de todas las Compañías. Los soldados comenzaban a salir al patio a medio vestir.

La Unidad de Comandos a voces de los instructores, iniciaba un acelerado alistamiento.

Con gran estupor Harold me señala con el dedo y me dice:

¡Mira! ¡Estamos en Alerta Roja! ¡Se prendió la roja!

No podía ser. O mejor dicho, no queríamos creerlo. Faltaba tan poco para lograr la meta y otra vez se producía algo inesperado.

Efectivamente, la luz en lo alto del portal de entrada, ya no era la amarilla, la roja estaba encendida.

Una inequívoca señal de alerta roja. Alerta roja que a nuestro saber no indicaba mas que jestábamos en guerra!... Aquella señal solo sería encendida si el pais entraba en un conflicto bélico. Lo habíamos aprendido mucho antes en Santiago.

Paralizados en el pasillo, miramos como todo transcurría a gran velocidad, la respuesta a esa luz movió hasta el ultimo rincón del cuartel.

Un segundo toque de corneta anunciaba la entrada del Comandante del regimiento en un jeep y tras éste, otro, con EKEKO, Comandante de los Comandos. Este último visiblemente eufórico, apuraba el alistamiento de la Compañía, cuyos soldados ya en formación terminaban de vestirse.

El Comandante del Regimiento miraba desde la guardia.

¡Cinco minutos!

grita levantando su mano abierta.

Mientras los demás soldados del cuartel, es decir, las Compañías convencionales estaban en un caos total. Había un desorden y desconcierto total.

El espectáculo fue mayúsculo al ver a grupos de estos soldados tratando de arrancar del cuartel por el portón trasero y por entre los barrotes de las ventanas del baño tratando de alcanzar la calle.

Nunca vi nada igual. Como si un terremoto provocara una estampida de gente.

Los cabos y sargentos de otras Compañías corrían de un lado a otro sin entender yo, lo que hacían. Quizás ellos tampoco.

El Comandante de regimiento parado al centro del la guardia para que evitaran la salida de soldados. del patio gritaba a

¡Que la guardia dispare si es necesario! Gritaba

Tres camiones ingresan al cuartel y se posicionan en el lugar de formación de la Compañía y esperan ser abordados por los Comandos, como en tantas instrucciones anteriores.

Esta vez había un toque de realismo en las maniobras.

Casi congelados, mirábamos las acciones parados en el pasillo, con la certeza ya, que no seríamos parte de ellas, o al menos rogaba por que así fuese.

Ekeko, lideraba, cual general con la espada en la mano dirige la batalla, todas las maniobras, aún parado en el jeep Comando Compañía".

La Compañía se dirige en fila y a toda carrera hasta la sala de armamento, como era habitual, ya todos formados según un determinado orden de numeración única. La preparación realizada durante los entrenamientos a dado distintas funciones de cada uno de ellos. Por lo cual el armamento, la mochila u otro implemento debía ser el propio.

Explosivos a quienes se especializaron en demolición, ametralladora uno, su trípode el otro y un tercero las municiones para la misma. Unos con cuerdas y elementos de asalto, ΕΙ enfermero, el observador avanzado. Todo perfectamente ordenado en aquella sala con los elementos dispuestos en estanterías numeradas en concordancia con el numero propio de cada combatiente.

Pero la puerta no se abre aún. Esto es hace reaccionar al Comandante que bajando del vehículo, en carrera, hace una demostración de artes marciales y de una patada logra partir, literalmente, la mitad superior de la gruesa puerta en dos.
Por el forado se introducen dos instructores y comienza la entrega

de elementos y de allí a abordar los carniones.

La sirena de los vehículos comienza a sonar, produciendo mas nerviosismo.

Todos a bordo, los camiones siguen a los vehículos menores y salen del cuartel a toda velocidad.

Un toque de corneta llama a formación del personal del cuartel y nos dirigimos al centro del patio, reuniéndonos alli con los diez "renegados" restantes.

No podiamos ocultar nuestro temor. Quizás hasta aquí no mas llegaba nuestro anhelo de recuperar la ansiada libertad

Las Compañías convencionales en formación comienzan la rendición de cuenta solicitada por el Comandante del Regimiento, quien aún permanecia al centro del patio y había sido otro observador del alistamiento.

Esta cuenta determina la ubicación de cada miembro de la unidad. los que faltan, y donde están. Es un conteo que se realiza normalmente por la mañana y al finalizar el día. En este caso era, seguramente, para constatar el numero de fugados y las unidades de origen.

En orden los oficiales de cada Compañia fueron saliendo al frente y rindiendo cuenta, a lo cual ya se acusaba la ausencia de tres soldados en la Compañía de fusileros y dos en la de granaderos. Además de varios cabos ausentes por diversos motivos, pese a haber estado en alerta amarilla permanentemente.

Mirando hacia nuestro grupo, perfectamente formado, dice:

¡Uno de ustedes que rinda cuenta!

Sin mayor titubeo y reconociendo aún mi liderazgo, salgo al frente y llevando mi mano en señal de saludo a un oficial, rindo cuentas al Teniente Coronel:

¡Escuadra en situación irregular, 12 soldados, sin novedad mi comandante!

Llevo su mano a su visera en señal de conformidad con la cuenta y ordenó a todas las unidades permanecer en el patio y se retiró.

Con excepción del grupo de renegados, todos iban a esa hora a un destino incierto. El cuartel permaneció en vigilia hasta las cuatro de la madrugada cuando retornó la Unidad de Comandos, dando por terminado el alistamiento y habiendo vuelto a la habitual alerta amarilla

Luego de guardar todos sus elementos de combate la unidad se retiró a dormir y los instructores se fueron en patota a su casino, quedando toda la Compañía el la cuadra en plena libertad. (algo muy poco usual). En ese momento comenzó una suerte de relatos de lo acontecido en la misión a la cual habian partido, todo comentado y relatado animadamente y con gran entusiasmo por parte de los protagonistas. Aprovechando esta algarabía, nos volvimos a encontrar con nuestros compañeros y pudimos conversar con libertad, nos relataron lo acontecido.

La versión más fidedigna indicaba que todo se había suscitado debido a la presencia de un general de altísimo rango en visita sorpresiva a la zona. Aquel, a modo de ver el avance de la preparación de la Unidad de Comandos, había decretado la alerta roja, cosa que a vista de todos los testigos entre oficiales y clases nunca nadie antes lo había visto hacer.

Habiendo alerta roja, es decir declarado el estado de guerra nacional, la Unidad había recibido una misión aún más extraña, la comunicación radial le señalaba inequívocamente, que debía atacar el cuartel Huaiquique. Precisamente el mismo cuartel donde tenido la base los primero días de permanencia en esta Unidad y ahora era sede de otra Unidad convencional. Sin mayor tramite la Unidad se dispuso a cumplir la misión, sin derecho a cuestionar la orden.

Mientras se desplazaban al lugar, los comandantes de agrupaciones, separadas por vehículos, recibían radialmente las instrucciones y movimientos a seguir. La unidad se dividió en dos frentes, uno llegaría por la costa, siguiendo la línea de la playa y la otra, bajando desde lo alto de las dunas aledañas al campamento. Antes de llegar Ekeko recibe una contra-orden, los Comandos deben asaltar el cuartel de la playa, reducir a la guardia y capturar al oficial a cargo sin disparos y sin "lesionar a nadie". La orden es comunicada a la compañía sobre la marcha. Aún a tiempo, antes de producir un incidente de proporciones inimaginables, debido al ímpetu de la tropa, su alta preparación y una larga espera para desarrollar acciones verdaderas.

Abandonando los camiones y continuando en caminata sigilosa, alcanzaron el lugar del objetivo y uno a uno fueron cayendo los soldados y clases apostados en los respectivos puntos de guardia.
Participaron en la operación, tanto los instructores como los soldados, quedando a su paso, una veintena de guardias amordazados y amarrados como se hacia habitualmente en los ejercicios. Reducida la totalidad de la guardía se dispusieron al asalto de la oficina del Comandante quien rápidamente fue capturado.

En pocos minutos la unidad había tomado el control total del cuartel, en el mas absoluto silencio. Allí hace su aparición el gestor de dicha orden. Un general, proveniente de Santiago, de altísimo rango había sido el que colocó alerta roja en la ciudad y ordenado la singular misión a la unidad a modo de ver su grado de preparación.

Montado en un jeep con un potente foco y provisto de un megáfono pretendió por un instante dirigirse a algunos Comandos que sacaban de los dormitorios a los soldados capturados y los trasladaban al centro del cuartel, como era normativa, nadie lo "atendia". Tuvo que solicitar, previa identificación, al Comandante Comando que ordenase a su gente detener toda acción.

A la voz del amo, los comandos cesaron toda actividad y permanecieron en el lugar que se encontraban, mientras una gran cantidad de vehículos ingresaba al cuartel iluminando con focos toda la situación producida.

Bajando del vehículo el general se fue acercando a cada uno de los comandos y los fue interrogando respecto a la particular misión que tenía en la operación y les fue revisando el equipo que portaban. Se dio la molestia de revisar a toda la unidad, la que paso la prueba sin faltas salvo por uno de los soldados que no portaba en la mochila sus calcetas de recambio por lo cuál fue severamente increpado por el superior, mientras Ekeko seguía atentamente las indicaciones.

"¡Cuándo esté en combate, soldado, ¿Cuántos kilómetros podrá caminar sin calcetines? Le dijo el general. El Comando enmudecido solo miraba al frente.

Luego de revisar la unidad, se dirigió a los oficiales y soldados convencionales, que habían sido capturados y que permanecían aún atados, de rodillas y rodeado de sus captores.

Los discurseó por varios minutos referente al verdadero rol que debían asumir y la necesidad de tomar la situación actual muy en serio. Ordenó castigos y sanciones para todos, en diferentes grados.

Luego de transcurrir mas de una hora y media con todo el personal inmovilizado en sus puestos, dio por concluida la operación y autorizó a Ekeko a retornar a su base con la unidad, felicitándolo por el rápido alistamiento y la alta preparación de la tropa especial.

Los camiones de comandos se aproximaron al lugar y en rápida maniobra la unidad se embarcó y desapareció raudamente del lugar, retornando a su base.

Los días comenzaron a pasar mas rápidamente, y pese a compartir aún el dormitorio con el resto de la compañía, tratábamos de mantenernos alejados de ellos e ignorar todo lo contacto para evitar conflictos.

A solicitud del Comandante del cuartel, Ekeko determinó que todos los soldados que estaban en la nomina de baja deberían realizar guardia de cuartel, al igual que lo hacían todos los soldados de unidades convencionales. El no hacer guardia es un privilegio de Comandos y estaba claro que nosotros ya no pertenecíamos a ellos.

Comenzó una ronda interminable de guardias muy fuera de lo usual ya que prácticamente era permanente, con alguna interrupción para dormir.

Aunque en la guardia no habían Comandos, era frecuente que a petición de nuestros instructores, no apareciese el cabo de relevos y permaneciéramos cuatro o cinco horas en un mismo punto, en ocasiones solo en un puesto, y en todo momento expuesto a ser asaltado por uno u otro Comando que se divertía a nuestras expensas, poniéndonos en las mas diversas situaciones de riesgo y compromiso. Soldados que aparecían reportando la perdida de su arma o el casco, o que simplemente no aparecían en su puesto, sino hasta el día siguiente, lograban reportar en la guardia que habian sido atacados y llevados a un lugar desconocido y maltratados.

Muy conscientes de todo esto la mayoría del grupo adoptó posiciones de autodefensa y no dudábamos en hacer disparos, ante la más mínima sospecha que algún Comando estaba acercándose a nuestro puesto de guardia urdiendo algo en que involucrarnos y hacernos la permanencia insoportable.

Con todo esto, reconociendo a la unidad lejos en alguna actividad, era normal que abandonáramos nuestro puesto de guardia y amparados por el compañero, deambuláramos por las calles de la ciudad a altas horas de la noche o simplemente en plena calle tras un arbusto, arma y casco en el suelo y tomar un placido y necesario sueño hasta la llegada del relevo.

Consecuencia de todo esto, eran los innumerables castigos, está vez determinados por el Comandante del Regimiento, considerándose muchas de estas situaciones faltas gravísimas, y que causaban grandes trastornos al normal desarrollo de las actividades del Cuartel, en especial a la vista de los soldados de otras unidades ajenas a la situación nuestra. Pero nuestra situación no podia ser peor, la baja ya estaba en camino y eso lo teníamos muy en claro.

Tras largos dias de guardias interminables y una tensa espera se acercaba nuestra partida.

Alertados por el único instructor que mantuvo un discreto acercamiento con la escuadra, el cabo Torres, nos preparamos para una noche final.

La Compañía tendría instrucción nocturna y la mayoría de los instructores quedarán en el cuartel. Se propusieron darnos la gran despedida.

El pánico cundió entre nosotros. Cualquier cosa podía suceder estando al alcance de aquellos instructores deseosos de descargar mucha ira sobre el grupo.

No teníamos claridad al respecto, pero ninguno estaba dispuesto a dejarse golpear por nadie. Menos estando ya a un paso de la libertad tan apreciada.

Se recurrieron a los más inverosímiles métodos para ocultarnos durante las horas que nos separaban del día siguiente. Cuál seria el temor de Colchane que nos pidió por favor que lo encerráramos con candado dentro de su propio casillero donde permaneció hasta minutos antes de la formación a la mañana siguiente. Es decir estuvo encerrado por casi seis horas. El sabía que sería uno de los blancos predilectos de los ataques.

Tres consiguieron ser ocultados en la cuadra de una Compañía de Infantería vecina a la nuestra y que por largo tiempo habian mirado con mucha lastima, el trato que teníamos a diferencia del de ellos. No entendían porque los soldados Comandos jamás podían siquiera dirigirles la palabra.

El pelado "Pera" como lo llamábamos, tenía un amigo que lo metió a la enfermería y metido entre las ropas de una camilla logró permanecer escondido..

El resto, más desafiantes, exigimos del oficial de guardia del regimiento su protección, bajo amenaza de dirigirnos al Cuartel general de la División si los Comandos lograban ponernos una mano encima. Este nos metió dentro de la sala de guardia y alli permanecimos. La supremacía de los Comandos era evidente.

Ya pasadas las tres de la mañana, como se nos había avisado, un grupo de instructores retornó al cuartel, encabezados por el maldito cabo Salinas quien generalmente llevaba la batuta en materia de castigos y palos. Nos buscaron en la cuadra, los baños, los patios y por fin aburridos se fueron a dormir, Todo esto nos relataban los soldados de la unidad vecina, que estaban de vigilantes, los mismos que nos escondían en la guardia y observaban los movimientos de este grupo de Comandos que demás esta decirlo eran rechazados por la enorme mayoría de oficiales, clases y soldados del resto de las unidades convencionales.

Seis de la mañana, llegó el tan ansiado día. Sin importar ya lo acontecido anoche, sin amilanarse, y superando todas las dificultades, nos reunimos y esa mañana formamos por ultima vez.

Cada cual acompañado por su bolso con las pertenencias.

Un aire distinto soplaba aquel día. Y hasta podría decir que no se sentía salino ni desagradable como lo fue durante tanto tiempo.

El sol alumbraba poco a poco y me pareció que ahora veía hasta con agrado a mi alrededor.

A la hora de la formación nos puso el Comandante del Regimiento al frente y señalándonos, el viejo, como el peor ejemplo. Habló de los sacrificios y las virtudes de los Comandos y de la deshonra que significaba para una persona salir del modo que nosotros lo hacíamos.

El viaje al terminal fue todo un show, los doce sentados en la parte trasera de uno de los camiones de la unidad mientras Ekeko y la Compañía trotaron por todo el largo recorrido a ambos lados del vehículo con cantos y gritos alusivos al valor de quienes quedaban y la cobardía de quienes partían.

Era a mi entender una manera de mantener arriba el ánimo y el espíritu de esos soldados a quienes les esperaban muchos y largos dias de sacrificios y sudor.

Al entrar al terminal la unidad retornó al cuartel y quedamos en el andén parados con nuestros bolsos a la espera del bus que nos trasladaría a Santiago. Ekeko se acercó y me dijo que debía presentarme con el resto del grupo en la Escuela de Blindados.

¡Esta vez ganaste! Me dijo.

¡Pero no todo termina aquí!

¡Algún día, nos encontraremos! ¡No dudaré en buscarte!- dice en tono amenazante.

¡Ya. Ok.!. Le respondí, casi riéndome en su cara.

Por fin todo estaba concluyendo.

Una euforia nos asistia al sabernos liberados por fin, de aquella pesadilla.

Abordamos el bus. Pronto estábamos en la carretera viajando de regreso. Aquella mañana fue la única que pude apreciar la ciudad con plenitud, veía todo distinto, y a medida que subíamos la cuesta, en cada vuelta divisaba el mar en la distancia, la rada de Iquique, la playa de Cavancha y la Zona Franca, al sur las dunas y el terrible cerro Dragón. Recorri cada una de las calles con la vista,

guardando innumerables imágenes en mi memoria. Hasta por un instante pensé en bajarme del bus y quedarme a disfrutar del lugar.


Me sentía aún muy invadido por recuerdos de horas interminables de lucha y batalla, de tramar y urdir en cada oportunidad la manera más hábil de evadirme de las instrucciones. La lucha por mantener siempre en alto mi propia bandera de libertad y no dejarme abatir ante la fuerza ejercida y por sobre todo, no cambiar mi actuar, ni mi manera de sentir y pensar. Con un abrazo sellamos nuestra amistad y celebramos el triunfo. Una larga batalla, vencida la adversidad y logrado el propósito, forjado aquel mismo instante en que era cambiado el rumbo de mi destino. Llegué por propia decisión y sali por mi propia voluntad.

fin

"Nunca llegamos a la unidad de origen, y la mayoría se fueron quedando en las distintas ciudades por las que el bus pasó. Llegamos solo dos a Santiago.."